En estos últimos días estoy recuperando los veinticinco relatos que aparecen en mi libro electrónico “Cabos sueltos”. Nadie me lo pidió, pero cuando Editorial Transbooks lo puso en Amazon, decidí no hacerme la competencia yo mismo y dejé sólo el inicio de cada cuento y los comentarios que en su día generó. Ahora, cumplido el plazo que me vinculaba por contrato con la editorial, estoy poniendo de nuevo el texto completo de cada cuento.

Otra decisión: voy a volcar a este blog los relatos que escribí el anterior. No los voy a incluir en la categoría Relatos, sino en Complicidades y siempre llevarán la etiqueta “Relatos recuperados”.

Empiezo la serie con Lavadero, del día 2 de enero de 2010, un cuento sutil, casi sin trama, casi una estampa literaria, pero denso y creo que lleno de sugerencias. Recupero también la bellísima imagen que me envió Miguel Cobo Rosa.

RELATOS RECUPERADOS. 1: LAVADERO

 A Fuen, sin más palabras.

       Conchita corre sudorosa por el camino de tierra, levantando una pequeña polvareda cada vez que estampa la suela de cáñamo de sus alpargatas. Un cielo plomizo sirve de pantalla a un sol caliginoso e inclemente. Al entrar al lavadero, siente el fresco del agua y se le ilumina la sonrisa al ver a su abuela y a su hermana Paqui.

      -¡Conchita! Pero, ¿qué haces tú aquí? -pregunta Paquita, sorprendida al verla.

      -Sabía que veníais hoy y le he dicho a mi señora que si podía ayudarte a llevar la ropa al volver –las hermanas se besan efusivamente y Conchita se abraza a su abuela, que apenas se da cuenta de nada, perdida en su acabamiento-. Es que tenía muchas ganas de veros. Os echo mucho de menos, ¿sabes? -mira la cesta de ropa sucia y ve que hay mucho que lavar, mucho que restregar. ¡Pobre Paquita, que se lo carga todo! La chiquilla piensa que, sirviendo en casa de su señora, va a tener una vida más cómoda que su hermana-. ¿Cómo sigue padre?

      -Pues como siempre… Tan triste, que me asusta. La muerte de madre y las palizas que le dieron en el penal… ¿Y tú? ¿Te apañas sirviendo? ¿Cómo es tu señora?

      Sabe perfectamente cómo es doña Fermina, pero quiere que su pequeña se le abra y le cuente lo que todos saben en el pueblo, pero de la forma más espontánea posible, como lo hacen las niñas que acaban de cumplir doce años y aún no están maleadas por la vida, ni por la guerra, el hambre o la miseria moral.

      -Buenísima. Muy cariñosa, ¿sabes? Conchita, haz esto por favor… haz lo otro si no te importa… Yo creía que servir era otra cosa, que con lo de padre… me iban a… no sé cómo decirlo, Paqui, pero…

      -Vamos, que tú creías que la señora, con ser la viuda de don Ramón, iba a refregarte siempre lo de padre… -y Paquita se solivianta en su interior: que estuvo con los rojos, que siempre fue un rojo, que si está vivo es porque su marido le echó un capote antes de matarse con el coche en plena borrachera con sus amigos falangistas… quizás fue lo único decente que hizo en su vida… ¡menudo zángano!

      -Pues nunca me ha dicho nada de padre, ¿sabes? Sólo me dice que debo parecer una señorita y me da clases por las tardes. Estoy mejorando en lo de leer y escribir y en eso de las cuentas. Y también me habla de mi cuerpo, que debo ser pura, me dice… que mi cuerpo es de Dios y no mío, que nunca se me ocurra tocarme… cosas así. Me dice que ella, incluso siendo casada, era pura. Yo no sé qué me quiere decir, pero me figuro –aquí Conchita se da media vuelta para evitar la mirada de la abuela y a media voz sigue- que son las cosas que hacéis los mayores… Yo le contesto: “Lo que usted diga, señora”, y ya está…

      -Que tu cuerpo es de Dios… no está nada mal, no… ¿Y el suyo? ¿Te ha dicho de quién es el suyo? ¿Y el de los falangistas jóvenes que don Ramón se trajinaba? Malditos hipócritas, han ganado la guerra, han convertido esto en una parroquia de beatas, en un cementerio que se llena poco a poco en todas las cunetas, en todas las tapias… y se atreven a decirnos lo que es bueno y lo que es malo, a intentar que nos gusten sus cosas…, ¡si es que somos muy distintos! -piensa la hermana mayor, sonriendo a su pequeña para disimular, para no hacerla partícipe de sus odios de persona adulta, para que la rabia no se enquiste en su alma joven, para evitar que meta la pata-. ¡Pues vaya cosas que te dice tu señora! Mira, Conchita, no todo es como lo ve ella, ¿sabes? Cuando tú te hagas mujer ya comprenderás que… ¿Qué te pasa, chiquilla? ¿Por qué te pones colorada?

      -Es que… ya me he hecho mujer… vamos que ya me ha venido y…

      -¡Ay, mi niña! Dame un beso, preciosa. Y ten en cuenta que ser mujer es muy difícil… -y con estos cabrones mandando, peor, piensa.

      -Paqui, estoy aprendiendo mucho. A leer, a escribir y cuentas, ya te lo he dicho, pero también de cosas de la vida. De una guerra más mala todavía que la de aquí, de países que hay en el mundo, de buenos modales, de cómo deben ser los andares de una señorita… y a rezar. Por las noches, enciende el carburo y las dos nos ponemos a limpiar las lentejas o los garbanzos del día siguiente mientras rezamos el rosario, que es siempre igual y termina con una cosa que no entiendo, pero que se tiene que contestar diciendo siempre “orapronobis”… Yo lo digo mientras pienso en madre o en vosotros y ya está. Eso sí, los domingos vamos a misa de alba las dos juntas. Me hace que me dé un baño con agua calentita y me cambie de muda. No me gusta que me mire mientras me enjabono, que ya estoy fraguando y ella mira que te mira…

      -¡Pues dile que se salga! -esa zorra es capaz de malearme a la chiquilla, piensa Paqui con aire grave.

      -Y otra cosa que me da risa: me hace cortar las hojas del periódico, que se llama ABC, en dos mitades y las cuelgo en un gancho que hay en el corral, bueno ella me ha enseñado a decirle el excusado, y sirven para cuando… bueno ya me entiendes, no te rías… eso sí, me hace repasar todas las hojas para que no haya cruces de muerto, porque dice que no se debe ofender a la cruz usándola para esas cosas…

      -Oye, hermanita, ¿y no te habla de Franco?

      -Pues no, nunca. Tiene en la sala la camisa azul de su marido, con los correajes, como si estuviera el muerto dentro y la mira cada vez que pasa… Me dice que murió por la patria, pero yo tenía oído que se mató porque iban borrachos y el coche se cayó al barranco, ¿no, Paquita?

      -Mira, Conchita, a estos se les llena la boca de la palabra patria, pero la han vendido y además el negocio les ha salido bien rentable, así que tú piensa con la cabeza y que no te engañe la santurrona… Pero, abuela, ¿por qué llora usted? Si eso ya es agua pasada, mujer… yo lo que quiero es que a la niña no la engañen y que sepa por qué padre está como está y por qué el tío Pedro se echó al monte y por qué la vida está hecha para esta gentuza y no para nosotros… Tiene que aprenderlo, que no se la coman, como nos han comido a todos en la familia… Venga abuela, no llore… -y las dos hermanas abrazan a la anciana con ternura y con las lágrimas a punto.

      -Paqui, en casa de mi señora hay agua que sale por un grifo. Te gustaría, porque así no tendrías que venir a lavar aquí, tan lejísimos. El agua viene por un tubo de plomo desde un contador que hay en la calle y sale en la cocina, en el lavadero y en el excusado y ahora van a poner un depósito en el tejado porque dice que va a hacer un cuarto de baño y que van a poner una cosa que se llama bidé.

      -¿Y eso que es?

      -Yo se lo pregunté y sonrió como con una cara de algo que no está bien, no sé si me entiendes, es que no sé cómo decirlo… y después me dijo que era una cosa con forma de guitarra donde cada cual se toca su fandango y ahí se reventó de risa y ya me figuré que tenía que callarme y esperar a que ella me quisiera decir más, que hay veces que se enfada y me regaña si le pregunto mucho…

      -Estos ricos son muy suyos, Conchita, pero tú me lo cuentas todo, que yo también quiero aprender. Anda ayúdame con esa ropa, que nosotros no tenemos agua que nos llegue por ningún tubo, sino que la que es limpia tiene que venir aquí a desriñonarse restregando los trapos… ¡Ay, la vida! Unos nacen con estrella y otros estrellados… Y cuando creíamos que todo iba a ser más justo… don Ramón y todos los que son igual de canallas que don Ramón… ¡Y tanto muerto y tanta cárcel! ¡Qué vida más injusta!

lavadero

      -¿Y tu Manolo? ¿Cómo le va en Barcelona? ¿Te vas a ir con él?

      -No mientras tú seas una niña. Ahora yo cuido de padre y de la abuela, pero algún día tú serás ya una mujer y tendrás que dejarme libre para que yo me case con Manolo y me vaya a vivir con los catalanes… Dice que son buena gente, pero muy distintos… No sé, a mí me da miedo… tan lejos… una ciudad tan grandísima… Pero ahora tengo que estarme aquí -hace un gesto resignado.

      -Así que ahora, a servir en casa de doña Fermina y dentro de unos años a cuidar a los dos viejos…

      -Conchita, ellos han cuidado de ti todos estos años y lo de doña Fermina es más bien por el hambre que se pasa en casa. Tú por lo menos comes todos los días, que tu señora tiene medios…, ya me dirás, si hasta se da el capricho de un cuarto de baño con eso que has dicho…

      -Sí, pero yo me cambiaba por ti, que a mí no me da miedo irme lejos…

      -Ay, chiquilla, que me parece que estás un poco loquilla… -las dos hermanas se ríen y Paquita le tira de la barbilla y le da otro beso lleno de ternura.

      El sol ha bajado y deja ver algún tono rojizo en el ocaso a través de la densa calima. A lo lejos se oyen las ranas de la charca y de cuando en cuando, entre los juncos, aparece una libélula. El aire sigue siendo sofocante, y el pueblo, a lo lejos, se adivina aún más caluroso. Las dos hermanas cogen el cesto con la ropa a medio orear y, tirando cansinamente de la abuela, vuelven hacia las casas.

      -Conchita, lo que más echo de menos son las coplas que cantabas en la casa. Anda, canta algo bonito.

      Y Conchita, tras carraspear un instante, empieza a cantar:

      A la puerta de un rico avariento

Llegó Jesucristo y limosna pidió.

Pero en vez de darle una limosna

los perros malditos se los azuzó,

y Dios permitió

que al momento los perros murieran

y el rico avariento pobre se quedó…

      La niña se entona con gracia y su garganta arranca prodigiosos tonos a la canción de campanilleros. La abuela parece recordar algo y se le ilumina el semblante, como si saliera de su laberinto, y Paqui sonríe con ternura a su niña chica. Unas golondrinas surcan el cielo en vuelo rasante y por un momento el mundo parece un lugar más habitable.

Alberto Granados

 

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