GALLEGOS  por Juan Alfredo Bellón para EL MIRADOR DE ATARFE, del domingo 20-11-2016

 Lo tengo dicho y repetido y mis lectores lo saben de sobra, que la Historia es un proceso sin sujeto(s) y sin fin(es) y valga la cita en recuerdo de dos ilustres muertos, uno, hace tiempo (Louis Althusser) y otro, recientemente, mi colega y sin embargo amigo, Juan Carlos Rodríguez, profesor de Literatura de mi Universidad a quien lloramos y cremamos el otro día en la Sacramental de San José y que le den morcilla al Papa Francisco.

Y para seguir con el tema, hoy es 20-N y hace ahora cuarentaiún años que nos dejó Francisco Franco, el entonces ya fantasma de El Pardo, que estuvo cuarenta y seis dándonos la vara a los españoles con aquello de que no éramos buenos ni se nos podía dejar solos por mor de los demonios familiares, cosa que luego solo se demostró hasta cierto punto y se supo que la prohibición franquista de que nos metiéramos en política solo se debió a que el general quería que ese menester lo dejáramos para él y así mangonearnos a su antojo a mayor gloria de su Dios, su sagrada España y su glorioso Movimiento Nacional, que resultó a la postre una de las cosas menos gloriosas y movibles que esperarse pudieran.

Con la muerte del dictador, supimos no ser ciertos sus recelos sobre nuestra forma de gobernar y ser gobernados al tiempo que comprobamos que no hay mal que por bien no venga ni que cien años dure, ni cuerpo que no lo resista. Con el paso del tiempo, hemos visto nacer y morir otros regímenes tan oprobiosos como el de Franco en Argentina, Chile, El Salvador, por ejemplo y otros gobiernos, que en su día fueron esperanzadores, acabar contradiciendo sus características fundacionales como en Rusia, Vietnam, etc. y otros que parece que no acabarán nunca (Cuba, China, etc.) pero que todos sabemos que no se van a quedar para simiente de espárragos.

En resumidas cuentas, que la vida te da sorpresas y vaivenes inesperados entre los que cuentan estos últimos que se han vivido en Gran Bretaña y USA y de los que parece que aún no se han repuesto ni sus primeros protagonistas y tal se dijera que, no ya la pobre Hilaria Clinton sino el mismísimo Donaldo Trump se han acabado de hacer cargo de lo que de veras les aconteció y pasan el día pellizcándose aunque por diferentes motivos y sin acabárselo de creer si sueñan o vigilan la increíble realidad que les aconteció: a uno le cayó el triunfo en los votos electorales para la instancia presidencial, Congreso, Senado y Tribunal o Corte Suprema mientras que a la otra las frías matemáticas electorales la dejaron en segundo lugar, compuesta y sin novio, a ella que había sido el cerebrito mayor de cuantos compañeros la habían rodeado en la política nacional e internacional estos últimos cuarenta y cinco años. ¡Tiene huevos y ovarios la cosa!

Por eso, ni Rajoy puede ni debe estar tan contento con el gobierno por los pelos que se ha llevado, ni sabemos quién del PSOE tan triste por lo que perdió, ni doña Hilaria tiene por qué tirarse de los pelos por haber perdido el trono del mundo porque, como decía frecuentemente mi padre, todas las parvas tienen sus granzas y nunca se sabe si las cosas son totalmente para bien o para mal o para todo lo contrario y ninguna de las dos cosas. Así es la vida y nunca los triunfadores pueden serlo totalmente por absoluto que parezca su triunfo ni, viceversa, los perdedores tienen que saltarse la tapa de los sesos porque la vida es muy cruel y caprichosa y da muchas vuelta, como el mundo, que no para de zascandilear y variar de signo y de sentido.

Claro que, mientras tanto, que le quiten a don Donaldo lo bailado, que el tío ya ha empezado a calibrar los kilómetros que tendrá el muro o vaya y… vaya si serán muchísimos. Con lo difícil que debe ser averiguar dónde se meten los dos o tres millones de inmigrantes delincuentes para enchiquerarlos o deportarlos a sus países de origen respectivos. En esto la solución puede ser adoptar el expediente del Trigüévido, aquel monstruo agresivo que campaba por sus respetos en el Far West, al que la población le tenía un miedo cerval porque primero los cortaba y luego los contaba. Así sí; así sí le salen las cuentas a don Donaldo y lo mismo son dos o tres, o cuatro millones o cinco o no se sabe cuántos millones de criminales forasteros, sin contar cuántos millones son los delincuentes propios sin contar los de su propia familia. Esos procesos mentales se llaman pa-ra-no-ia y son muy poco aconsejables porque se sabe cómo empiezan pero no cómo acaban. Si no, que se lo pregunten a Adolf Hitler con los judíos, los comunistas y los homosexuales. Menos mal que Hitler y Trump no parecen estar obsesionados con los putañeros y con los que en mi pueblo llaman putisantos, porque entonces estarían topando con la Iglesia y eso, amigo Sancho, son palabras mayores.

Bueno, pues como decía, la vida te da sorpresas y vaivenes, y hay que saber bandearlos, torearlos, dejarlos llegar y luego irse, como en las artes marciales orientales o en la misma tauromaquia, ahora tan perseguida, que aprovecha el impulso de la fiera para burlarla sabiamente dejándola pasar arrastrando el hocico en pos de los engaños, moldeando su embestida, ciñéndose con la cintura a su cornamenta y componiendo la figura sin miedo a morir. Eso sí que lo saben hacer bien los mexicanos y muchos otros pueblos de nuestra Comunidad Hispana de Naciones y nosotros mismos para no ir más lejos… Hasta Rajoy sabe como en su día supo Franco, aunque fuera en beneficio propio.

Por algo a los españoles nos llaman gallegos en Hispanoamérica.

 

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