No había leído nada ÁNGEL FÁBREGAS, pero el otro día me llegó uno de sus libros, No digas que fue ayer (Ed. Juacaballos, Úbeda, 2019, 260 páginas), que he leído con ansia y he disfrutado como un adolescente.

Publicado por Alberto Granados 

No tengo muy claro si he coincidido con Ángel Fábregas en alguna presentación de libros, en algún libro colectivo de relatos o en alguna actividad del Centro Artístico o de la desaparecida sala cultural de la también cerrada librería Nueva Gala. El hecho es que no había leído nada suyo, pero el otro día me llegó uno de sus libros, No digas que fue ayer (Ed. Juacaballos, Úbeda, 2019, 260 páginas), que he leído con ansia y he disfrutado como un adolescente. Una de esas lecturas que el lector agradece y que se devora como pidiendo más y sin conciencia del esfuerzo que toda lectura supone.

          No digas que fue ayer remite necesariamente a Últimas tardes con Teresa, una novela que me descubrió Miguel Cobo Rosa cuando los cuatro o cinco maestros de nuestra compañía organizábamos la biblioteca de oficiales del cuartel de Artillería, un libro atrevido en aquella época y que desentonaba con los fondos patriótico-franquistas del recinto castrense en que estábamos secuestrados. En la novela de Fábregas se reproduce la situación de Marsé: la niña pija de familia distinguida conoce al chico lumpen y juegan a todo tipo de revoluciones, incluida la sexual, aunque será la realidad social quien marque las fronteras de clase y ponga a cada uno en su sitio.

Los personajes de Teresa Serrat y Manolo el Pijoaparte de Marsé son en esta novela Cristina y Curro. Ella pertenece a una familia del régimen (el padre fue uno de los falangistas valerosos que daban paseos y asesinaban a los rojos en las tapias del cementerio, aunque en los últimos sesenta le remuerde la conciencia y busca argumentos para justificarse) mientras Curro es un gallipavo (nacido de una pareja mixta gitana-payo) que necesita salir de la miseria y del barrio en que no pertenece ni a la comunidad gitana (sus primos lo consideran un desclasado) ni a la paya y que se olvida del flamenco porque toca en un conjunto ye-ye los nuevos ritmos que han impuesto los melenudos de Liverpool, hasta el punto de que cuando los Beatles incorporan el sitar en su álbum Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967) los instrumentistas de su conjunto, Los Azabaches, añaden el instrumento hindú a su repertorio.

Aspecto de la concentración ante los Sindicatos, antes de la tragedia. Abajo, los albañiles asesinados (Fuente: Memoria Histórica)

Como entre don Quijote y Sancho, la ósmosis se produce entre los dos mundos tan distantes. Cristina y su círculo universitario y comprometido le abren puertas que Curro ni sospechaba que existieran. Empieza a moverse con cierta soltura en un mundo intelectualoide que habla de directores como Ingmar Bergman o Antonioni, de poetas como Lorca, Miguel Hernández o Neruda, de pensadores como Marcuse, de viajes, viajes reales y con su sabor a descubrimiento, no bajar a Almuñécar un fin de semana en plan dominguero. Por su parte, Cristina sale de su detestado ámbito familiar y conoce los problemas y la forma de vida de la clase trabajadora, siempre acuciada por el hambre y el temor al cacique o el patrón, amparados por la ley, la policía y el poder. El PCE y Comisiones Obreras, desde la clandestinidad y el arriesgado compromiso, les abren los ojos a estos universitarios y obreros con la vista puesta en la muerte del dictador.

He señalado el indudable punto de partida de esta novela: Últimas tardes con Teresa. Pero Fábregas consigue desplegar una novela autónoma y más granadina (pronúnciese granaína, en el registro normativo de esta ciudad). Si Marsé dejaba Barcelona reducida a simple telón de fondo de la aventura de Teresa y el Pijoaparte, Granada es mucho más que eso en No digas que fue ayer. Granada tiene un protagonismo excepcional en esta novela, una ciudad provinciana y cerrada que en aquellos años (la acción ocupa los años 67 a 70) ofrecía unas diferencias absolutas: los que hicieron la guerra y los que no, los poderosos y los pringados, los miembros del Club de Tenis y la gente. Ángel Fábregas consigue un eficaz retrato sociológico de nuestra ciudad (tal vez de cualquier ciudad de provincias) en que aparecen mezclados Juan de Loxa y su programa radiofónico Poesía 70, el párroco de La Virgencica y el grupo musical Los Ángeles, el embrión del PCE local y la represión que dejó tres albañiles muertos tras la primera huelga del sector de la construcción, la voracidad de los potentados (ahora dedicados al urbanismo salvaje en la costa y Sierra Nevada) y la estrechez económica de los trabajadores, excluidos siempre del reparto de aquel pastel llamado desarrollismo, el oscurantismo de esta ciudad timorata y conservadora y el aire de libertad que supone el mayo francés y la llegada de la nueva música rompedora de los Beatles, los Rolling Stones, The Doors, etc. Algunos personajes llegan a arquetipos literarios: el facha asesino y con doble moral y la sometida esposa que tal vez quisiera verlo muerto, el policía bueno y el policía sin escrúpulos de la Brigada Secreta, el conformista y el que ansía cambiar su posición en este mundo injusto…

A. Fábregas en la presentación de uno de sus libros (Imagen de A. Arenas)

Toda esta realidad, mostrada como un friso muy convincente, se adereza con un caso policial y la represión salvaje a los albañiles que levantaron la ciudad en el 70, con las tres víctimas mortales y la consecuente repercusión internacional (tema que ya abordó el motrileño Joaquín Pérez Prados en su novela Morir en Granada). Esto no aparece en la novela de Marsé y hay que reconocérselo a Ángel Fábregas como un mérito propio, como un acierto indiscutible que nos hace recuperar una España que podríamos olvidar por la costumbre de la democracia, con el peligro, cada vez más presente, de volver a repetirla.

Recomiendo este libro a los granaínos nacidos hacia 1950: tienen que reconocerse entre sus páginas, ya sea como parte activa, ya como meros comparsas de la Historia. Por otra parte, la editorial Juancaballos dedicará los escasos beneficios de la edición a la recuperación de la iglesia de san Lorenzo de Úbeda, cedida por el obispado de Jaén para, una vez restaurado el edificio, proceso que está a medias, convertirse en un Centro Cultural. Os sugiero que os la regaléis en esta próxima semana en que las librerías de Granada celebran un tímido remedo de la Feria del Libro.

Alberto Granados

FOTO: https://www.editorialjuancaballos.com/libro/no-digas-que-fue-ayer/

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