“El sueño de Al Ugab”.de Francisco Vaquero por José Enrique Granados

En el especial de las fiestas de IDEAL de 1993, Fuerancisco Vaquero Sánchez, nos ofreció este artículo titulado “El sueño de Al Ugab”. Hoy lo ponemos en valor para la Gacetilla.

Desde cualquier rincón de la vega que la observemos, Sierra Elvira aparece en el horizonte como una cadena de montañas de escarpada silueta, de quiebros y requiebros que conforman en su conjunto un perfil trágico, de grises muy particulares, de clamorosa soledad en la feraz y vasta llanura. Si nos acercamos a este gigante telúrico desde Granada, sus quebradas líneas nos sugieren a un águila enorme con las alas semirrecogidas, en actitud displicente, dormida, pero que parece querer decirnos que en cualquier momento va a levantar el vuelo, a manera de vigía expectante que guarda en su interior tesoros inmensos. De ahí que los antiguos árabes de origen damasquino, habitantes de la zona, denominarán a Sierra Elvira como Al Ugab o el águila dormida.

En el volante de su falda se entrecruzan caprichosos encajes bordados con hilos de sangre y de fuego, rojos y dorados. Magistral filigrana de pasiones encontradas, de paisaje y paisanaje, de esplendor y caída. Son los hilos de los pueblos que la han habitado: romanos, árabes, cristianos. De todos estos pueblos hay vestigios y restos encontrados en sus inmediaciones. Cuna de tradiciones y leyendas, origen de Granada, importante balneario, ha merecido el estudio de insignes personalidades en el campo de la historia, la geología y la medicina. Hoy, sin embargo, quiero relataros un sueño, un sueño en las entrañas de la sierra: el sueño de Al Ugab.
Ayer sentí ganas de entrar, como tantas otras veces, en el corazón de mi viejo conocido, del “águila dormida”. Para mí, esa actividad tiene un efecto determinante, rotundo, algo así como el aislamiento perfecto para el diálogo conmigo mismo en el contacto más directo con la tierra… La enorme soledad de uno mismo con la tierra, ¿os lo podéis imaginar? En el fondo, somos tierra con aspiraciones de ser aire a sabiendas de que siempre seremos tierra y quizá, esa aspiración es la que me lleva hoy, de nuevo, a conocer mejor las profundidades, los abismos de la tierra, a entrar en el sublime silencio de sus cavernas milenarias y, desde ese recogimiento, poder dialogar con todo y contra todo, sin nada y casi para nada, a veces, hasta llegar al éxtasis y la locura y quedarme sin aliento. La roca, el aire y el agua son los personajes perfectos para esta dramaturgia de soledades encontradas. ¡Qué espanto causa el vernos tan dramáticamente solos! Alguna vez, extrañamente, hemos llegados los cuatro a acuerdos unánimes y en una explosión de júbilo saltamos y bailamos hasta la extenuación, componiendo de este modo una farsa cómica de absurdas excentricidades.

La verdad es que cada vez que entro en la gruta logro romper ese maleficio que a todos nos persigue y que no es otro que el de la monotonía, el de la vulgaridad, el del “otra vez de cada día”. Las reflexiones a que llego tienen un carácter muy diverso, muchas veces son ridículas, absurdas, pero desde luego cubren siempre mi necesidad de evasión. Llegado aquí, es ya el momento de contaros lo que sucedió ayer dentro del “águila Dormida”.

Bajé por la galería de entrada a la gruta, que presenta todavía restos árabes en sus arcadas de ladrillo, y llegué a un rellano; a su izquierda existe una antigua sala con bóveda de construcción también árabe usada como sudatorio; a la derecha hay una escalera de bajada que nos conduce directamente a la fractura o raja donde se encuentra al agua termal y minero-medicinal de los “Baños de Sierra Elvira”. Entonces, me quedé abstraído mirando la cálida ternura, entre la dura roca, del agua verde azulada, cristalina y quieta, de inquebrantable transparencia, como dejándose y en esa dejadez absorbernos…

Fui bajando hasta llegar a una abertura de difícil acceso. Pude traspasarla y seguir por un sendero estrecho bajo el que circulaba el agua. El vapor, cada vez más denso, obstaculizaba la respiración hasta el punto que se hacía muy penosa conforme iba adentrándome. Descubrí que un tenue halo de luz penetraba por alguna de las oquedades de la gruta, corrí a mirar y pude ver bajo mis pies un sorprendente y maravilloso espectáculo, un grandioso festín para mis sentidos. Envuelto en la espesura nebulosa podía divisar un hermoso lago del que no lograba ver su fin, me fijé en sus aguas y observé que eran cruzadas a nado mediante rápidos impulsos por una multitud de pequeños simpáticos animalitos, casi transparentes que dejaban ver su interior, algo así como pequeñísimos crustáceos, como gambitas con ojos negros, saltones y en continuo movimiento.

A la sazón, apareció en el borde del lago una curiosa y apuesta embarcación, coqueta, con un sillón en el centro, que invitaba a subir. Así lo hice, cogí dos pequeños remos y comencé a adentrarme en el lago. Las gigantescas paredes de la gruta presentaban por algunos sitios vetas o estratos de colores muy vivos que conseguían excitar mi sensibilidad hasta la emoción más placentera. Las gambitas parecían comunicarse entre ellas con sonidos muy finos a la vez que emitían suaves destellos de luz blanca. Todo ello resultaba ser una composición de luz y sonido, de color y de embrujo, tan extraordinaria, que haría apaciguar hasta a los corazones más odiosos y endiablados. Oí un fuerte rugido y me asusté, entonces sentí un movimiento brusco, como si todo se moviera y comenzara a ascender. Poco a poco se fueron abriendo dos enormes agujeros por los que entraban poderosísimos rayos de sol que impedían mi visión.
Cuando conseguí adaptarme a tan fuerte luz, corrí a asomarme y cogiéndome como pude a una arruga que hacía la roca, miré, mi corazón latía a un ritmo frenético, lo que pude contemplar no era para menos, henchido de un espíritu de ensueño, veía un mundo nuevo y cambiado un mundo quimérico, en el que lo grotesco aparecía sublime. Me encontraba volando en el interior del águila dormida y, en exquisita complicidad con ella, desertada de un letargo centenario, realizábamos un prodigioso vuelo, al que yo asistía exultante de felicidad. Los ojos del águila eran mis ojos, su emoción era mi emoción, su latido era mi latido, su grandeza era mi grandeza. Sobrevolamos la exuberante vega de Granada, sentimos la grata frescura de sus alamedas; Atarfe y su barriada de Sierra Elvira se habían convertido en una preciosa ciudad-balneario con grandes parques y numerosos surtidores de agua, una ciudad en la que sus gentes vivían en paz y en armonía.

Ascendió el águila en su vuelo y se posó sobre las nevadas cumbres de la sierra, junto al Mulhacén, desde allí pude contemplar un entramado de pueblecitos blancos con sus estrechas y empinadas calles, sus purísimos aires y sus balcones en flor; fuentes, bosques y riachuelos completaban el paisaje. Era la Alpujarra, la morisca y linda Alpujarra granadina. Desplegó el águila sus alas y continuamos el vuelo, pasamos sobre la Alhambra, una vez más, me emocioné ante la maravilla de sus palacios y jardines y, también una vez más se humedecieron mis ojos ante la singular belleza de Granada con la chiquillería gritando por sus plazas. El águila dio entonces un pequeño rodeo girando sobre sí misma, volvió a posarse en su natural asentamiento recogió sus alas y poco á poco, fue cerrando las enormes fosas de sus ojos; se quedó dormida. En aquella agitación y para no caer al fondo del lago, pude asirme fuertemente a uno de los pliegues de sus párpados en este mismo momento oí un gran estruendo al que siguieron varios más. Me asusté y emprendí el camino de vuelta. Mi anterior estado de ánimo, el regodeo y la felicidad, pasaron convertirse en tristeza, en rabia, en impotencia. Descubrí que los estruendos eran potentes explosiones que desgajaban el interior de la sierra, desplazándola y descolgando de sus zonas más altas voluminosos bloques de piedra que; en su caída, desviaban los cursos de agua. La microfauna endógena de estas cavidades termales, probablemente especies únicas en el mundo, yacían esparcidas por los bordes y los fondos del lago, mudas para siempre, con sus graciosas lucecitas apagadas para siempre, quietas y, por qué no decirlo de una vez, muertas para siempre -seguramente debido a alarmantes descensos en el nivel .de las aguas-: Aquello era espantoso.

Salí corriendo al exterior… Mi viejo gigante, el águila dormida, extenuado y maltrecho, sufría con dolor inmenso los mortíferos estallidos en sus aturdidas alas, quebradas y rotas, mutiladas por las canteras. Canteras que dicho sea de paso, estando agotadas en sus límites legales siguen avanzando impunemente bajo la presunción de consentimiento inmoral, complicidad y vista gorda de los organismos oficiales competentes.

-¿Que qué es España?… España es una interinidad-. Decía Ganivet, otro granadino universal. Contraviniendo el principio Máximo de la Física hacemos que “todo se cree, todo se destruya y nada se transforme”. Hoy se crea una cosa y mañana se destruye, somos incapaces de avanzar en la transformación de lo clásico, de las cosas nobles, aprovechando lo mejor de nosotros mismos. Quizá seamos demasiado tercos y pasionales en nuestro carácter y quizá también debido a ello, irremediablemente, negamos, lo más valioso que tenemos, nuestro entorno natural nuestro, medio ambiente. Es justo entonces cuando vale todo, cuando la especulación el contubernio y la corruptela se adueñan de la situación.

Personajillos de escaso valor y menor hombría se hacen con las riendas del poder creyendo engañar a las gentes sencillas y humildes. ¡Pobres ingenuos¡ No engañan a nadie. Son mercaderes de nobleza ajena que no saben que están golpeando torpemente y sin piedad sus propias sienes, mutilando sus escasas alas y derramando miserablemente su sangre y la de sus hijos, porque la humildad y la nobleza de los pueblos es sangre consustancial a todos, es gota de agua y rayo de sol, es armonía, es luz y es color, es Arco Iris. Es amor.

Mientras hacía estas reflexiones, el sol se desplomaba rápidamente sobre el llano y la montaña. En el horizonte se había dibujado la silueta insignificante de mi rostro y se alarga hasta el infinito la sombra triste del águila Dormida. Es ahora cuando la luna asoma su rostro orgulloso y enciende su romántica mirada de plata… Ha nacido la noche.

En su profundo dolor, en su tristeza sangrante, duerme el águila gigante… Despertadla, por amor.

P.D.: Las aguas termales que se vienen explotando de una manera racional en el balneario de Sierra Elvira desde el año 1840, según consta en la Memoria Histórica Científica del mismo están declaradas como Minero-Medicinales y de Utilidad Pública en la gruta existente en los “Baños de Sierra Elvira”, Esta declaración oficial les confiere a las aguas protección legal en cuanto a la calidad y a la cantidad de las mismas y al dueño de la finca exclusividad para poder explotarlas con ese fin terapéutico o medicinal. Los organismos públicos, competentes parecen empeñados en no cumplir esa normativa en vigor. Resulta verdaderamente lamentable que decenas de pozos ilegales que extraen esas mismas aguas o similares estén acabando con una riqueza nacional, tan extraordinaria como ésta. (Véanse los artículos de la Ley en vigor referentes a este tipo de aguas en el Reglamento General para el Régimen de la Minería).

La imagen es un detalle del grabado de A. Guesdon, 1850, y en él se puede ver la entrada del río Darro en Granada, entre la Alhambra y el Albaicín, así como la silueta de Sierra Elvira.

Curiosidades elvirenses

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