El rechazo de Merkel a los pactos con los fascistas pone en evidencia a PP y Cs ante toda Europa

La canciller promoverá la repetición de las elecciones en Turingia, donde el candidato liberal llegó al poder con el apoyo de los nazis de Alternativa para Alemania (AfD)

A la señora Angela Merkel se le podrán criticar muchas cosas, como ser una ultraliberal convencida y haber simbolizado las políticas austericidas de Bruselas que en los últimos años han llevado a millones de europeos a sufrir los devastadores efectos de los recortes tras la crisis económica. Sin embargo, nadie podrá negar a estas alturas que la canciller y líder de la CDU es una demócrata íntegra de los pies a la cabeza, una mujer de elevados principios humanistas y la más firme enemiga del populismo neofascista que trata de abrirse paso a codazos en Alemania y en el resto de Europa.

En las últimas horas, la líder germana ha puesto las cosas en su sitio tras el bochorno de las elecciones regionales en Turingia. El candidato liberal, Thomas Kemmerich, había salido elegido en el Parlamento regional gracias a los votos de Alternativa para Alemania (AfD) –un partido nazi con todas las letras–, pero apenas dos días después se ha visto obligado a anunciar que renunciará al cargo tras las presiones de Berlín. Kemmerich decidió romper el cordón sanitario y aceptar los apoyos de los fascistas para llegar al poder, una situación que no se daba en Alemania desde la Segunda Guerra Mundial. Y es que por aquellas latitudes saben bien lo que es sufrir el totalitarismo hitleriano y a todo político que negocia con los ultras se le da el trato de apestado.

En efecto, no han pasado ni 48 horas de la vergüenza de Turingia cuando Merkel ha dado un más que necesario puñetazo en la mesa. No solo ha calificado la elección del liberal Kemmerich (con el apoyo de sus propios compañeros democristianos de la CDU y de los ultraderechistas) de “imperdonable”, sino que ha dejado claro que el proceso no se ajusta a los parámetros democráticos y deberá ser “revertido” cuanto antes. Es decir, las elecciones deberán repetirse, ya que cualquier tipo de pacto con los neohitlerianos es radicalmente inconstitucional.

Merkel ha asegurado con pesar y no sin cierta vergüenza ajena que “el miércoles fue un mal día para la democracia, un día que rompió con los valores y las convicciones de la CDU”. La canciller ha defendido que ahora “se debe hacer todo lo posible para que quede claro que lo sucedido no concuerda de ninguna manera” con lo que se piensa y hace en la formación política que dirige desde hace años. “Esto deberá ser trabajado en los próximos días”, ha insistido la canciller.

Kemmerich, candidato del Partido Liberal Alemán (FDP), salió elegido como nuevo jefe del Gobierno de Turingia en tercera ronda de votaciones, tras un sorprendente y poco presentable proceso de negociación y pacto. La votación entre Kemmerich y Bodo Ramelow, del partido La Izquierda y primer ministro saliente, estuvo muy disputada. Ramelow obtuvo 44 votos, mientras que el nuevo primer ministro salió elegido por tan solo un voto de diferencia, con 45 sufragios y después de que los representantes de la CDU y los ultraderechistas de Alternativa para Alemania (AfD) le prestaran su apoyo. Era la primera vez que algo así ocurría en Alemania desde 1945 y un nefasto precedente que debería poner los pelos de punta a los europeos.

Cuando se acaban de cumplir los 75 años del horror de Auschwitz y de los campos de exterminio desplegados por los nazis, Merkel ha sabido leer a la perfección, y con el lógico espanto de una persona de bien, cómo los vientos de la historia vuelven a soplar a favor del fascismo. El horror de las cámaras de gas podría volver a repetirse, ya que la AfD –liderada en la región de Turingia por Björn Höcke, fundador del ala más radical del partido cuya existencia está clasificada por la Oficina de Protección de la Constitución como un “caso sospechoso de extremismo de derecha”– nunca ha condenado el holocausto de más de seis millones de judíos en los hornos de la muerte que Hitler puso en marcha por todo el país. Es decir, con su silencio, los de la AfD se han convertido en cómplices y seguidores del peor genocidio en la historia de la humanidad.

La nobleza del gesto de Merkel, su lucha infatigable por evitar que la barbarie vuelva a repetirse en Alemania, quedará marcada en letras de oro en su más que acreditado currículum político, por encima de cualquier ideología y de sus decisiones más o menos acertadas como líder del país más poderoso de la UE. Y con total seguridad se convertirá en un ejemplo a seguir para los demás partidos de la derecha europea clásica, también para los españoles PP y Ciudadanos, que hoy tendrían que ruborizarse por sus coqueteos, devaneos y pactos indecentes con la extrema derecha de Vox (xenófoba y supremacista) en comunidades autónomas como Madrid, Andalucía y Murcia.

El cordón sanitario que Merkel le ha colocado a los fascistas en su país, en España populares y naranjas se lo han saltado a la torera y de la forma más impúdica que pueda imaginarse un demócrata. Probablemente el gesto de la honorable canciller no signifique nada para Pablo Casado e Inés Arrimadas, dos jóvenes políticos que anteponen sus ambiciones personales, sus cálculos electorales y sus estrategias partidistas baratas a la decencia y a unos mínimos valores democráticos y humanos que deberían inspirar a todo gobernante. A fin de cuentas Berlín queda muy lejos y en España, siempre al otro lado de los Pirineos no solo en lo geográfico sino también en lo histórico y en los avances políticos, ya se ha normalizado ser amigo de los fascistas. Pero no cabe duda de que el sonoro puñetazo en la mesa de la Merkel, que se ha escuchado en todo el viejo continente, los retrata y los pone en su sitio. A ambos dos y para siempre.

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