El rollo que no cesa: constitucionalmente somos un país aconfesional, pero en la práctica diaria la iglesia católica cuenta con una insultante prevalencia que me resulta injustificable y la grey católica tiene una disposición, parece que congénita, a sentirse ofendida en sus sentimientos religiosos a la menor broma, a un simple tweet o un meme que sobrevuela las redes.

Todo sería anecdótico si los jueces tuvieran claro que la iglesia católica, como cualquier otra confesión, solo tienen una autoridad moral sobre los fieles que voluntariamente acaten el dogma y la moral católicos, siendo nula en los demás casos; si la institución fundada por Cristo asumiera que su reino no es de este mundo y que los temas políticos son competencia exclusiva de los cargos, electos o designados, que tienen la obligación de llevar a cabo las medidas políticas que en cada caso se requieran; si se aceptara que el humor, incluso el más chabacano o despiadado, es solo una válvula de escape del espíritu humano y que no tiene por qué autocensurarse en razón de esa moderna filosofía de lo políticamente correcto, una forma encubierta (una más) de censura. Ya estoy harto de ver sentencias en que se arruina la vida de alguien por haber publicado en las redes una simple broma, por zafia que pueda ser, mientras los políticos, empresarios y famosos corruptos quedan impunes una y otra vez, pese a que nos están empobreciendo a todos. ¿Hemos perdido el norte definitivamente?

Obispos haciendo el saludo fascista (Imagen tomada de laiscismo.org)
La iglesia asumió sin el menor reparo ético los postulados del franquismo, al que recubrió de ideología católica en el vano intento de enmascarar la realidad: que unos generales ambiciosos se habían rebelado contra el gobierno legal para hacerse con un poder absoluto e inmisericorde, secuestrando a un país durante cuarenta años de partido único, censura de prensa, ausencia de libertades civiles, durísima represión que llenó de muertos nuestras cunetas y, eso sí, una escenografía religiosa más propia del barroco que del s. XX. Algo tan repugnante, tan violento y tan revanchista que la iglesia católica camufló y justificó con una desvergonzada complicidad. La iglesia obtuvo a cambio la prevalencia social, la presencia en las Cortes franquistas, el estar presente en la legislación, en el centro mismo del poder.
Pero tras la Constitución de 1978, en vez de asumir su nuevo papel (el de una institución desprovista de poder civil y vinculada exclusivamente a la conciencia de sus fieles) ha seguido maniobrando y movilizando a su grey, de manera que no ha cesado de presionar en temas legislativos tales como el divorcio, el aborto, los matrimonios homosexuales, la asignatura de Educación para la Ciudadanía y la legislación educativa, ni de reclamar un dinero y unos bienes que no le pertenecen, demostrando que su espiritual universo es bastante más de este mundo de lo que evangelio asegura.
En los últimos años, y siempre aprovechando leyes de la derecha (también del PSOE, que conste), ha inmatriculado bienes culturales y edificios notables, entre los que destaca la mezquita de Córdoba, que ellos llaman ahora catedral; han intentado vender de tapadillo a Shoteby’s unas vigas de la época del califato de la mencionada mezquita para que se subastaran; no tiene que pagar el IBI, como hacemos el resto de instituciones y ciudadanos; cobran entrada a sus museos y monasterios, entradas que no pagan IVA ni liquidan en Hacienda porque se consideran un donativo voluntario, mientras los libros pagan un abusivo e injustificable 21%…, por no hablar de casos de pederastia que obtienen benévolas sentencias.

Wyoming: Rouco Varela no quiere vivir como Cristo. Quiere vivir como Dios.
La jerarquía católica hace muy bien en defender su patrimonio (como haríamos cualquiera) y su parcela de poder (repito: espiritual), pero el resto de la sociedad civil, empezando por los tres poderes básicos, tendrían que proteger nuestro patrimonio cultural, atajar las injerencias eclesiales en las decisiones del Estado, recibir el mismo tratamiento fiscal que cualquier empresa o institución… En síntesis, la iglesia católica, como cualquier otra confesión religiosa, debería estarse en su sitio y limitar su presencia pública a la atención espiritual de sus fieles y sacar sus procesiones cuando toque y, a la vez, dejarle a los demás el ejercicio de sus funciones legislativas, ejecutivas o judiciales.
La última chispa entre sociedad civil (la única que yo reconozco) e iglesia católica ha surgido hace solo unos días. Se ve que al abad de la basílica del Valle de los Caídos no le gusta demasiado la Ley de Memoria Histórica, por lo que ha estado obstaculizando que unos familiares de una de las víctimas de la contienda, que no Cruzada, recojan los restos, previamente identificados, de su pariente para darles sepultura. Tras un largo proceso judicial, el abad ha sido llamado a una comisión del Senado. Se ha negado a comparecer porque su trabajo se lo impide. Y algunos miembros de dicha comisión van a ir a verlo, en una injustificable incoherencia, una bajada de pantalones que no deberíamos permitir. Me parece un comportamiento inaceptable. Que el abad burle una resolución judicial y un requerimiento del Senado me parece de la misma gravedad que esas desobediencias aparejadas al proceso independentista catalán, solo que mientras estas últimas han llevado a la cárcel a parte de sus responsables, hasta el momento, el abad se regodea junto a la tumba de Franco sabiéndose invulnerable, como en los tiempos del nacionalcatolicismo. Y es un hecho impresentable, un funesto precedente que se tomará como ejemplo de la parcialidad de los mecanismos del Estado cuando alguien incumpla la ley y sea severamente sancionado.
Como los católicos están a la que saltan en estos temas y se sienten ofendidísimos en su sensibilidad religiosa a la menor crítica, deseo aclarar que no estoy atacando a la iglesia católica (supongo que a estas alturas entenderán la diferencia entre crítica y hostilidad), sino defendiéndome de su falta de escrúpulos, de su voracidad y de su desvergüenza, al tiempo que exijo a los poderes civiles que actúen sin tanta contemplación, como lo harían en cualquier otro caso mundano. Amén.

Alberto Granados

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