En el 30º aniversario del programa, la Comisión Europea estima que han nacido un millón de ‘bebés Erasmus’, y que uno de cada tres estudiantes se enamora en el extranjero

Teresa Udaondo conoció a Raffaelle en Berlín. Él era un Erasmus italiano y ella estudiaba tercero de filosofía con la misma beca. Tras un año de relación a distancia, él se mudó a Madrid, y ahora tienen a Isabella, una ‘bebé Erasmus’ de diez meses. Teresa le habla en español y Raffaele en italiano; el reto, explican, está en que la niña no se confunda si les escucha hablar entre ellos en la mezcla de lenguas que ellos han bautizado como ‘itañolo’.

Su caso no es excepcional: según la Comisión Europea, el 27% de los estudiantes que vivió en el extranjero con una beca Erasmus conoció a su pareja durante el intercambio. Se estima, también, que en 2014 habían nacido un millón de ‘bebés Erasmus’, hijos de estas parejas multiculturales.

Es un éxito para un programa que nació para fomentar la sensación de pertenencia a Europa ya que, probablemente, pocas cosas exalten más este sentimiento comunitario que un hijo con dos nacionalidades, que hable con cada abuela en un idioma distinto. Cuando parece que los cimientos de la Unión Europea se tambalean, en tiempos de Brexit y euroescepticismo, el Erasmus es un pilar que se demuestra más fuerte que nunca. El programa de intercambio europeo cumple 30 años, en los que 9 millones de personas se han beneficiado de esta beca para estudiar, trabajar o hacer un voluntariado en el extranjero.

Los hijos del Erasmus

Udaondo, que ahora trabaja, precisamente, en el Servicio Español para la Internacionalización de la Educación (SEPIE), recomienda a todos los jóvenes participar en el programa. “Vuelves con ganas de comerte el mundo”, asegura. “A mí me cambió la vida en todos los aspectos: en lo personal, me aportó seguridad en mí misma en unos años de decisiones cruciales; pero también volví con una clarísima vocación por lo público y por Europa, hablando cinco idiomas con bastante soltura, y habiendo adquirido conocimientos y habilidades que me han sido muy útiles a lo largo de mi carrera profesional”.

“Para mí, en una palabra, fue un año genuinamente feliz”, afirma. “Conocí gente increíble, viajé, disfruté muchísimo con otra forma de dar clases y de plantear vida universitaria. Descubrí países y formas de entender la vida que me sorprendieron y me abrieron muchísimo la mente, y forjé una cantidad de recuerdos que serán sin duda imborrables. Irme de Erasmus fue una de las mejores decisiones de mi vida”.

España, el rey del Erasmus

Solo en 2015 un total de 678.000 europeos pudieron vivir esta experiencia de estudiar, trabajar o formarse en el extranjero gracias a Erasmus+, una cifra “sin precedentes”, según la Comisión Europea. Y España es un país clave: es el que más estudiantes recibe, seguido de Alemania y Reino Unido, y ocupa el número dos en envío de participantes, mientras que Alemania y Francia son el primer y el tercer país, respectivamente.

Los hijos del Erasmus

El programa, que empezó dirigiéndose exclusivamente a estudiantes de educación superior, se ha ampliado y ahora ofrece también oportunidades de formación profesional, educación primaria y secundaria, educación de adultos y deporte. Desde 2014 Erasmus+ reúne todas estas iniciativas en un solo programa.

Aunque el dato del millón de ‘Euro-bebés’ no es más que una extrapolación –multiplica la estadística de estudiantes que encuentran pareja por la media europea de hijos (1,6), como explicó el diario francés Libération-, es evidente que las ‘familias mixtas’ son cada vez más comunes dentro de la generación Erasmus.

Los hijos del Erasmus

Otro ejemplo notable es Matthieu Saglio, violonchelista, que estudiaba ingeniería agrónoma en Nancy cuando conoció a una Erasmus valenciana. Al año siguiente, fue él quien pidió el intercambio a Valencia, donde ahora, quince años después, vive con ella y sus tres hijos de doble nacionalidad.

«El violonchelo de los mil acentos»

Saglio, que se autodefine en su web como “el violonchelo de los mil acentos”, solo llegó a trabajar un mes como ingeniero agrónomo. En seguida se pasó a la música, donde la multiculturalidad, como en su vida privada, también ha tenido gran protagonismo. Ha tocado flamenco (“Flamenco-jazz”, afina), música africana, folk, árabe, afro-jazz… “Siempre me ha interesado ese lado de la música: cómo actúa como lazo entre culturas y entre gentes”, cuenta.

Cuando la pareja se conoció, él se defendía bastante bien en español, pero ella no hablaba ni una palabra de francés. Luego aprendió, claro, pero en la familia el idioma ‘natural’ es el español. Sus tres hijos hablan con ellos en castellano, aunque van al liceo francés. “Como sé que hablan francés todo el día en el colegio, yo no me obsesiono con el idioma ni les pongo reglas en casa”, explica. “Y cuando vamos a Francia se comunican sin problemas con sus abuelos y sus primos”.

Matthieu y su familia francoespañola.
Matthieu y su familia francoespañola. / R. C.

Culturalmente, no se les ha hecho difícil. “Nada más allá de las diferencias que siempre hay entre dos familias. Puede que el hecho de no ser del mismo país las acentúe, pero eso es, en realidad, lo bueno de nuestra situación: nos da la oportunidad de sacar lo mejor de cada lado. Los niños tienen dos idiomas, dos culturas y dos nacionalidades. Les sale de manera natural: simplemente tienen unos abuelos en la playa de Alicante y otros en Bretaña”.

‘Actitud Erasmus’ ante la vida

Pero, ¿por qué se forman tantas parejas? Teresa Udaondo cree que es natural: “La familia Erasmus que nace durante esta experiencia es un fenómeno muy interesante: reúne a gente que viene de contextos muy diferentes, pero que instantáneamente tienen muchísimo en común al participar en el programa. Probablemente, lo esencial es la ‘actitud Erasmus’ ante la vida: optimismo, apertura a actividades nuevas, entusiasmo compartido ante los planes que vayan surgiendo, y ganas de hacer nuevos amigos. Con esa actitud, y esa ‘hoja en blanco’ que es empezar un año nuevo en el extranjero, estás más abierto a conocer a alguien”.

“También puede ser que la experiencia te cambie, a mejor, y que vivir esa transformación al lado de otra persona cree un nexo muy especial entre ambos”, reflexiona. “Yo fui una versión muy ‘feliz’ de mí misma en Berlín, y ahora Raffaele me recuerda todos los días ese aspecto de mí misma que descubrí allí”.

Teresa, como el 83% de los jóvenes, según la CE, está segura de que el programa Erasmus fomenta el sentimiento europeo. “Yo creo que se puede considerar el buque insignia del proyecto europeo. Pienso que las nuevas ‘generaciones Erasmus’ entendemos Europa de una manera mucho más rica y cercana que nuestros padres: quizá para ellos fuese un ‘proyecto’, un ‘espejo en el que mirarse’ o un ‘ideal que seguir’; para los jóvenes Europa es una realidad tangible, que tiene nombres y apellidos, de personas, de sitios, de experiencias y recuerdos, y sabemos que los europeos compartimos un acervo intangible cultural, de principios, de valores, que supera con creces las diferencias y que nos une como ciudadanos europeos”.

Los hijos del Erasmus

Matthieu Saglio también está convencido de que el Erasmus ha sido, y sigue siendo, una piedra angular en la construcción de Europa. “Creo que es mucho más importante de lo que parece”, afirma. “Por un lado están los grandes acuerdos políticos y proyectos económicos; pero esta es una construcción desde el interior de Europa, directamente desde la gente, desde los estudiantes, que son una fuerza viva muy importante”.

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