Más de un 10% de los menores españoles sufre problemas de estrés o de ansiedad.Un 15% de la población española padece un problema psicológico y uno de cada ocho tiene una enfermedad mental, según el Libro Blanco de la Psiquiatría de la Universidad Complutense de Madrid.

Expectativas y realidad

Queremos niños bilingües y con buenas notas, pero olvidamos que son también personas.

El doctor Celso Arango ve en su consulta a muchos niños estresados, a los que se les exige más de lo que pueden dar. “Se sienten desbordados porque no cumplen las expectativas. El fútbol, en vez de ser educación física, se ha transformado en un vehículo para que la familia salga de la pobreza: el papá va al partido e insulta al árbitro, y muchos críos acaban aborreciendo el deporte”.

Ana Corbalán, psicólogca de la clínica Eidem de Guadalajara, también atiende a niños con estos síntomas: “Hay que ajustar las expectativas para que no se frustren demasiado. Las familias focalizan la vida del niño en el estudio y, si el pequeño no da la talla por algún motivo, se siente muy presionado y llega a desconectar. Por eso es tan importante no destruir la autoestima”. En su opinión, existe una gran preocupación para formar niños bilingües y excelentes a nivel académico, pero se olvida a la persona: “Da pena que algunos colegios traten a los pequeños como números que bajan o suben la nota del centro. Muchos sufren, y eso se traduce en rabietas y conductas no deseadas. Intentan flotar en un sitio donde literalmente se están hundiendo. Y la mayoría acaba en el psicólogo”.

Por otra parte, el estrés no ayuda a aprovechar realmente lo que se enseña en la escuela. José Antonio Piqueras, profesor de Psicología en la Universidad Miguel Hernández de Elche, asegura que las investigaciones apuntan a que es necesario un nivel de excitación emocional para poder aprender, “pero si estamos pasados de vueltas, la agitación repercute negativamente y nos impide atender, procesar y fijar conceptos”.

¿Por qué me estreso si soy un niño?

  • Los propios niños ponen palabras a sus sentimientos: ansiedad, fracaso, estrés, miedo… Estas son algunas de las frases que los psicólogos escucha en sus consultas.
  • “Cada vez que se me viene a la cabeza que tengo examen, me entran ganas de llorar, porque seguro que suspendo”.
  • “Mis padres me regañan porque no les gusta cómo me visto o me peino. Yo creo que no me quieren”.
  • “Siempre estoy preocupado porque mis padres no me hacen caso, porque mis amigos prefieren irse con otros niños de su clase o porque pienso que me va a pasar algo grave”.
  • “Siempre me están comparando con mi hermano mayor o con mis compañeros de clase. No lo soporto”.
  • “Esta evaluación he suspendido tres asignaturas. Mis padres me van a matar: me habían pagado clases”.
  • «Mis padres se han separado y creo que no les importo».
  • “No me gusta cómo soy. No soy guapa, ni alta, ni graciosa. Pero todas mis compañeras sí lo son”.
  • “Soy mucho más bajo que mis amigos. Ellos siempre me preguntan si tengo un problema y yo no sé qué responder”.

Tal vez por eso, cada vez son más las familias que demandan centros escolares que, durante la etapa de educación primaria, no presionen a los alumnos con deberes académicos que restan tiempo al juego libre y a la convivencia familiar, además de generarles ansiedad. Eso lo sabe bien Ghada Aboud, profesora del Colegio Estudiantes Las Tablas de Madrid y coordinadora pedagógica de Infantil.

La enseñanza por proyectos, el trabajo cooperativo, el cultivo de las inteligencias múltiples y la atención individualizada son los ejes del plan educativo de este centro concertado. “Un niño no puede ir con miedo al colegio. Si no está feliz ni contento ni motivado, y no se le asegura un bienestar, no aprende, desaprende”, asegura Aboud. ad de la familia. “Si el estrés sigue, se bloquea el proceso de aprendizaje y te cargas emocionalmente al alumno”.

Además de la ansiedad, hay un término del que hasta ahora sabíamos poca cosa y que se está colando de forma cada vez más frecuente en las consultas psiquiátricas: el tecnoestrés. Estar conectado y alerta todo el día acaba generando angustia, hasta el punto de que algunos países europeos han incluido la desconexión tecnológica de los adultos como un derecho laboral.

Lo mismo se puede decir de los niños, que se pasan las horas muertas enganchados al móvil, a la tableta o a la consola. El abuso de la tecnología genera una excitación que, además de disminuir la creatividad, puede provocar comportamientos violentos: “Hay que dar herramientas para que puedan gestionar el uso de las nuevas tecnologías, porque es un asunto que se nos va de las manos –dice Ghada Aboud–. Las redes generan ansiedad entre los adolescentes. Y ellos no son conscientes de que, en realidad, tienen un arma muy peligrosa y poderosa en las manos. La mayoría tampoco sabe que muchos de los delitos cometidos por menores se descubren por medio de los whatsapp que han enviado, porque la policía los rastrea, incluso aunque ellos los hayan borrado”.

Para evitar este estrés tecnológico, hay que buscar momentos de calma y hasta de aburrimiento. En esto coinciden los especialistas de salud mental. Quizá por eso, han proliferado en las grandes ciudades los centros y escuelas de meditación, mindfulness, pilates y yoga. También para niños. “Tiene sentido que, en una sociedad tan veloz, haya un rato para el juego libre, para relajarse, respirar, meditar o, simplemente, echarse la siesta”, considera el profesor Piqueras, que recientemente abordó el problema del estrés infantil en unas jornadas sobre salud mental infantil organizadas por la Fundación Alicia Koplowitz.

Por otra parte, cuando surgen niños estresados algunos señalan inmediatamente a los padres. El doctor Arango, en efecto, nos remite a estudios que indican que las madres con ansiedad durante el embarazo transmiten su agitación al bebé, y el profesor Piqueras constata que se produce un contagio directo de los padres estresados a sus hijos: “Los adultos somos los modelos. A veces les exigimos tanto que desarrollan un perfeccionismo patológico, con una autoexigencia tan brutal que les puede provocar una infelicidad de por vida. Reproducimos el mundo adulto en ellos, con jornadas maratonianas y un patrón de estrés y adicción al trabajo evidentes. ¿Es sano trabajar 14 horas, dormir poco y volver a trabajar? Es un modelo muy productivo, desde luego, pero también bastante estúpido e insano. El esfuerzo es bueno, pero a veces nos puede costar la salud”.

Las alertas

Nadie duda, a estas alturas, que el estrés también es cosa de niños. Y por eso tendríamos que aprender a gestionar mejor la infancia, resume el doctor Arango; porque la vida no se acaba por no entrar, es un decir, en Oxford o Harvard: “Estamos obligando a los niños a adaptarse a cambios sociales que obedecen a patrones económicos –asegura el experto– y eso influye en la comunicación familiar. Ya no se conversa ni se come en casa, y eso es un factor de riesgo, también para el acoso escolar. ¿Por qué? Porque una comida o una cena, donde se habla de verdad y se aparcan los móviles, permite captar alertas y poner medidas correctoras. Tampoco debemos olvidar que, hace menos de 2.000 años, los niños eran recolectores o cazadores y que, en poco tiempo, la sociedad les demanda otra cosa, cuando los genes y la capacidad de adaptación biológica no son tan rápidos”.

http://www.mujerhoy.com/vivir/madres/201804/01/mi-hijo-sufre-estres-20180326170748.html

pilar ortega

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