El beneficio de la tierra no es para el que la trabaja, sino para los intermediarios, puesto que los precios en origen están muy por debajo del coste de sostenerla.

Andábamos en España muy entretenidos tratando de descifrar cuál de las versiones del ministro Ábalos parecía más creíble (y ya vamos por la cuarta) a propósito de ese encuentro casual con la vicepresidenta venezolana del dictador Maduro cuando han aparecido en los telediarios unos señores de Jaén indignados contando que coger la aceituna este año les va a costar dinero otra vez. Lo cual que la gente, este proletariado del siglo XXI, no vive del campo. Paga por trabajarlo de sol a sol.

Todo el mundo sabe que Jaén es plata y nube, un mar de olivos infinito surcando horizontes y miles de personas recolectando el fruto que luego será oro, una de las señas de identidad de este país. Pero se constata que el beneficio de la tierra no es para el que la trabaja, sino para los intermediarios, puesto que los precios en origen están muy por debajo del coste de sostenerla. Lo cual que tenemos a los andaluces de Jaén, a los aceituneros altivos hernandianos, vareando por amor al arte y, claro, han acabado por enfadarse. Es lo que sucede cuando no se ponen límites a los mercados y a la especulación brutal, esa que propicia que, cuatro listos, se lleven el rendimiento del sudor ajeno mientras los políticos miran impávidos cómo se desmorona el campo andaluz, que no sé si se habían percatado de que estamos ante un pilar clave para el ámbito agroalimentario estatal.

Es decir, que a estos señores o se les escucha, o vamos a tener un problema porque el león ha despertado con los versos de Miguel Hernández en los labios: “Jaén, levántate brava,/sobre tus piedras lunares,/ no vayas a ser esclava/ con todos tus olivares”. Y esclava ha venido siendo de siempre hasta que, en esta campaña, el kilo de oliva virgen extra se ha quedado en 2,5 euros en origen. Un treinta por ciento menos que el año pasado y en caída libre, por debajo de Grecia, Portugal o Italia, lo mismo que otros productos alimentarios de Extremadura o Murcia. Pero los señoritos que no han pisado un bancal en su vida, que no distinguen una aceituna picual de una cornicabra, los que mandan en Madrid y en Bruselas jugando con miles de familias, siguen sin enterarse de que han asfixiado al sector con tanta improvisación, de que han superado todos los límites y el personal está ya harto de que le pisoteen su dignidad, el pan de su casa y el porvenir de sus hijos.

Por eso las manifestaciones, este cortar carreteras, parece sólo el inicio de una batalla que puede resultar infinitamente más seria de lo que puede creerse a primera vista porque trasciende la quema de neumáticos o cortar la carretera un rato. Lo que aquí está en juego es que miles de agricultores abandonen la labor y se dediquen a otro oficio (o a cobrar el paro, mismamente, mientras llega la jubilación). Que el agro se quede baldío y solo, poblado de encinas y lechuzas, de olivos centenarios derrotados, de cortijos blancos que poco a poco se derrumben, como la ilusión de unos hombres que viven mirando al cielo y rezando para que no se malogre la cosecha. Y que, cuando llega feraz, ven cómo el premio a su sacrificio oscila entre perder o perder más. Lo de siempre para los de siempre.

PUBLICADO EN IDEAL EL 03/02/2020

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