Lo mejor de la vida no atiende a planes o programaciones. La mayoría de las veces basta con dejarnos llevar, con permitir que las cosas sucedan por sí mismas, con la sutileza de la casualidad, con la apertura de quien es humilde y no espera nada, pero en verdad… lo sueña todo.

Es posible que ya hayas oído hablar de la ley de la atracción. Según este principio, las personas deberíamos ser capaces de conseguir o de llegar a ser aquello que deseamos gracias a esas unidades energéticas que se emanan de nuestros propios pensamientos y emociones.

Bajo esta perspectiva entraría pues esa famosa frase de “te conviertes en lo que piensas” y de que en el Universo existe una especie de ley de atracción donde el propio pensamiento nos hace alcanzar nuestros objetivos. Bien, no es nuestro propósito criticar o defender este enfoque, porque en realidad, las cosas pueden llegar a ser mucho más sencillas.

Dejando a un lado esa especie de atracción mente-universo, podríamos decir que la vida, es un maravilloso cúmulo de casualidades donde la felicidad puede esconderse en cualquier esquina, en cualquier rincón. No obstante, no todos pueden ser lo bastante receptivos para poder verlo, para dejarse llevar.
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No es cosa de magia, sino de apertura, de querer ver, de salir de la zona de confort y de abrir esas puertas interiores que todos tenemos para permitirnos segundas oportunidades. Si uno se conciencia de que merece ser feliz, ya está haciendo algo grandioso por sí mismo.

Se está “reconociendo”, está nutriendo ese vínculo y esa autoestima donde las cosas pueden empezar a ser mucho más fáciles. Porque la vida no se planea y en muchas ocasiones se empeña en llevarle la contraria a los planes que hemos hecho con toda nuestra ilusión.

La vida simplemente sucede y hay que subirse a ese tren para experimentarla al máximo.
Reflexionemos sobre ello.
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