ANA es la granadina que  ha sido la única víctima mortal española del terremoto de Italia

El reloj de la iglesia de Amatrice, lo único que ha quedado en pie de este pueblo del centro de Italia, marca las 3:37. A esa hora la tierra tembló. La madrugada del miércoles 24 de agosto, la familia Casini dormía en su casa cuando un fuerte terremoto de 6,2 puntos en la escala de Richter les despertó de improviso. Todos intentaron escapar mientras Ana salió al balcón y gritó: «¡La niña!, ¡¡¡la niña!!!». En ese momento, la casa se derrumbó. La niña es Michelle, hija de uno de los tres hermanos de Christian. El joven consiguió rescatar a la pequeña, de cinco años. También consiguió liberar a su madre, que permaneció durante más de cuatro horas bajo los escombros de la casa. Pero no pudo hacer nada por Ana. La española, de 27 años, murió como consecuencia del golpe sufrido tras ser alcanzada por una viga. Cuando encontraron su cuerpo ya era demasiado tarde…

El trágico balance del terremoto que el pasado miércoles devastó el centro de Italia no deja de aumentar. Al menos 290 muertos, casi 400 heridos y centenares de desaparecidos han teñido de sangre y lágrimas una región maldita. En Illica, uno de los pueblos que ha quedado prácticamente borrado del mapa tras el seísmo, no se explican la muerte de Ana Huete, «la chica española que nunca perdía la sonrisa».

Alessandro y Carlo fueron dos de los amigos que durante horas excavaron con sus manos junto a Christian para intentar salvar a Ana. «No quiero ni recordar cómo la encontramos», dice Alessandro a Crónica todavía conmocionado. «Christian estuvo durante horas intentando sacar a su novia de debajo de los escombros», recuerda la periodista romana Sabrina Fantauzzi, prima de Christian, que aquella fatídica noche dormía junto a sus dos hijos en una casa no muy lejos de allí. Ella tuvo más suerte. «Me desperté de repente y ví una gran grieta en el muro. Apenas tuve tiempo de coger a los niños y salir corriendo».

Nada más producirse el temblor, los vecinos de Illica se reunieron en una explanada. «Lo que más me sorprendió es que no se veían las luces de Accumoli, que son visibles desde aquí, sino sólo una columna de humo hecha de polvo y escombros«, cuenta Fantauzzi.

Los servicios de emergencia y los militares desplegados por el Ejército tardaron en llegar varias horas. «Todavía había gente debajo de los escombros y aquí no había llegado nadie», gritaba desesperado Domenico Bordo, uno de los vecinos de Illica, la mañana siguiente al terremoto. «Hay un cuartel en Ascoli, otro en Rieti y otro más en L’Aquila y aquí no he visto ni a un solo militar. Todavía los estamos esperando. Nosotros pagamos nuestros impuestos ¡Me dais asco!», lloraba con rabia Alessandra Cappelanti, otra vecina del pueblo. «Las dos primeras ambulancias llegaron varias horas más tarde y pusieron a salvo a todos los niños del pueblo», relata la periodista romana. Demasiado tarde, según algunos vecinos.

A pocos kilómetros de Amatrice, el epicentro del terremoto, se sitúa Illica, una pequeña pedanía del ayuntamiento de Accumoli, en la provincia de Rieti. En este pueblito, a 800 metros de altura y rodeado por frondosos montes, viven durante el año apenas cuatro familias que se dedican a la agricultura y la ganadería. Pero en verano, como en la mayoría de las localidades de la zona, su población aumenta.

«En invierno somos unas veinte personas en el pueblo», explica Livia. El próximo mes debía comenzar su último curso en el instituto de Amatrice, que ha quedado completamente destruido tras el terremoto. Ahora no sabe dónde irá a estudiar a partir de septiembre. La joven recuerda con horror los momentos posteriores al terremoto. «Y menos mal que no pasó hace una semana, porque entonces había mucha más gente que había venido para pasar las fiestas de San Vincenzo Ferreri, que se celebran el 17 de agosto».

Los Casini son una de esas familias que viven la mayor parte del año en Roma pero que no perdonan un verano en el pueblo. El año pasado todos, incluidos Christian y Ana, se reunieron en Illica para celebrar las fiestas patronales. Mario, uno de los primos, publicó una preciosa foto en las redes sociales con todos los Casini posando delante de la casa, que ya no existe. «Somos una gran familia. Estamos muy unidos y nos encanta encontrarnos todos los veranos aquí», cuenta Valdivio, un tío de Christian. Valdivio, de 59 años, recuerda con ternura a Ana. «Era una chica maravillosa, siempre disponible, amable, simpática, en la flor de la vida. Nunca entenderé por qué estas cosas siempre le pasan a la gente buena», lamenta.

El único museo del pueblo lleva el nombre de Franco Casini, que murió hace tres meses. Es uno de los pocos edificios que aún permanecen en pie. Durante mucho tiempo el padre de Christian se empeñó en levantar un museo agrícola, con objetos y herramientas antiguas utilizadas en el campo. Fue precisamente él y su mujer, Mara, también originaria de Illica, y que se recupera en el hospital de Rieti de las heridas sufridas tras el seísmo, quienes inculcaron a sus cuatro hijos el amor por sus orígenes. «Porque quien no ama su tierra, está vacío dentro», dice Valdivio.

El joven cocinero romano había logrado que su novia se enamorara de esta maravillosa tierra, hoy destruida por la violencia de la naturaleza. Desde hace cuatro años, Ana viajaba desde Granada hasta Illica para disfrutar junto a su prometido de la familia de Christian, de la naturaleza y de la buena mesa. En esta tierra presumen con orgullo de haber inventado uno de los platos más típicos de la gastronomía italiana: la pasta all’amatriaciana, de Amatrice. «Se había integrado muy bien en el pueblo», cuenta un primo hermano de Christian que prefiere mantener su anonimato. «Se notaba que no venía aquí porque fuera el pueblo de su novio. Le encantaba Illica. Era una más de nosotros».

En verano se llenaba de jóvenes que habían formado una asociación y organizaban excursiones y fiestas. Todos recuerdan de Ana su gran sonrisa y amabilidad. Siempre estaba disponible para participar con las actividades del grupo. «Días antes del terremoto estuvimos juntos en la montaña», cuenta Alessandro, uno de los amigos que ayudó a Christian a recuperar el cadáver de Ana. «Es muy triste».

«Eran sus únicas vacaciones en todo el año. Christian había levantado el restaurante él solo, desde abajo», relata su primo con rabia. Los dos trabajaban duro para poder permitirse 10 días de descanso. ¿Y pasa esto? No es justo. No se lo merecía».

Christian llegó a Granada en 2009 para abrir un restaurante. «En la familia nos dedicamos todos al negocio de la restauración», cuenta su primo. Dos años más tarde, Ana entró a trabajar como camarera en Pizzería Roma, en la avenida de la Constitución nº 12. Tenía 22 años, seis menos que él. El flechazo fue instantáneo. Al poco tiempo la pareja se trasladó a una casa en alquiler del barrio del Albaicín. Se iban a casar el próximo año y se acababan de comprar un piso en Granada capital. «Tenían un proyecto en común, como tantas otras parejas jóvenes», ha dicho a la agencia Efe Nicolás Espigares, tío político de la joven fallecida.

El futuro matrimonio compartía su pasión por los viajes, los deportes, la naturaleza y la cocina italiana. En el pueblo todavía recuerdan las exquisitas pizzas que cada verano preparaban para todos los vecinos. «Colocábamos las mesas en esa explanada -dice su tío Valdivio, señalando un campo ahora ocupado por tiendas de campaña para dar cobijo a los supervivientes y vehículos de la protección civil- e invitaban a todo el pueblo a comer pizza. Eran una pareja fantástica. Esto ha sido una tragedia».

La joven nació en Alfacar, cerca de la capital granadina, pero su familia residía ahora en el vecino pueblo de Víznar. «Es una familia muy querida en el municipio», ha dicho el alcalde de Víznar, Joaquín Caballero. Ana estudió en el colegio Cristo de la Yedra, donde sus profesores todavía la recuerdan con cariño. «Me faltan las palabras ante la incomprensión de por qué una vida plena se termina de esa forma. Ella nos ha dejado lo mejor, que era su eterna sonrisa«, contó a El País uno de sus maestros, José Ricardo Liria.

Todos recuerdan la inmensa sonrisa de la pelirroja Ana. «Estaba siempre alegre», dice Sabrina. «Es una desgracia tremenda para la familia», lamenta. «Era guapísima, con esa melena rizada llamaba la atención. Y su sonrisa…», cuenta Giulia, otra amiga. «Era una chica especial y lo que da más rabia es que ni siquiera era de aquí. No debía haberle pasado a ella».

Illica es hoy un pueblo fantasma. Además de Ana Huete, otras cuatro personas, de avanzada edad, perdieron la vida. El acceso por la carretera hasta Accumoli es casi imposible. Los vecinos que permanecen en el pueblo han pasado las últimas noches en las tiendas de campaña instaladas por la Protección Civil junto al parque donde hasta el martes Ana jugaba con Michelle, la sobrina de Christian a la que intentó poner a salvo. «Sentía adoración por la niña«, dice Giulia. «Le gustaba jugar con ella, peinarla… Le encantaban los niños».

Su familia ha viajado a Roma esta semana para repatriar su cuerpo. «La Embajada nos ha atendido muy bien y nos están ayudando en los trámites burocráticos, pero los gastos corren por nuestra cuenta», denunció el tío de Ana y portavoz de la familia, Nicolás Espigares, según recogió Ideal. La familia de Ana no es rica: se ganan la vida como conserjes de la urbanización Carmenes de Rolando de la capital granadina.

El pueblo está irreconocible. Pocas casas resistieron al terremoto. La casa de la familia Casini ya no existe. Es sólo una montaña de escombros. Ni siquiera la fachada verde, que todos en el pueblo reconocían, ha quedado en pie. Aquella noche se perdieron para siempre los recuerdos de una familia y la vida de una joven que amaba esta tierra maldita como si fuera la suya.

 

 

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