El ya exministro de Cultura y Deporte, el más mediático de todos, ha sido el más efímero con apenas una semana en el cargo

Cuando ya sabía que se iban a publicar sus problemas pasados con Hacienda, el aún ministro de Cultura, Màxim Huerta, se fue a ver Islandia. Acudió al estreno, la noche del martes, de la dura obra teatral de Lluïsa Cunillé sobre la crisis económica. Se le veía un poco tieso, pero con las tablas suficientes para saludar a los intérpretes, declarar su apoyo al teatro y anunciar que iría a la gala de los premios Max, prevista para el próximo lunes. No le ha dado tiempo. Dimitió ayer por la tarde, a pesar de que a primera hora insistía, incluso ante el presidente Pedro Sánchez, en que había pagado su multa y en que no había motivos para su marcha. Pero la política no es un programa de televisión, aunque muchas veces lo parezca. Conforme avanzaba la mañana y a la hora de comer, Huerta aún no había bajado a la plaza del Ministerio de Cultura para dar la cara ante las cámaras de sus antiguos colegas, olía a que dentro se estaba cociendo su dimisión. A las siete de la tarde anunció su renuncia sin admitir preguntas.

Una prueba más de las diferencias entre la política y el periodismo, el oficio de formular preguntas en el que el valenciano Màxim Huerta, nacido en la población vitivinícola de Utiel y crecido en la industrial Buñol, se hizo pronto un nombre. Su mirada franca y su naturalidad daban bien en pantalla. Se convirtió en una cara conocida de la entonces televisión autonómica valenciana, Canal 9, que pronto se le quedó pequeña. Se fue a conquistar Madrid, entró en Telecinco y trabó una fructífera relación con la reina de los magacines matinales, Ana Rosa, que empezó en 2005 y concluyó en 2015. Era rápido en las réplicas y preguntas y se las vio con políticos, deportistas y otros famosos. Allí conoció a Pedro Sánchez, en una entrevista, en la que hubo buenas migas entre ambos.

Muchos no le perdonaron pasar de las noticias al entretenimiento. Ayer, en su despedida aludió a ello: “Sabía [cuando aceptó el cargo de ministro] que iba a ser blanco de las críticas por haber trabajado en un medio que todos ven y demonizan”. El programa catapultó su nombre y su rostro al estrellato televisivo. Màxim Huerta se subió a la ola y aprovechó para lanzarse también al firmamento literario, cumpliendo un antiguo anhelo. Entró a formar parte del cada vez más numeroso grupo de presentadores y periodistas populares con libro de tapas duras bajo el brazo.

En 2009, publicó su primera novela Que sea la última vez… en un sello de la potente editorial Planeta. Cinco años más tarde, ganó el premio Primavera de Novela que concede Espasa, un sello perteneciente al mismo grupo editorial, con La noche soñada.

En 2015, rompió con Ana Rosa para dedicarse por completo a la literatura. Ya lleva siete novelas, entre otros libros, siendo la última, Firmamento (Espasa), de muy reciente aparición. Llegó a recibir la bendición de su admirada Ana María Matute.

No solo se dedicó a escribir narrativa larga, también cultivó ese género breve pero tan incisivo como es el tuit. Allí declaró su fobia a practicar deportes, su desafección de los toros, su amor por las tetas de Ana Rosa, entre otros tuits llamativos, provocadores, que en cuanto fue nombrado ministro no tardaron en resucitar ni un minuto.

Volvió a demostrar tablas en su toma de posesión como ministro de Cultura y Deportes cuando puntualizó que sudar no suda, pero sí le encantan los deportes. Su nombramiento fue recibido con perplejidad en el sector cultural, pero se le dio un voto de confianza.

Apadrinado por el exalcalde socialista de Buñol, Andrés Perelló, aunque sin un perfil especialmente político ni ideológico, Pedro Sánchez sorprendió con su apuesta por él, tras mantener una relación cordial en el tiempo cuando apenas nadie apostaba por el actual presidente de Gobierno él.

Consiguió que en una semana, el ministro de Cultura apareciera más en los magacines de televisión que probablemente en toda la historia. Su presencia en la última final de Roland Garros, ganada por Rafael Nadal, tocado por un sombrero blanco, acaparó también la atención, aunque no tanto como en el día de ayer, en el que fue el absoluto protagonista de todos los programas de televisión. Probablemente fue el día más largo de Màxim el Breve.

foto: Màxim Huerta, visto por Sciammarella. EL PAÍS
https://elpais.com/cultura/2018/06/13/actualidad/1528920059_494492.html
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