No he pasado más vergüenza desde el intento fallido de Tejero, en que quedamos ante el mundo como el país que éramos entonces.

Mi madre, que estaba en mi casa de Jaén por no recuerdo qué asunto médico, tenía lágrimas en los ojos y no hacía más que repetir: “¡Qué vergüenza, la Guardia Civil…!” y es que era hija de un Coronel del Instituto Armado. Aparte del peligro de involución de aquella intentona, yo sufría por su sufrimiento. Afortunadamente, la asonada fracasó y España entera reafirmó su compromiso con la democracia.

        Lo de hoy no llega en una democracia recién estrenada, sino en un sistema ya consolidado y con una Constitución que nos ha unido y permitido convivir pacíficamente, aunque se ha quedado obsoleta. Pero he sentido la misma vergüenza de entonces.

        Vergüenza por ver el empecinamiento de Puigdemont por sacar adelante una pantomima que nos deja ante nuestro entorno europeo y occidental como el país bananero que somos y seremos durante mucho tiempo. Todos sus argumentos me parecen inservibles. En realidad no hay más interés que el económico: zafarse de sus obligaciones solidarias recogidas en la Constitución (no aportar tanto al resto del Estado, en definitiva, y a las comunidades más pobres que lo sigan siendo en una falta de solidaridad que no me extraña). Y, por otro lado, evitar la acción de la justicia española: siendo un Estado unilateralmente separado, el clan Pujol y el resto de la panda de sinvergüenzas que se han estado llevando el 3% durante años quedarían inmunes. Además, para celebrar el “éxito” democrático de la nueva república, ya se sacarían una amnistía para dejar en agua de borrajas los procesos pendientes. Para ello han estado esparciendo consignas separatistas que han hecho el efecto pertinente y han convertido a la siempre inteligente Cataluña en una zona que ha dejado en suspenso su pensamiento crítico para acoger el discurso que hábilmente se les ha impuesto y que no resiste el menor análisis. Me planteo qué dirían los partidarios de la independencia, esos que han usado argumentos como “derecho a decidir”, “libertad” o “democracia, si dentro de unos años una zona de la nueva República Catalana decidiera independizarse para crear un mini-estado independiente o anexionarse a Aragón o Andorra. ¿Se volverían las tornas? ¿Cómo repararían las acusaciones que algunos nos hemos llevado por defender unas ideas en contra de todo este montaje?

Imagen de Carles Ribas en el País Hombre abatido en La Barceloneta

        Vergüenza por las cargas policiales, absolutamente desproporcionadas, que me han hecho recordar los tiempos oscuros del dictador. La ofensiva de Rajoy para parar el proceso ha sido un desastre. Se ha limitado, durante años, a esconderse en las leyes y en los jueces, como si el problema de Cataluña no le tocara resolverlo a él. Tal vez pensó que ante las amenazas judiciales y la presencia de las fuerzas armadas, la gente se frenaría. Se equivocó, una vez más, y, como el bombero que intenta apagar un incendio con gasolina, sus medidas han provocado el efecto contrario: ha aumentado el deseo independentista e incluso quienes no desean salirse de España han llegado a exigir un referéndum legal, algo que hubiera supuesto un largo período de negociación, pero los procesos pendientes por corrupción no podían esperar.

Imagen de Samuel Sánchez en El País: Desalojo y retirada de urnas del Instituto Jaime Balmes

        Vergüenza por la interpretación que ambos partidos han sacado a los medios: la Vicepresidenta Sáenz de Santamaría (su jefe ni ha concurrido ante la nación a estas horas), y el Presidente Puigdemont. Este se afana en demostrar que lleva razón, aunque sabe perfectamente que no, que no solo no lleva razón sino que ha recurrido a las más vergonzosas prácticas mafiosas: ha usado de escudos humanos a la población civil enfervorecida por su momento de gloria, ha laminado la legislación sobre consultas electorales al no disponer de censo serios, ni de colegios electorales normalizados, ni de medidas de seguridad, ni de cautelas en el uso de datos personales… ¿Se puede ser más marrullero? Está claro: no trata de llevar razón, sino de salirse con la suya, como un niño díscolo acostumbrado a que no se le niegue capricho alguno. Pero no es un niño, sino el presidente de una comunidad autónoma. Por su parte, la Vicepresidenta del Gobierno se ufana de que no se ha celebrado el referéndum, cosa que también es mentira, pues al menos una sustantiva parte de los catalanes que deseaban votar lo han hecho. Y es que estos políticos nos tratan como si fuéramos imbéciles o nos tragáramos las ruedas de molino que nos sueltan.

        Vergüenza por el nivel de división a que se nos ha llevado a toda la sociedad. Ya no es que haya partidarios y detractores de la independencia, ya es que entre estos últimos hay quienes desean simplemente que se cumplan las leyes y quienes aprovechan el desaguisado para reflotar la derecha más repugnante y sacar imágenes de Franco, cantar en las manifestaciones el Cara al Sol y otras lindezas que yo creía que ya eran cosas del pasado y que el problema catalán ha hecho reaparecer. Lo que nos faltaba.

Duelo a garrotazos (o las dos Españas), de Francisco de Goya

        Vergüenza porque Puigdemont y Rajoy aún no han presentado la dimisión: son los responsables directos del mayor descalabro que la democracia española ha sufrido hasta ahora.

       Vergüenza anticipada por las cabeceras de mañana en la prensa internacional, que van a hacer un retrato-robot en el que no vamos a salir muy favorecidos.

        Tan vergonzoso todo como el fallido golpe de Tejero. O más.

Alberto Granados

 

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