Todo el mundo sabe que entre la potestades del Presidente del Gobierno está nombrar al Fiscal General del Estado, pero tampoco había que colocar en esa foto a una señora que cuarenta y ocho horas antes era una polémica Ministra de Justicia

Ahora que Pedro Sánchez había organizado el gobierno perfecto desde la izquierda para gestionar España con nombres de perfil técnico y poco carisma político (exceptuando a Carmen Calvo y Margarita Robles, que han venido a traer el glamour a este momento de España, mientras María Jesús Montero pone los taconazos rojos, que un gobierno sin taconazos ni es gobierno ni es nada); ahora, digo, que había dejado a Pablo Iglesias con su vicepresidencia cuarta y la ilusión de que tiene más fuerza que un concejal de Cuenca en el gobierno de coalición, va y elige a la recién cesada Ministra de Justicia Dolores Delgado como Fiscal General del Estado, haciendo notar que lo de la separación de poderes (ejecutivo, judicial y legislativo) era una cosa preciosa de la democracia que nos enseñaron en la escuela pero que, a la hora de la verdad,  es papel mojado, apariencia antañona de cartón piedra. Un cuento como el de Caperucita Roja, pero con una foto de Pedro guiñándote el ojo de fondo.

Lo cual que la ciudadanía al completo nos hemos caído del guindo, no tanto porque Pedro Sánchez haya nombrado a quien le haya venido en gana como acostumbran nuestros presidentes, sino porque ha visibilizado algo que no era preciso hacer tan evidente en los tiempos que vivimos, con Puigdemont hablando de lo suyo y los políticos presos reivindicando la boutade de la semana en un bucle que es ya un agujero negro, cada vez con más fuerza para tragarse las verdades, por la falta de habilidad de los mandamases, así, en plural.  

Todo el mundo sabe que entre la potestades del Presidente del Gobierno está nombrar al Fiscal General del Estado, pero tampoco había que colocar en esa foto a una señora que cuarenta y ocho horas antes era una polémica Ministra de Justicia. Bastaba ubicar a alguien con capacidad y un perfil menos marcado -que en el PSOE haberlos, haylos-. Por guardar las formas de cara a la galería, al menos, en un momento en que el consenso debe priorizarse sobre el ordeno y mando. Y la cosa ha sido peor cuando le ha salido el  chulapo castizo que lleva dentro, ese padre de familia numerosa que, cuando se queda sin argumentos, da un puñetazo en la mesa, se pone serio y  aclara que tal cosa se hace porque él lo manda y punto. Lo que pasa es que no es un punto final, Pedro, sino unos puntos suspensivos que dejan la cosa como muy en el aire, y propician que la credibilidad de la Sra. Delgado (tan baja desde aquellos audios filtrados por Villarejo) haya quedado por los suelos. Y a ver cómo se levanta ahora eso, con media judicatura en contra de manera directa y la otra media intentando guardar las formas. Es decir, el primer fiasco y sólo acabamos de llegar. Sólo podría haber empeorado la situación que hubiese discrepancias dentro del ejecutivo, pero es obvio que Pablo Iglesias ya ha asumido bien lo que supone el poder y sus servidumbres. No recuerdo exactamente, pero creo que era el presidente Lincoln quien avisaba de que existen momentos para cualquier político en que, lo mejor que puede hacer, es no abrir la boca. Eso es lo que le ha faltado a Sánchez: un poco de prudencia, esa habilidad para parecer el estadista que España necesita.

A %d blogueros les gusta esto: