Ser hombre no ayuda. Podemos empatizar, pero el miedo en ellas es real; podemos solidarizarnos, pero el dolor del puñetazo, es para ellas; podemos unirnos a su lucha, pero ellas son las violadas, las agredidas.


Ser hombre nos hace estar en la calle sin sentir el pavor que ellas sienten.

Podemos volver a casa solos. No tenemos que evitar calles oscuras o no hay razón para tener siempre el sentido de alarma conectado porque hemos visto a una personas en un coche que nos mira extraño o, porque al doblar una esquina no nos han espetado a la cara una grosería.

Nuestra ropa no nos importa. Nadie nos acusa de nada si vamos en pantalón corto, o si decidimos ponernos una camiseta algo más escotada. Nuestra actitud en el vestir ‘no provoca la violencia’ de un tercero.

No. Somos hombres y por eso no somos capaces de sentir el miedo que ellas sienten muchas horas al día, sencillamente porque hay manadas de malnacidos que se creen con derecho a hacer con una mujer lo que les dé la gana, siendo conscientes de que, en ocasiones, más de las deseables, una sentencia les protege.


No es no.

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