Para la normalización de nuestro país es imprescindible una derecha democrática y responsable, que renuncie el revanchismo

Ya se sabe que la mejor arma electoral posible es el Gobierno. Y que 84 diputados son muy pocos. Y que Sánchez perderá más votaciones en el Congreso de las que a él, y a mí, nos gustaría. Y que la mayoría popular en el Senado le hará la vida imposible.

Pero ni siquiera eso puede empañar lo que han significado dos semanas escasas de un Gobierno socialista que ha restaurado la sanidad universal, ha acogido a los refugiados del Aquarius y ha prometido, entre otras cosas, eliminar las concertinas, rebajar el IVA cultural, derogar los aspectos más lesivos de la reforma laboral, suprimir las medallas de los torturadores franquistas y ajustar las pensiones al IPC. Porque el Gobierno podrá hacer todo lo que se propone o no, pero al anunciar estas reformas no se ha hundido la Bolsa, ni se han reído en Bruselas, ni el BCE lo ha sancionado, ni la patronal está en pie de guerra. Al contrario, nos hemos enterado de que la Guardia Civil es muy partidaria de eliminar las concertinas.

Más allá de la flagrante evidencia de que los recortes del PP se basaban en una agenda política privatizadora y neoliberal, y no en una necesidad imprescindible para nuestra supervivencia, la satisfacción que me inspiran estas medidas viene envuelta en una amarga nostalgia anticipada. Ojalá me equivoque, pero entre las anomalías de la democracia española está la maldición de los pioneros, obligados una y otra vez a subir siempre la misma cuesta, como si el progreso estuviera condenado a permanecer eternamente en estado gaseoso, sin conquistar jamás la solidez. Para la normalización de nuestro país es imprescindible una derecha democrática y responsable, que renuncie al revanchismo. El problema es que no se divisa ninguna en el horizonte.

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