Canta bajito la lluvia de esta semana una canción triste, una salmodia monótona y gris que es un llanto para anunciar el asesinato brutal de otra mujer. Se llamaba Mary, y había cruzado un mar azul e inmenso para llegar desde Liberia a Barcelona, y luego a Caniles, donde después de dos décadas de convivencia, le ha segado la vida el hombre que llevaba veinte años durmiendo a su lado.

Dicen las gentes que la conocían que era una mujer alegre, que cantaba, que caminaba los campos canileros entre almendros y cerezos, entre olivos y almazaras mientras mantenía en la mirada la ilusión después de haber luchado mil batallas, porque vivir nunca fue fácil aunque a algunos se lo parezca. Y quiero nombrarla porque no es una más de las mil treinta y ocho muertas que llevamos desde 2003. Nunca nadie debe decir que es una más, enterrar su nombre como un número en el tráfago de noticias cotidianas. Mary, como Mónica, Olga, Judith o Liliana, supone la constatación de que los mecanismos siguen fallando, de que la sociedad fracasa en la prevención de la violencia de género y, la clase política, sólo se da cuenta de la envergadura del problema cuando sucede una desgracia en forma de crimen execrable, cuando la sangre se derrama y es un lago que baña los ojos de las personas dignas. Cuando todos alzamos la mirada al cielo tratando de encontrar entre las nubes respuesta a la sinrazón que supone tanta brutalidad, ésa maldad infinita que traspasa las palabras.

Digo la clase política y no es exacto: no toda. Es sólo esta ultraderecha rancia, de caspa y de gomina, de rencor y de desprecio, la que, tristemente, ha venido a recuperar la España en blanco y negro y a intentar fracturar la unidad institucional en torno a un asunto de gravedad máxima. Ésa ultraderecha que quiere eliminar ayudas al IAM y que prefiere destinarlas a los toros y a la caza porque considera que la ideología de género es una falacia que se han inventado las feministas para vivir del cuento. La misma a la que han votado sorprendentemente más de 3,6 millones de personas en las últimas elecciones, la que no tiene complejos en volver al pasado con un grado de irresponsabilidad que asusta. Exactamente ésa que no acude a las manifestaciones ni respeta los minutos de silencio por las que ya no están.

Seguramente ellos -y ellas- no saben lo que duelen las agresiones de palabra, las bofetadas que vienen después, el horror de vivir en una casa de miedo, de pánico, de llanto mudo para que los hijos no noten que están habitando un polvorín a punto de estallar. De ahí que muchas no quieran denunciar a sus agresores: por vergüenza, por miedo, por los hijos… Y es un error terrible no buscar el amparo necesario para salir de ese círculo que es amargura de cemento y que acaba irremisiblemente en el hospital o en el cementerio.

Por eso se necesitan más fondos para protección y casas de acogida, más educación en la igualdad, más compromiso verdadero. Un pacto que resulte irrompible, que abra un haz de luz, una ventana de esperanza en tantas casas donde se agota el tiempo. Es lo mínimo que tenemos que lograr para que la muerte de Mary no haya sido en vano.

Publicado en IDEAL el lunes 27 de enero de 2020

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