Estaban los políticos tan relajados, gobernando España desde un chiringuito y pensando que septiembre quedaba allá, lejos en el tiempo, cuando se les ha venido encima el inicio del curso escolar.

Y claro, llegada la situación en que hay que tomar medidas, reformular el modelo de educación en un país que, como en media Europa los contagios no cesan, se les ha ocurrido en el último minuto quiénes van a tener que buscar soluciones al problema y responsabilizarse de la situación: los docentes. Ahora ya nos ha quedado más claro a quiénes van a culpar cuando esa idea de la presencialidad sin medios imprescindibles sea inviable.

Porque ¿quién mejor que un maestro de lengua para organizar un aula COVID para esta nueva normalidad? ¿Quién mejor para establecer que haya menos alumnos por aula que el profesor de dibujo? Nadie, claro. Como dice Sánchez esto no se puede convertir en una lucha partidista y tiene razón. Estamos ante una lucha de inacción múltiple, que es otra cosa, bien entendido que la ministra Celaá ni está ni se la espera. Aquí, la verdad del asunto en la que se ha dejado solos a los docentes con unas aulas que no son elásticas y por lo tanto no se pueden estirar para guardar las distancias de metro y medio o para acoger el número de alumnos que se plantea en cada clase. Porque la ratio no ha bajado, ni se han construido (de junio hasta ahora) espacios complementarios en los centros para impartir docencia, ni se van a aumentar suficientemente las plantillas para desdoblar grupos y que desciendan las posibilidades de infectarse. Nada. Eso implica esfuerzo, invertir en educación seriamente, algo que hace décadas que no sucede por estos lares. Que se busquen la vida los docentes y que Dios los ampare, especialmente si residen en Madrid y dependen de Díaz-Ayuso.

Lo cual que, si en marzo dejaron a los sanitarios solos ante el peligro y sin medios, ahora viene el turno de los docentes, a los que, en el protocolo enviado la semana pasada, se les pide que prioricen la docencia al aire libre (o que dejen las ventanas abiertas al menos) y que mantengan la máxima higiene. En el invierno leridano, turolense o aragonés, con la nieve de fondo, la cosa tiene su aquel, porque si los nenes tienen suerte y no se contagian del COVID-19 pueden coger una pulmonía con idéntico resultado: saturación de los servicios sanitarios.

Desconozco si los señores (y señoras) del coche oficial se han planteado esta posibilidad mientras se inventaban ese sintagma tan curioso que denominan “nueva normalidad”, si se han dado cuenta de que estamos jugando a la ruleta rusa con las nuevas generaciones. El resultado, próximamente en los noticiarios y las portadas de los periódicos: que se usa la escuela como banco de pruebas para valorar confinamientos selectivos múltiples. Mientras, todos nos piden serenidad y resulta curioso porque se antoja difícil mantener la calma cuando se evidencia que no hay nadie serio anticipándose al caos que se avecina.

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