Tiempo, trámite, observación y dar tiempo a que la razón se imponga a la emoción porque nos jugamos mucho. La democracia española es garantista, y es una suerte que sea así

Muchos oyentes, amigos o conocidos no periodistas nos confiesan haberse perdido ya en la agenda de la crisis catalana. Tras la solemnidad del sábado al anunciar Rajoy la aprobación del paquete de medidas para aplicar el 155 daba la impresión de que todo sería inmediato, y preocupados, temerosos y cansados, asisten desconcertados al baile de fechas para los plenos del Senado y el Parlament de esta semana, al debate sobre si Puigdemont va a acudir o no a las Cortes Generales y qué día, sobre qué consecuencias tiene esa comparecencia y lo que pase en el Parlament.

Probablemente los medios, en el afán de simplificar este complicadísimo asunto tengamos nuestra parte de responsabilidad en la confusión. Vaya por delante el mea culpa por la parte que nos toque. Porque no hablamos solo de un gobierno rebelde, el catalán, que lo es en este momento, el problema se ve en toda su envergadura por el apoyo que tiene detrás. Y por la otra mitad de catalanes que no lo apoyan.

No, nada se ha arreglado todavía, ni se arreglará fácilmente pase lo que pase esta semana. No hay soluciones mágicas y, por fortuna, la democracia tiene sus trámites y la española están cumpliendo con los suyos a la hora de tramitar el 155. Y el trámite dice que esta semana hay que debatirlo en el Senado, hay que escuchar, si viene y parece que sí, las alegaciones de Puigdemont, atenerse al principio de realidad por si las cosas cambian y solo después votar en el Senado y convocar un nuevo Consejo de Ministros. Tiempo, trámite, observación y dar tiempo a que la razón se imponga a la emoción porque nos jugamos mucho

La democracia española es garantista, y es una suerte que sea así.

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