Fernando de Villena, el prolífico autor granadino, ha sacado en plena pandemia una nueva novela (y tiene otro libro esperando el momento de la presentación). Se trata de Las siete edades (Sevilla, Editorial Niñaloba, julio de 2020, 202 páginas), escrita hace diez años, aunque aparezca ahora.

El título hace referencia al trayecto vital de los tres personajes centrales, cuyas biografías se reproducen a través de tres fuentes que se entrecruzan y complementan con la complicidad del lector, quien debe armar el rompecabezas y estar atento a alguna contradicción que, solo al final, cobrará su significado cabal y se comprenderá la verdadera naturaleza de la voz narradora.

          Dividida en siete capítulos que hacen referencia al título —Niñez (1956-1965), Adolescencia (1966-1974), Juventud (1974-1979), Primera madurez (1979-1987), Madurez plena (1987-2000), En las puertas de Vejecia (2000-2010) y Senectud, en este caso, una carta— más una Introducción metaliteraria que firma Lía Schindler, una supuesta estudiosa de Arte, también firmante del último y sorprendente capítulo, Las siete edades recorre las vidas de tres amigos de la infancia a través algo más de cincuenta años.

          El lector, acompañado por la prosa preciosista de Villena, irá armando en su mente la peripecia vital de los pintores Rodrigo Corpas y Alfredo Bastida y del arquitecto Julián Ayala a partir de los fragmentos las memorias de Julián Ayala, el diario de Alfredo Bastida y el epistolario de Rodrigo Corpas, en que cada uno refleja su percepción de los otros dos amigos. Siguiendo estos tres corpus biográficos se obtiene un friso histórico y humano de lo que fue la Granada del franquismo, la época sevillana de los estudios universitarios, los enamoramientos de los personajes, su evolución posterior, las ambiciones más o menos confesables, la evolución histórica de un país que pasó del franquismo a una transición democrática, la victoria socialista de 1982 y la aparición de una nueva clase intelectual, la fama y el fraude que puede haber detrás una vez que se ha alcanzado un nivel de reconocimiento avalado por los grandes gurús de la cultura oficial, el sentido del fracaso injusto, las traiciones, la desafección y el rencor, etc. Un material muy hábilmente montado por Fernando de Villena, que ha dado suficientes muestras de su maestría como narrador y que ha aparecido bastantes veces en este languideciente blog.

          Hay, sin embargo, un reparo: Fernando es una persona (y un escritor) siempre lleno de preocupaciones éticas, religiosas y existenciales. Esta circunstancia lo lleva en alguna ocasión a incluir en sus textos novelísticos una carga doctrinal que entorpece el ritmo narrativo. En esta ocasión son sus ideas sobre quiénes son los amos del mundo, el funcionamiento del mundillo cultural y el triunfo artístico, el desengaño político… ideas que ya han ido apareciendo en otros volúmenes suyos (ya lo hizo en La revolución pacífica y otros artículos conflictivos, Barcelona, Ediciones Carena, 2015) y que aquí le dan a su novela un aire trascendente que lastra el fondo narrativo, como sucedía con las antiguamente llamadas novelas de tesis. En concreto, sus ideas sobre las claves del éxito literario ya iban en el Manifiesto del Salón (1994), en que varios autores se quejaban, con razón, de las escasas posibilidades que una ciudad de provincias podía ofrecer a su producción literaria, según ellos, proscrita en los grandes circuitos editoriales, proscrita por los mismos que decidían en despachos políticos. No estoy de acuerdo en todo, pero entiendo esta vieja querella. Sé de la calidad de muchos autores locales, calidad que jamás se va a ver reconocida fuera de esta ciudad y sé que eso es doloroso para cualquiera. Pero no se puede anatemizar a priori a quien haya conseguido el éxito. Creo que no todo en el reconocimiento literario es política. La existencia de un padrino político podría encumbrar transitoriamente a algún autor, pero el éxito prolongado, los premios internacionales, la traducción a los idiomas más prestigiosos… no es cuestión de despachos, sino de méritos y de esa puerta que se puede abrir, casi milagrosamente, para filtrar esa obra redonda con que todo escritor sueña y hacerla llegar al gran público. Dicho de otro modo: no todo triunfo artístico tiene que ser fruto de una claudicación espúrea, de una venalidad que jamás ha pasado de una mera hipótesis injustificada y, en ocasiones, dirigida ad hominem. La generalización aquí puede llegar a injuria y eso está muy lejos de la forma de ser de Fernando.

Salvando esta objeción, Las siete edades es una novela magnífica y amena, con unos registros muy reconocibles de la calidad de Fernando y con una interesante trama que deja abierto un episodio definitivo para cuadrar al personaje central, para saber si hay que reprocharle algún gravísimo alegato más de los que aparecen implícitos en los materiales de sus dos amigos. No puedo ser más explícito, así que ahí lo dejo y que sean los lectores quienes establezcan el último veredicto.

Alberto Granados

https://albertogranados.wordpress.com/
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