A la memoria de todos aquellos maestros de mi generación, D. Octavio, D. Manuel Barranco, Dª Anita, D. Onofre, D. Aurelio, D. Jesús, y perdón por si involuntariamente olvido a alguno.

Mi homenaje y mi reconocimiento por su labor callada y oscura, porque sembrar en aquellos tiempos difíciles en tierra de enseñanza y recoger buena cosecha, no era nada fácil. Pero gracias a su enorme vocación y esfuerzo, lo consiguieron. Pese a sus luces y sombras, fueron referentes y como en aquel programa de Alberto Oliveras de los 60, diré, ¡ustedes fueron formidables!

Sitúense por un momento en el escenario de aquella época, una escuela, la de D. Octavio o Colegio San José, aún sigue en la calle Gozálvez 19 con su fachada inalterable. Anteriormente, en el mismo lugar estuvo la escuela de D. Santiago y una placa en la fachada lo recordaba. La escuela era una sala grande ubicada en la primera planta a la que se accedía por una escalera situada en el patio, con el tiempo, se anuló esa escalera y se construyó una interior. Al principio, cuando uno subía por aquellas escaleras, sentía una sensación extraña, entre el miedo y la curiosidad por entrar en un paraíso extraño y desconocido. Con el paso del tiempo desaparecen esas sensaciones y aparecen otras nuevas.

Dentro, la primera sensación era un olor inconfundible, la mezcla del olor individual de los niños. A ese olor se unía el de la tinta de los tinteros incrustados en mesas y pupitres y el de los lápices y goma de borrar. Un cuadro de Franco y un crucifijo presidían la sala, El alboroto que se producía al sentarnos y jugar entre nosotros. Cuando D. Octavio aparecía en clase se hacía el silencio y nos levantábamos de nuestros asientos en señal de respeto. Rezábamos unas pequeñas oraciones y empezábamos nuestra jornada escolar.

En aquellos años se hacía especial hincapié en la caligrafía, la letra cursiva, y era algo complicado, teniendo en cuenta que se escribía con plumilla y tinta, los borrones eran habituales hasta que adquirías destreza. Cómo olvidarse de los cuadernos Rubio, también con sus ejercicios de sumar, restar, multiplicar y dividir. Otras actividades consistían en dibujar láminas sin más criterio que la habilidad innata de cada uno, el escribir al dictado y la lectura grupal en fila. Hay que hacer constar que, para actividades escolares secundarias, don Octavio contaba con la ayuda inestimables de la señorita Conchita.

Puede parecer que mitifico o sobrevaloro la figura de don Octavio, pero con la perspectiva que te da el paso de los años, uno valora las cosas en su justa medida. Entonces la palabra ratio en una clase estaba aún por inventar, pero para hacerse una idea, y aunque no recuerdo el número exacto de niños, creo que andaba por los 35 o quizás más. Diferentes edades y cada uno de nuestro padre y nuestra madre. Unos más tranquilos, otros más inquietos, unos más listos y otros más torpes. Gestionar una clase así, mañana y tarde sin estresarte, personalmente pienso que aparte de ser una labor vocacional, has de ser de una pasta especial. No es raro, y esto no es justificable pero sí comprensible, que a veces se escaparan más de una colleja y un palmetazo o te pusiesen de rodillas. Porque quiero suponer que, sin ninguna maldad, era fácil perder el control. No creo que nuestros padres hubiesen permitido según qué acciones. Este hecho, demostraba el apoyo y el respeto hacia la figura del maestro y fue forjando a la gente de nuestra generación valores entre otros muchos como, el respeto, el orden y la disciplina a los que se añadía un manual de urbanidad que nunca tuvo que extraviarse.

No pretendo entrar en agravios comparativos entre la enseñanza de mi época y la de hoy. Basta decir que desde que empecé en la escuela y hasta que acabé el Bachiller Superior, sólo tuve un único Plan de Estudios. La formación intelectual de una persona, la enseñanza, es un tema muy delicado y sensible.

Yo comprendo que en mi época escaseaban los medios, que todo era muy básico y rudimentario. Pero no todo era negativo, era cuestión de sentido común mantener las cosas positivas, y lo manifiestamente mejorable adaptarlo a los nuevos tiempos y las nuevas tecnologías. No creo que sea muy difícil de entender y aplicar.

Recuerdo que, con 9 años y de forma grupal, ya leíamos el Quijote. Más de uno estará pensando que es una aberración. Lo que realmente es triste, que un hijo te diga hoy que una obra literaria universal, leída por millones de personas, es anacrónica y pesada.

Los conocimientos teóricos los fuimos adquiriendo a través de la Enciclopedia Álvarez paulatinamente en sus diferentes grados. Algo que para mí fue muy positivo y fundamental para el desarrollo intelectual de una persona en aquellos años, fue el cultivo profundo de la memoria y aún recuerdo muchas de las cosas que aprendí entonces. Algo que avala este razonamiento personal lo demuestra la prueba de Ingreso previa al inicio del Bachillerato. Todo lo aprendido y memorizado de la Enciclopedia, tenías que exponerlo a las preguntas que te sometía un tribunal de profesores en el Instituto Padre Suárez de Granada, al principio de la Gran Vía. Preguntas totalmente aleatorias, si no dominabas los temas, no pasabas. Imagínense por un momento esta situación, niños de 11 años de pueblo y muy tímidos, acompañados de nuestras madres que no nos iban a dejar solos a esa edad y teniendo que coger el tranvía. Las pruebas eran mañana y tarde y al final del día te daban el resultado. Cuando te llaman del tribunal para realizar el examen, entras en un aula que te parece más grande de lo que en realidad es. Sentados en una mesa larga más de 5 catedráticos, vestidos de negro, con rostros serios y adustos. Y uno piensa inconscientemente, si salgo de esta, salgo de todas en esta vida. Uno a uno me fueron sometiendo a diversas preguntas de varios temas. Al final de un día agotador, largo e interminable, aprobé el Ingreso y sin darme cuenta, también se acabó mi niñez.

Aún permanecí en la escuela de D. Octavio durante los tres primeros años de Bachiller, mi familia disponía de unos medios económicos escasos, por lo que era inasumible plantearme el irme a estudiar a Granada. Al finalizar tercero de Bachiller, ya se inauguró el Instituto en el pueblo y pude terminar mi formación. He de decir que pese al enorme esfuerzo que D. Octavio hizo durante esos primeros años de Bachiller por formarnos, fueron muy difíciles y complicados ya que nos examinábamos por libre en el Instituto de Granada donde me examiné para el Ingreso. Tenías que memorizar a fondo todas las asignaturas del curso y si tenías la mala suerte que te tocaba un tema en el que estabas flojo o bien te bloqueabas mentalmente, suspendías. Era un jugármelo todo a una carta. Eso fue el inicio de mi adolescencia y también un aviso de que a partir de ese momento nadie me iba a regalar nada y que tendría que emplearme a fondo en la cultura del esfuerzo. Pertenezco a esa generación que nos hemos hechos a nosotros mismos, en la que nadie nos ha regalado nada. Y esa satisfacción personal es un orgullo. Pero eso, ya es otra historia.

Acompaña este artículo una foto correspondiente al día de mi Primera Comunión en la que don Octavio me entrega un recordatorio de ese día y detrás el estandarte del Colegio. Esta foto refleja fielmente el símbolo de una época y la influencia que lo religioso tenía entonces. Contaba con siete años y mis recuerdos son más bien difusos que especiales. Sólo recuerdo que el traje me lo hicieron entre mi madre y mi madrina, mi tía Paca Castro. Que fuimos en fila de dos cogidos de la mano, con el estandarte del Colegio presidiendo la comitiva hasta la Iglesia y que fue en Mayo. Con siete años de aquella época, demasiado niño para sentir alguna emoción especial. Después de la ceremonia, volvimos a la escuela y allí nos obsequiaron con un chocolate con galletas. Después, era costumbre que los padres te llevaran a visitar a familiares y amigos que te obsequiaban con un regalo en metálico. Y, por último, me llevaron a Granada al estudio fotográfico de Ortega en la Gran Vía donde me hicieron la foto oficial en blanco y negro y los recordatorios pertinentes. Poco más recuerdo. Y nada que ver con las comuniones de hoy.

Como el patrón del Colegio era, y leo que sigue siendo San José, cada año en Marzo y por su festividad, al finalizar las clases se hacía una novena en su honor. Lo mismo ocurría en el mes de Mayo, mes de las flores y de María en cuyo honor también se hacía una novena y cantábamos aquello de: “Venid y vamos todos con flores a María….”. Lo mismo que ocurría en el aspecto religioso, también sucedía en el aspecto político en aquella época de la dictadura. Qué niño de mi generación no acudía cada 20 de Noviembre aniversario de la muerte de José Antonio Primo de Rivera, acompañado del maestro, a los alrededores donde se levantaba la cruz en memoria de los caídos por Dios y por España (según rezaba la inscripción de la época), en la placeta que hay enfrente de la entrada principal de la Iglesia. Una vez allí, se celebraba una pequeña ceremonia presidida por el alcalde y las fuerzas vivas de Atarfe y se finalizaba brazo derecho en alto, cantando el Cara al Sol. Recuerdos e imágenes de la España del NO-DO.

Entre estos recuerdos de la escuela, los juegos en las eras con los troncos de tabaco haciendo una imitación de las cabañas indias, con los tirachinas o gomeros haciendo puntería con las latas, los partidos de fútbol en el Terrizo, el juego de la lima. Y en la calle los juegos de las bolas o canicas, el escondite, el burro, la piola, el atar una cuerda a los llamadores de las puertas haciéndolos sonar y escondiéndonos detrás de una esquina, recortábamos la imagen gráfica de las cerillas y jugábamos a los santos, apoyábamos la estampa en la pared y si caía sobre otra te llevabas las dos. Los juegos se basaban en la actividad física y la imaginación.

Y así, entre juegos y tebeos, una mañana, la infancia se perdió por los olivares.

F.L Rajoy Varela

prajoy55@gmail.com

Palma Mayo 2020

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