«PARÍS BIEN VALE UNA MISA» por JUAN ALFREDO BELLÓN
para EL MIRADOR DE ATARFE de domingo 21-04-2019

Después de aquel 11 de septiembre de 2001, fecha en que se produjo el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York, no ha habido ninguna otra fecha en que se pudiera hablar de una repercusión tan marcadamente negativa en la historia mundial como la del pasado lunes (Santo) 17 de abril de este año 2019 en que tuvo lugar el incendio descomunal en la catedral de París, parece que fortuito y sin víctimas mortales excepto dos trabajadores y un bombero parisino heridos de gravedad según los primeros balances del siniestro). Y eso que ha sido precisamente en París, el lugar donde se han producido los atentados terroristas más sonados y con mayor repercusión mediática de los últimos tiempos, como el atentado sanguinario en la redacción del periódico semanario Charlie; de la sala de fiestas Bataclass o los ataques indiscriminados de varios comandos yihadistas disparando a quemarropa sobre ciudadanos inocentes.

Pues, como se habrá comprendido, a más de uno se nos ha venido a la memoria esta célebre frase supuesta pero no ciertamente pronunciada por Enrique IV de Francia y III de Navarra, duque de Borbón, de inclinación calvinista y a quien se le atribuye el pragmatismo proverbial de una estirpe que gobernó en Europa durante tantos o más años y en tantos o más territorios que la mismísima casa de Austria y que desde tiempos casi medievales ha antepuesto siempre su vocación por gobernar a cualquier otra consideración ética, religiosa o política, cosa de la cual ha sido también acusado don Juan Carlos I de Borbón por los franquistas ortodoxos españoles, dada la forma como se comportó tras la muerte del dictador que lo eligió como su heredero y para pilotar la Restauración Monárquica en España.

El paralelismo entre ambos escenarios y su relación con la crudeza de la actual campaña electoral en España, me han llevado a reflexionar sobre la repercusión mediática de estos hechos en Francia donde la inmediatez y amplitud de las informaciones sobre el incendio en directo de la catedral han reforzado un sentimiento nacional y unitario del nacionalismo francés, acosado por el desastre del monumento parisino, y han disparado los mecanismos de la solidaridad nacional impulsados por el presidente Macron y distintos sectores del empresariado y otras fuerzas económicas y sociales galas tendentes a su urgente reconstrucción en el plazo de un quinquenio, que es. curiosamente, lo que dura el mandato del presidente de la República. Cabría contraponer las repercusiones de un hecho así, si el incendio se hubiera producido en la Catedral de la Almudena (o en el mismísimo Escorial) y reconocer que las repercusiones morales en la población catalana habrían sido mucho mayores de haber ardido la Sagrada Familia de Barcelona.

Dejando a un lado las muchas diferencias implicadas en estos ejercicios comparativos, se me ocurre pensar en las diferencias entre el grado y la intensidad de las implicaciones entre la valoración de los distintos iconos del paisaje sentimental y el nacionalismo y en los mecanismos colectivos que un accidente como el de Notre Dame o Covadonga podría desatar en nuestras respectivas sociedades, o en Sevilla, un eventual incendio destructivo en la Catedral o en la Giralda. Reflexiones así no son ajenas a las que se hacen en los laboratorios del terrorismo intra e inter-nacional a la hora de elegir los objetivos de sus atentados,como hicieron en 2001 los autores de los atentados de las Torres Gemelas neoyorquinas o como parece que había hecho el terrorista marroquí, recién detenido en su país, que pretendía cometer un atentado bien sonado durante esta Semana Santa en Sevilla. Cuestiones que están hoy al alcance de cualquiera y ante las que yo hoy (de ser español, cristiano y católico e, incluso, hasta de no serlo) rezaría a Dios para que me cogiera bien confesado y mejor comulgado.

De todas formas, agradezco a la Divina Providencia Meteorológica que haya escuchado mis súplicas de llover abundantemente en Semana Santa para incrementar la aportación hídrica a la sequía estructural y medioambiental que padecemos y porque, puestos a valorar las bellezas paisajísticas granadinas, sería especialmente bella la estampa de los “santos” semanasanteros descendiendo en catamarán por la Cuesta del Chapiz y tratando de dominar la mole de su trono, los pasos titulares de la cofradía en cuestión y el peso de sus costaleros, que tampoco son moco de pavo.

Por lo que aprovecho la ocasión de este artículo para agradecer de todo corazón a esa instancia sagrada su participación en la formación de una borrasca primaveral tan pertinaz y benéfica como la que nos acompaña, prometiendo acatar otro año los designios meteorológicos contrarios, que de todo ha de haber en la viña del Señor como ocurre en Granada con el famoso arzobispo Martínez. que ha anunciado su ruptura con el PP (ciruelo, te conocí… seguramente para apoyar a VOX) lo diga o no explícitamente y para ver si así se le perdonan celestialmente sus pecados aunque yo, que lo conozco tanto por viejo como por diablo (me refiero, claro, a él) prevengo de sus inclinaciones torticeras a todos en cuantos pueda influir porque es bien sabido y mejor supuesto que el tal Martínez siempre arrimará el ascua a su sardina y que nunca buscará otra finalidad que su propia y torpe satisfacción, camuflada de cualquier otro interés, como es bien papable.

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