El cuento de Navidad llegó este año un poco antes de tiempo. En un plató de televisión apareció el papá de Nadia para contar a la respetable audiencia que su hija padecía una enfermedad grave y que necesitaba la ayuda de la gente. Se dio por descontado que la sanidad pública no era remedio para la dolencia de la niña.
El cuento empezó a llenarse de lugares lejanos. De Houston a Afganistán, de Finlandia a Brasil, el padre iba como un desesperado errante en busca de la luz. Pero hacía falta dinero para sostener el sueño. Ya se sabe que el dinero lo soluciona todo.

El corazón tierno de la caridad abrió sus redes. Periodistas, cantantes y reinas de la telebasura llenaron las redes de mensajes. La gente entró en sus cuentas bancarias con el corazón en la mano y en cuatro días se recaudaron 150.000 euros. Todo buen cuento de Navidad merece un final feliz. Aquí disfrutábamos del esfuerzo recompensado del papá y de la ternura caritativa de la gente capaz de hacer posible que un brujo le devolviera a la niña la salud en una cueva de oriente.

Y de pronto la sospecha convertida en saber arruinó la alegría prenavideña. Si los gobiernos trabajan tanto en favor del analfabetismo, si las televisiones se empeñan tanto en convertir la meditación en una sopa de instintos, es porque el saber suele comportarse como un aguafiestas ante los guionistas oficiales del poder. En cuanto alguien se tomó la molestia de informarse, resultó que la niña no tenía esa enfermedad y que el padre era un consumado estafador. Ayudado por la sociedad del espectáculo, había recaudado casi un millón de euros a cuenta de la caridad. Apareció la cucaracha dentro del mantecado.

La lectura oficial enseguida buscó una postura políticamente correcta. El estafador era un sinvergüenza que había hecho un gran daño a la solidaridad y a las campañas de caridad popular, tan necesarias en el mundo de hoy. Como a mí no me gusta comer cucarachas, me niego también a aceptar este mantecado, porque el bicho sigue dentro.

La gran estafa es la caridad. Los grandes estafadores no son los papás de Nadia que hay por el mundo, sino todos los que están sustituyendo los derechos sociales y la sanidad pública por la caridad. No es que tú tengas derecho a un buen hospital, a un buen trato en la frontera, a un trabajo, es que yo soy bueno durante los cinco minutos que hacen falta para dar una limosna.

Los que verdaderamente han dedicado su vida al trabajo social no aceptan que se confunda su militancia con la caridad.

Dicho esto, conviene sacarle algunas puntas más a la historia de Nadia y su papá. Creo que a partir de aquí podemos esbozar una teoría sobre el Estado. Empecemos por asumir que el poder somos todos. Si hay caridad no es por nuestro buen corazón, sino porque a mucha gente no le importa votar y apoyar a partidos que destruyen los amparos públicos y convierten la sanidad en un negocio. Sospechemos después de los nuevos ídolos, esos grandes futbolistas que regalan juguetes el día de Reyes en los hospitales y luego defraudan millones en su declaración de impuestos. Y acabemos por comprender la caradura del pensamiento neoliberal, ese que domina Europa. No es que el Estado deba ser débil para darle protagonismo a la sociedad civil; es que es débil en el cuidado de los ciudadanos, pero muy fuerte cuando se trata de rescatar las pérdidas de los bancos y los constructores de autopistas. El Estado es hoy una propiedad privada de los ricos. Si en la Contrarreforma se llenaron de pensamiento medieval los espacios públicos de la nueva burguesía (honor, linaje, sangre, la vida es sueño, Calderón de la Barca), con el neoliberalismo se han llenado los Estados del bienestar europeos de avaricia capitalista. Quizá no se trata de acabar con los espacios, sino de limpiarlos por dentro.

Pensemos que las novedades pueden transformarse en un medio para renovar los códigos clasistas de siempre: por ejemplo la caridad, tan apreciada por las damas decimonónicas en las novelas de Galdós. Y pensemos para acabar que la historia del papá de Nadia refleja de forma notable el estado de las cadenas de televisión y de los grandes medios. Trabajan para llevar la gran mentira a nuestros corazones.

Merece la pena convertir el cuento navideño de Nadia y su papá en una fábula protagonizada por animales.

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