A todos ellos, mi agradecimiento y mi eterna gratitud

A menudo se nos recuerda la obligación moral de hacer que nuestra memoria histórica se mantenga viva. Es la mejor manera de no repetir la historia y de que episodios tan terribles como los vividos en España a partir de 1936 jamás vuelvan a repetirse.

Nada mejor que un archivo para rescatar trozos de esa historia semiolvidada. El Archivo de Atarfe, al que yo acudo cada vez que la nostalgia me sacude, guarda muy pocos documentos de aquel periodo. De la Segunda República, de la que ahora se ha cumplido el 75
aniversario, solo quedan los libros de Actas y de la Guerra Civil y principios de la postguerra los documentos aún son más escasos. No sé por tanto la objetividad que pueda tener este escrito, porque prácticamente en su totalidad está redactado en base a vivencias personales
de algunos protagonistas de ese periodo.

Unos meses después de iniciada la guerra civil, en abril de 1937, se recibe en el Ayuntamiento de Atarfe una circular por orden del Gobernador Civil de la provincia por medio de la cual se solicitaba urgentemente información sobre los vecinos que habían pertenecido
al Frente Popular, así como de las propiedades que estos tenían.

En una vivienda de la Avda. del Generalísimo (hoy Avda. de Andalucía), se instaló la comandancia militar de las fuerzas del ejército nacional que estaban destacadas en el pueblo. Esta vivienda se convirtió en almacén provisional donde se depositaban los objetos
personales, muebles y enseres de todos los vecinos del pueblo que, por pertenecer al Frente Popular , debían ser intervenidos.

En 1937 fueron 61 las familias a las que se les despojó de sus propiedades. Un año más tarde se amplió esta relación a 135. La incautación de bienes pasaba por prácticamente todas sus pertenencias: armarios, camas, mesas, ropa… Estos objetos y muebles, una vez requisados, eran destinados a cubrir necesidades propias de la guerra o bien a compensar a las viudas y huérfanos de los caídos en el bando nacional.

En 1939 cuando la guerra terminó, también lo hizo la esperanza de muchas personas. Atarfe, al igual que el resto del país, vio como desaparecían las sociedades obreras que habían nacido durante la Segunda República, vio como el incipiente movimiento social se estancaba , vio como el miedo se paseaba por sus calles y vio a muchos de sus vecinos subir a un camión militar y partir hacia un destino tan trágico como incierto.

De entre estos vecinos extraigo el testimonio de dos de ellos, los cuales tuve la fortuna de conocer, de querer y de que me contarán en primera persona lo que sintieron el día que con apenas veinte años salieron del pueblo cada uno en un camión diferente y hacia un lugar
desconocido.

Eran José y Antonio Moreno.

En su casa se quedaron sus padres, sus hermanos y sus abuelos, en las calles de su pueblo se quedaron sus amigos, su infancia y trozos
de una juventud que en aquel momento desaparecía por completo de sus vidas. Sus fichas personales eran muy escuetas: obreros del
campo, de izquierdas, no militaban en ningún partido político y decían ser republicanos. Durante los tres años que estuvieron fuera del pueblo recorrieron diferentes campos de concentración (Reus,Rota, etc) y otros tantos batallones de trabajadores. No coincidieron en ninguno de ellos, aunque si lo hicieron con otros presos de Atarfe.

Allí, conocieron el miedo, el frío, el calor y el hambre, pero también conocieron la solidaridad, la generosidad y la lealtad. Aprendieron a
vivir con el recuerdo de los que aquí quedaron y siempre con la esperanza de que algún día, no sabían cuando ni como, volverían a su casa.
Y los dos volvieron. Estaban más cansados, más resentidos y más tristes. Sus padres estaban más viejos, no tanto por los años, sino por las penas, sus hermanos se habían hecho mayores y algunos de sus vecinos habían muerto.

Volvieron al campo, a la tala, siempre acompañados de su hermano Luis y de su padre, su maestro de oficio.

Más tarde cambiaron el campo por la industria, se casaron, compraron una casa, unos cuantos olivos, tuvieron hijos y, aunque el miedo seguía con ellos, se habían acostumbrado a convivir con él y consiguieron llevar una vida tranquila y feliz.

En 1975, oficialmente dejaron de ser los perdedores. Ellos como tantos españoles habían sido participes en una guerra que no habían desencadenado y victimas de una durísima postguerra. La historia parecía que les daba la razón, las elecciones, los sindicatos, la legalización de partidos. Todo empezaba a cambiar.

En enero de 2001 la Junta de Andalucía aprobó un decreto por el que se establecían indemnizaciones a expresos y represaliados políticos que sufrieron privación de libertad en establecimientos penitenciarios, campos de concentración o batallones disciplinarios.
Este decreto, según especificaba en su texto “sirve de cauce para un reconocimiento público y moral de todas las instituciones de Andalucía con aquellos andaluces que entregaron los mejores años de su vida en la lucha por los derechos y libertades públicas que ahora
disfrutamos todos”.

En mayo del mismo año acompañe a José y Antonio a la Delegación de Justicia a entregar la documentación correspondiente ya que ellos eran posibles beneficiarios de dichas indemnizaciones. El Decreto, decían ellos,llegaba tarde (26 años después de la muerte de Franco),
el reconocimiento ya apenas les servia, ambos tenían más de 80 años, se habían cansado de promesas, y está era una más. No tenían tiempo y apenas tenían ganas. Ambos tenían razón cuando decían que siempre serían perdedores.

José murió en agosto de 2002 y Antonio en abril de 2004. En enero de 2005 recibieron en su domicilio la notificación de que al fin habían sido aprobadas esas indemnizaciones. En el caso de Antonio recibió el dinero su viuda, Rita, que murió quince días más tarde. En el caso de José, no lo recibió nadie. Su viuda, Paca, había muerto en agosto de 2004. En Atarfe solo recibieron estas indemnizaciones las viudas de tres ex presos políticos.

Los que hemos tenido la suerte de no vivir esa época y de haber conocido estas historias, no solo tenemos el deber de recordarlas, tenemos también el deber de trasmitirlas, como deberíamos haber tenido el deber de agradecerlas.

Por si algún día a mi también se me olvida, quisiera hoy recordar a esas personas, vecinos y vecinas de Atarfe que pasaron desapercibidos por nuestra historia, que lucharon primero por la República, después por la libertad, que guardaron silencio mucho tiempo, que tuvieron que olvidar para poder convivir y a los que creo que nunca le dimos suficientemente las gracias. A mis tíos José y Antonio Moreno Álvarez. A los compañerosde mis tíos en los campos de concentración. A Manuel, a Juan, a Antonio, etc. A las familias que esperaban suvuelta. A los que nunca volvieron. A los vecinos que se les incautaron sus bienes. A Silverio, a Gerardo, Agustín, a Sacramento, a José García, a mi abuelo Joaquín. A quienes no participaron activamente en la guerra, pero sufrieron sus consecuencias. A quienes me trasmitieron sus historias, sus convicciones políticas, sus ideales desolidaridad y justicia y su compromiso social. A Luis y María, mis padres, que aún hoy siguen luchando.

Cartel alusivo a la II República española

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