¿Y por qué me equivoqué? Porque medí mal a los contendientes. Ahora el peligro es el contrario: subestimar la fuerza del independentismo y sobreestimar la del constitucionalismo

Algunos seguidores de estos comentarios criticaron ayer que había anunciado un viernes negro con riesgo de confrontaciones y que hoy hablaba de la blanda resistencia del independentismo, en KO técnico tras la inteligente maniobra de Rajoy. Es una crítica merecida por el error del pronóstico, porque me equivoqué. Aunque es un error que celebro, naturalmente, porque lo del viernes negro es lo que yo temía, no lo que yo deseaba. ¿Y por qué me equivoqué?

Porque medí mal a los contendientes. Y ahí es donde hay un aspecto que puede ser de interés más general. A los independentistas los medí mal porque después de ver la osadía con que se saltaron la legalidad los días 6 y 7 de septiembre les creía determinados, no ya proclamar la independencia, que es lo que hicieron, sino a asumir todas sus consecuencias, fueran las que fuesen, desde el minuto siguiente. El zigzagueo de Puigdemont, la votación secreta y el repliegue a la carrera tras una modestísima celebración, me demostraron que les había sobrevalorado. Medí también mal a Rajoy.

Porque situé el foco en la aplicación del 155, y de ahí mi temor a los choques, cuando resulta que el presidente lo desplazaba hábilmente hacía una inmediata cita electoral en apenas 50 días. Un gran movimiento político que no esperaba. Había infravalorado a Rajoy. El viernes no fue negro, por fortuna, espero que no lo sea ningún día.

Subestimar, sobreestimar, son dos grandes pistas de patinaje. Quisiera recordarme y recordar que sobrevalorar e infravalorar son pecados de vocación pendular, por lo cual, ahora el peligro es el contrario: subestimar la fuerza del independentismo y sobreestimar la del constitucionalismo. O algo peor: dar por resuelto el problema de Cataluña y el territorial de España con las elecciones del día 21 de diciembre.

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