UN, DOS, TRES…R.I.P. por JUAN ALFREDO BELLÓN para EL MIRADOR DE ATARFEdel domingo 17-06-2019

Ahora hacen diez días de que murió Narciso Ibáñez Serrador, Chicho para los tele-uve-espectadores, familiares y amigos, que éramos la gran mayoría de los españoles, que veíamos asiduamente el Un, Dos, Tres… y hasta respondíamos otra vez desde nuestras casas, embobados por el tour de force del programa televisivo fini-visegimo-secular del siglo pasado que acabó haciéndonos a todos amigos y residentes en…, de una hipotética pareja con la que soñábamos conquistar un premio astronómico (coche y/o apartamento en Torrevieja) para bacilar por la vida hasta que la muerte nos separara o separase… del televisor.

Y para colmo, va Chicho, todavía en sus cabales, y pide que lo entierren en Granada, en la Sacramental de San José, desde donde él creía que podía reposar junto a su madre y ver la Sierra de día y de noche, pelá y cuajá de nieve, sonando el Un, Dos, Tres con esa pachanga de ruido inacabable de los que solo sabía mandar hacer Chicho cuando se le alegraban las pelotas.

Yo, siempre que acudí a San José para una ceremonia mortuoria, aguanté el tipo la mar de bien en la primera parte (la salita encristalada y numerada con el fiambre; la mortaja; el chicle para sellar la boca y el olor ese tan especial a ropa reciclada en Alcoy que desprenden los difuntos antes de que los in-humen o los a-humen) pero la segunda, llamada muy pomposamente la Ceremonia del Adiós, tanto preceda a la in-humación como a la a-humación, me ha dado siempre mucho por el saco, porque en ella las intervenciones están llenas bombo y platillo fúnebres de la peor especie, ya sea de carácter religioso, en el peor sentido de las palabras, como del político, como del social o (como debió ser el caso) del cultural.

Y me figuré en la Ceremonia del Adiós de Chicho sin conocer de qué tipo fue (desde luego, quemarlos es lo mejor, para ahora y para siempre y, además sale más barato si coincide con la voluntad del fallecido y si este tenía sentido del humor … sobre todo negro). También me figuré qué papel jugó en las exequias el padre del finado, que no sé por el momento ni si, ni cómo, ni cuándo murió, ni si dejó dicho algo, o no, para sí o para sus familiares íntimos muertos, o si el actual difunto dispuso en su día algo al respecto, porque don Narciso padre era todo un personaje y debió ser la fuente del humor negro familiar y profesional latente y patente en aquellas memorables Historias para no dormir que siempre estarán grabadas en la memoria colectiva de pueblo español. Y digo bien pueblo español porque sendos Narcisos, no solo tuvieron a raudales ingentes y multicolores dosis de sentido del humor, sino que lo rezumaron de un carácter profunda y exóticamente argentino, cosa que en España no pasó desapercibido sino todo lo contrario para la conciencia de las masas populares a las que dirigieron su trabajo.

Como decía en lo anterior, mi tolerancia tétrica y necrófilica aparece y aumenta cuando asisto a un entierro en los patios mortuorios del Cementerio granadino: ¡No hay mejores vistas en la ciudad, siendo esta una urbe mundialmente aclamada como lugar panorámico por excelencia, que las que se divisan de Sierra Nevada y sus aledaños desde los patios de los nichos, siendo estos los más modestos y menos pomposos de la Necrópolis nazarí!

Cuando tengo que subir a San José y me cae la suerte de que el fiambre es de nicho, lloro como una vieja de solo enfocar con la visual al Macizo Penibético y sus vecinas cumbres celestes teniendo como tengo que variar en tantos polícromos vacíos y en tantas masas de matices glaseados y líneas caprichosas. ¡Descansen en paz! ¿Pues no van a hacerlo tumbados como están ante un paisaje como este? ¿Cuántos constructores de medio pelo y de pelo entero, de esos que no lloran por ser hombres rurales, agropecuarios y de Vox, no he visto llorar yo como chiquillos de solo pensar en los negocios que hubieran podido hacer con una parcelilla entre los nichos mortuorios de San José? Pues hasta eso llegó a querer Chicho a su madre y a quererse a sí mismo, que se mandó enterrarse aquí, en este locus tan amoenus donde da igual que el cielo luzca turbio o brille despejado o que las que brillen sean nocturna o matutinamente estrellas y demás cuerpos siderales.

¡Qué envidia da tener un mausoleo familiar en el Cementerio de mi Úbeda natal donde el mármol autóctono espera cobijar los huesos o cenizas y no poder mandar que a uno lo expongan a estos grandes vacíos tan leve mente inmensos y tan dulces de aceptar para siempre, con la nieve, mirando al Sur al África mediterránea mente salada y ensartada, de Este a Oeste, por este meridiano de Greenwich!

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