El cava usa vidrio de Zaragoza y corcho de Extremadura. El boicoteo amenaza también a esos productores.(Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 18 de diciembre de 2005)

El gran símbolo comercial de Cataluña, el cava, no es tan catalán en realidad. Las viñas del Penedès aportan una espléndida materia prima, pero buena parte de los proveedores están radicados en otras comunidades. La producción de una pequeña bodega de la zona incluye vidrio de una fábrica de Zaragoza -propiedad de una multinacional francesa-, corcho de Extremadura, cápsulas de la Rioja alavesa, etiquetas de Murcia y cajas de madera de Castellón, explica el consejo regulador. O sea, unidad de mercado en estado puro (si bien gaseoso), pese a que algunos se empeñen en ignorarlo. ¿Boicoteo al cava por el Estatuto? «La idea es idiota a más no poder», escribía Javier Marías hace una semana. Una frase que suscriben los proveedores no catalanes del cava. «La campaña es una solemne tontería. ¿Tiene alguna lógica que la crispación pueda poner en peligro puestos de trabajo en Aragón?», se pregunta José P., empleado de una de esas fábricas.

Las listas negras que corren por Internet han servido para duplicar las ventas del cava extremeño y, de rebote, para caldear algunas audiencias. Han provocado anécdotas como el agradecimiento -con toda la sorna- de un bodeguero de Valladolid, Carlos Díez, por las «desafortunadas» declaraciones de Josep Lluís Carod Rovira contra la candidatura olímpica de Madrid, que fueron la mecha del penúltimo boicoteo, y que han permitido a su empresa, Saboreal, sortear la amenaza de cierre. Y han suscitado también grandes paradojas. Bodegas Bilbaínas ha agotado ya todas las existencias de su cava, Royal Carlton. 96.000 botellas. Ni la enseña, ni el nombre de la bodega, ni la sede social -Haro (La Rioja)- hacen sospechar la existencia de algún lazo comercial con Cataluña. Ni por asomo. Y de ahí parte del éxito. Pero ese cava pertenece al grupo catalán Codorníu, cuyas ventas globales bajaron un 4% el pasado año -fundamentalmente por el boicoteo, según la empresa-. La caída es similar a la experimentada por el líder del sector, Freixenet, en 2004.

El cava es sólo un ejemplo. Sucede exactamente lo mismo con todo tipo de productos: ropa, muñecas, coches, gafas, cualquiera de los bienes y servicios que aparecen en las múltiples listas negras que circulan por ahí. Las empresas que los producen tienen sus domicilios sociales en Cataluña. Pero los proveedores son chinos, indios, alemanes, valencianos, andaluces, madrileños, de cualquier parte. El dinero no tiene patria, dice el tópico. Las empresas así lo ponen de manifiesto. Sólo hay que destripar cualquier producto de la estantería del supermercado para comprobar que detrás de la empresa que lo produce se esconden otras de origen muy diverso.

Hay mil ejemplos. Una de las muñecas más vendidas en España, de una conocida firma catalana, se fabrica íntegramente en Valencia, epicentro de la zona donde más incidencia está teniendo el boicoteo. El típico bote de pintura de uno de los grandes fabricantes catalanes contiene materia prima del Penedès -como el cava-, pero también de Rusia y Albacete. Los envases de plástico son navarros, y las latas de aluminio proceden de Portugal.

Esa diversidad es una constante. Una gran cadena de distribución textil con sede en el Vallès -el corazón industrial de Cataluña- compra «en España» el 40% del tejido: ni siquiera distingue entre proveedores catalanes y no catalanes. El resto procede de EE UU, Asia y otros puntos de Europa. Y la confección se realiza en su totalidad en el exterior: China, Marruecos y Europa del Este. ¿Ropa catalana? «Nuestros productos son catalanes y, en consecuencia, españoles y europeos. Es increíble que lo tengamos que decir a estas alturas», asegura el presidente de la patronal Fomento, Juan Rosell.

«Boicots como el actual no tienen sentido en una economía globalizada, en la que no existen productos absolutamente autóctonos de ningún tipo», abunda Juan José Guibelalde, presidente de Aecoc, asociación de fabricantes y distribuidores de empresas de gran consumo.

Las amenazas aisladas de cierre de depósitos en cajas de ahorro catalanas también suponen cierta incoherencia en términos de catalanidad. Con la expansión de sus oficinas por toda España, las cajas generan buena parte de sus empleos fuera de Cataluña. Si se cerraran cuentas masivamente, algo que según las entidades consultadas no ocurre, quienes más sufrirían serían las oficinas de fuera de Cataluña. Con empleados, obviamente, de origen no catalán. Cuando, hace pocas semanas, Ricard Fornesa, presidente de La Caixa, reivindicó la españolidad de la entidad, recordó que el 60% de la organización, incluyendo trabajadores, oficinas y clientes, está radicado fuera de Cataluña. Algo parecido ocurre con las autopistas: las radiales R-3 y R-5, en Madrid, son de capital catalán. ¿Hay que dejar de utilizarlas por ese motivo? ¿Qué pasa con los empleados?

La incitación al boicoteo tiene algunas caras fácilmente identificables, más allá del anonimato que ofrecen Internet y los móviles. Federico Jiménez Losantos agitaba en la radio de los obispos, la Cope, a finales de octubre: «Lo del boicot del año pasado va a ser una broma al lado del de este año». Curioso: el radiofonista tiene varios libros publicados en Planeta, editorial que aparece en varias de esas listas de productos perseguidos y cuyos dueños -la familia Lara- figuran en la propiedad de dos diarios tan distantes como el Avui y La Razón; su último libro en esa casa se titula El adiós de Aznar.

* https://elpais.com/diario/2005/12/18/espana/1134860402_850215.html

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