Una valoración rápida del municipalismo realmente existente debiera ser, sin duda, crítica, pero en sociedades mediáticas y profundamente estatizadas, no sobra tener pequeños comandos infiltrados en las instituciones

Se cierran en estos días las candidaturas a las municipales en muchas ciudades del país. Dejado a un lado la reapropiación del término “municipalista” —hoy reivindicado desde Carmena hasta el PP—, lo cierto es que del primer asalto de 2015 han quedado un buen número de experiencias, que más allá de Podemos e IU intentan revalidar la hipótesis.

Muchas están organizadas en la llamada Confederación Municipalista, algunas en coalición con los sujetos del cambio, y algunas otras en fractura con los mismos. Parcialmente, es lo que ocurre en Madrid, donde parece habrá una candidatura enfrentada a Carmena, con el nombre no muy afortunado de Madrid en Pie Municipalista, y en la que participan IU, Anticapitalistas y los municipalistas de La Bancada.

Una valoración rápida del municipalismo realmente existente debiera ser, sin duda, crítica. Lo conseguido no brilla sin ambigüedad. La adaptación de muchas candidaturas al realismo político más ramplón (lo que en otras ocasiones hemos llamado gobernismo), así como el general hartazgo entre los más honestos, parecen dominar la experiencia. No es el propósito, sin embargo, de este artículo volver a valorar los desencantos con Carmena y otros “municipalistas”, así como los límites y victorias de lo logrado en muchos lugares.

Se trata, por el momento, de considerar si existe alguna utilidad en la actualización de la experiencia municipalista, y de hacerlo respecto de Madrid. En las primarias abiertas a la nueva candidatura de este municipio se presentan tres listas: la bien conocida y seguramente protagónica de Izquierda Unida, a cuyo frente está Sánchez Mato; la de los anticapitalistas con Rommy Arce a la cabeza; y la de los municipalistas de La Bancada, con Pablo Carmona de primero. Si las dos primeras componen algo muy parecido a una renovación legítima de la izquierda institucional madrileña, la última parece apostar por una renovación de lo que fue la expectativa del municipalismo en 2015, y que hace ya cinco años tratamos de articular en un librito de batalla, La apuesta municipalista.

En esta revisión conviene considerar tres cuestiones, que estaban más o menos planteadas en la hipótesis inicial, y que desde luego no han quedado indemnes con el paso del tiempo.

La primera responde a lo que constituyó el centro del programa municipalista, primer punto de la hipótesis y que a la postre se ha mostrado algo ingenuo. Se trataba de apostar por una suerte de reinvención de la democracia municipal. En el programa de máximos pretendía ser el pistoletazo de salida a un proceso constituyente desde abajo: reivindicación y práctica de la democracia local que diera pie a amplias reformas en dirección a la descentralización local, la autonomía municipal y la extensión del principio de subsidiariedad.

Obviamente, nada de esto ha ocurrido: la mayoría de los “Ayuntamientos del cambio” se deslizaron muy rápido hacia el horizonte de la “buena gestión” como el único posible. A este programa de máximos acompañaba otro, que podríamos llamar “de mínimos”, consistente en su versión más reducida en agitar la vida local y fomentar la discusión ciudadana sobre los asuntos locales. En este sentido, los sucedáneos de “participación”, tanto presencial como digital, han impedido entender también la democracia local como un juego conflictivo y complejo, antes que como una suerte de parlamento soft o un plebiscito recurrente, enfocado a cuestiones marginales o a validar las líneas de gobierno. Sea como sea, la experiencia municipalista anda lejos de poder anotarse ningún tanto en la democratización de la vida local.

El segundo elemento de esta valoración rápida respondía también a la hipótesis inicial de la apuesta municipalista. Este pretendía convertir el impulso político articulado en el acceso a las instituciones en una prueba de organización. Se suponía que la propia debilidad y dispersión de los movimientos (o por ser más precisos de los activistas, léase, los especialistas en la movilización) podía ser en parte compensada por una agenda municipalista, que a su vez sirviera como espacio organizativo. Esto no ha ocurrido, y no sólo en Madrid, sino también en la mayor parte de las ciudades. En su mayoría, las asambleas municipalistas han quedado reducidas a los convencidos y a los cargos institucionales. En el mejor de los casos, y salvando aquellas candidaturas que han terminado por asumir el modo y el lenguaje de la institucionalización, los grupos municipalistas han acabado por ser “comandos”, al modo de grupos especializados de activistas (como los hay en vivienda, el ecologismo o en cualquier otro tema), pero en este caso enfocados a la agitación dentro de la institución.

Desde luego, cabe pensar la coyuntura en términos abstencionistas o de indiferencia respecto de cualquier posición institucional. Es lo que se condensa en el eslogan práctico de “la vuelta a los movimientos

Siempre en el mejor de los casos, el riesgo de esta posición, en última instancia reducida al propio equipo institucional y a su asamblea de apoyo, estaba en acabar girando sobre sí mismos. Abusar de una retórica radicalizada demasiadas veces sin una batalla política concreta a la que agenciarse o asociarse. El riesgo (probado en algunas ciudades) era, pues, el de caer en el radicalismo retórico, forma convencional del ideologicismo izquierdistas. Sea como sea, apenas tenemos ejemplos en los que la posición institucional haya operado como un agregador orgánico efectivo. La especialización de los equipos más comprometidos y la disgregación de las asamblea iniciales parecen ser la norma.

El tercer elemento, positivo, puede ofrecer algunas orientaciones para la posibilidad de una reactualización de la hipótesis, si bien en una clave modesta. El caso de Madrid, y especialmente del bloque municipalista (vinculado a Ganemos), puede servir de ejemplo. La posición de este grupo situado dentro y las más de las veces contra el gobierno de Carmena ha permitido algo interesante. En el contexto de un juego de fuerzas inestable, dentro de un gobierno débil, a la vez atacado por la derecha mediática, ha permitido convertir en asuntos centrales de la agenda pública local una serie de conflictos, que en otras circunstancias habrían tenido una relevancia seguramente menor. Así ha sucedido con una larga serie de pequeñas batallas (Cocheras de Metro, Taller de Precisión de Artillería, Reglamento de la EMVS, la propia permanencia de la excepción del centro social La Ingobernable), y con otras no tan pequeñas (Operación Chamartín, manteros, desahucios, etc.). Y lo ha sido por medio de instrumentos como la crítica pública, la ruptura del voto de Ahora Madrid y la subordinación de los concejales críticos a las necesidades de los agentes reales del conflicto, más allá de cualquier responsabilidad institucional.

Según esta tercera posibilidad, la posición institucional parece articularse con las dinámicas de conflicto y lucha, siendo en éstas un operador más. En parte, se observa aquí una disolución de la autonomía de lo político: una articulación a veces virtuosa con lo que podría ser una función institucional-mediática subordinada a las luchas-conflictos. A partir de aquí se ofrece una línea de reactualización de la hipótesis municipalista, no como figura de gobierno o figura de representación, sino como figura del contrapoder.

Desde luego, cabe pensar la coyuntura en términos abstencionistas o de indiferencia respecto de cualquier posición institucional. Es lo que se condensa en el eslogan práctico de “la vuelta a los movimientos”. Se trata de un planteamiento corriente en una parte no pequeña del activismo. En esta línea, se repiten viejos argumentos respecto de la autonomía de los movimientos, la crítica a la institucionalización y la insolvencia de cualquier posición institucional, en tanto acabará engullida por el Estado, incluso cuando hablamos de los Ayuntamientos. No cabe hacer ninguna apreciación genérica a estas críticas. En líneas generales, tienen razón. La cuestión es que esta crítica solo tiene base en una situación de autonomía real de los procesos de autoorganización y sobre las potencias de una realidad organizada fuerte y autosuficiente, que desgraciadamente hoy no existe. En el momento actual no se atisba una CNT extensa y potente que oponer a una débil posición municipalista. Al igual que tampoco hay (y nunca habrá) una realidad municipalista fuerte y consistente que oponer a una débil autoorganización política. La autonomía debe ser conquistada y construida, no simplemente proclamada.

En términos más concretos, lo que se llama relación institución/movimiento, y que de una forma mucho más precisa deberíamos llamar como la relación entre la izquierda (en forma de partidos-sindicatos-gobiernos-cargos públicos) y los profesionales o especialistas del activismo, se observa demasiadas veces formas viciadas (oportunismo, dependencia de recursos, clientelismo, autorreferencialidad, etc.) que impiden presentar a los “movimientos” del lado de la autonomía y de la “pureza”.

En cierto modo, tratar de articular candidaturas vinculadas a los movimientos, cuando estas son legítimas y gozan de un amplio apoyo (aunque sea delegado y no activo), pretende asumir para los movimientos una posición impaciente y no subordinada, una posición de sujeto político. Dicho de otro modo, una posición en la que los movimiento no sean “representados” o “interpretados” por la izquierda; lo que implica, a su vez, que la posición institucional municipalista es solo un apéndice subordinado a los propios movimientos, y no parte de lo que comúnmente llamamos “izquierda”.

En sociedades mediáticas y profundamente estatizadas, no sobra tener pequeños comandos infiltrados en las instituciones. Con dos condiciones: siempre que no participen del espectáculo y ficción de la representación (reconocible en las fórmulas de trabajar “para la gente”, o defender “a la ciudadanía”); siempre que asuman la función crítica subordinada a los conflictos que aquí se comenta. Hoy por hoy nadie debería conceder a estas posiciones ningún privilegio de vanguardia, pero tampoco debería despreciarlas como inútiles. Ayer se han abierto las primarias a la coalición de horrible nombre Madrid en Pie Municipalista. Por lo dicho y sin renunciar a ninguna tensión crítica con lo que resulte de estas elecciones internas, votaré a La Bancada.

https://www.elsaltodiario.com/opinion/emmanuel-rodriguez-municipalismo-ultima-llamada

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