Un análisis del proceso autonómico en Andalucía puede  darnos algunas pautas de comportamiento para el futuro .

Vivimos tiempos políticos convulsos que están envileciendo la convivencia y la calidad del sistema democrático de nuestro país. La declaración unilateral de independencia de Cataluña, el juicio por rebelión a sus impulsores, la moción de censura al gobierno de Rajoy en un contexto de corrupción, la elección de Pedro Sánchez como presidente con el apoyo de fuerzas independentistas, la irrupción de un partido de ultraderecha como Vox, el escoramiento hacia la intolerancia del PP y Cs y el ensimismamiento de Podemos, entre otras razones, han encenagado nuestra vida política.

Las elecciones generales del 28-A y las municipales, autonómicas y europeas del 26-M, pueden reajustar el panorama, prestando apoyo suficiente a los que se inclinan por buscar soluciones políticas en el marco de la Constitución, o los que pretenden la aplicación indefinida del 155, suspendiendo la autonomía de Cataluña, abriendo un camino impredecible para todos. Ciertamente no hay camino alguno hacia la independencia, pero resulta indispensable cargarse de razón y articular un relato sensato y democrático.

Los andaluces debemos estar preocupados, porque el procés catalán está provocando la pérdida de apoyo ciudadano al Estado autonómico y más voces que defienden proyectos recentralizadores. Defensores de volver al principio de la etapa democrática, reconociendo la máxima autonomía a las históricas, Cataluña, Euskadi y Galicia, tal como había previsto la Constitución, dejando al resto con una autonomía de segunda, con competencias limitadas. Éste era el proyecto de la derecha entonces, que se vio arroyado por la determinación de Andalucía, que cambió el modelo autonómico, similar para todas las comunidades. Si volver al inicio del modelo parecería descabellado, el caso catalán lo está barruntando, también para Andalucía, lo que hubiera sido imposible con gobiernos socialistas en la comunidad, pero posible con uno de derechas, apoyado por Vox. Reordenar de nuevo el modelo autonómico, colocando dos niveles asimétricos, reconociendo máximos derechos a las llamadas históricas, Cataluña, Euskadi y Galicia, y cepillando al resto, no solo no resolverá el problema del independentismo sino que incendiará la convivencia en toda España.

Un análisis del proceso autonómico en Andalucía puede sin embargo darnos algunas pautas de comportamiento para el futuro.

Parece aceptado comúnmente que el referéndum del 28-F de Andalucía, fue una anomalía política, que rompió el entramado autonómico diseñado por los constituyentes. Para comprender el relato andaluz que culmina en el 28-F, hay que remontarse a las elecciones generales del 77, que ganó la UCD de Suárez, pero dejó en Andalucía una mayoría de parlamentarios de izquierda.

La primera decisión de la Asamblea de Parlamentarios Andaluces (APA), en octubre de1977, fue convocar una gran manifestación unitaria pro autonomía, que se celebraría el 4 de diciembre de ese año. La manifestación del 4-D rompe todos los cálculos más optimistas y hasta 2 millones personas, alzaron su voz pidiendo salir del subdesarrollo, con instituciones y medios para conseguirlo. El espectacular éxito de la manifestación tuvo un contrapunto trágico con el asesinato en Málaga de García Caparrós, que apuntó netamente que no todos estaban en las mismas posturas ni con las mismas convicciones.

El tsunami del 4-D fue el detonante que cambió definitivamente el relato andaluz, desde una visión política minoritaria y académica, a un sentir generalizado de la población en todos los niveles. Y es precisamente el olvido de lo que supuso el 4-D, lo que llevó imprudentemente al gobierno de la UCD, a aceptar convocar el referéndum de autonomía del 28-F de 1980, para conseguir la autonomía por el 151 de la CE, y pedir además el voto en contra, convencido de que se perdería, gracias entre otras cosas a la marrullería de Martín Villa, con pregunta enrevesada, campaña disuasoria y otros estropicios.

El referéndum del 28-F, legalmente, se perdió al no haber conseguido la provincia de Almería superar el 50% de votos afirmativos sobre el total del censo. Punto final aparente. Pero en política los hechos son tozudos, los resultados habían sido apabullantes por el sí, el recuerdo del 4-D seguía vivo, y líderes nacionales y de Andalucía, no se avinieron a aceptar sin más el fracaso. Querían buscar una solución política al entuerto. Y se encontró forzando la modificación de la Ley de modalidades de referéndum y su aplicación retrospectiva para el 28-F de Andalucía.

Se salió del atolladero a trompicones, pero nadie posteriormente lo recurrió ante el Tribunal Constitucional, con lo que el acuerdo se hizo firme y permitió aprobar posteriormente el Estatuto en 1981, y hacer las primera elecciones autonómicas en 1982. Había un problema y se buscaron las soluciones políticas y jurídicas, de la mano de hombres de estado como Escuredo, González o Suárez. Y España consiguió que el modelo autonómico funcionara casi cuarenta años más, con el único desajuste grave de Cataluña, tras el destronamiento del clan Pujol.

El 28-F de Andalucía es un ejemplo de libro de cómo conseguir recorrer un camino proceloso, sin violencia, con respaldo mayoritario de la ciudadanía y buscando soluciones políticas a problemas difícilmente resolubles por la fuerza o con los tribunales de Justicia.

MANUEL PEZZI

GEOGRAFO

https://www.diariodesevilla.es/opinion/tribuna/Aprender_0_1331866881.html

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