«La necesidad de propiciar un urbanismo que favorezca la salud de la ciudadanía» Por: Juan Carlos García de los Reyes

Tiene gracia, porque ha tenido que llegar una pandemia global para que, aparte de quitarnos el hipo, la salud o la vida, empecemos a tomarnos en serio (pero… ¿por cuánto tiempo?) que nuestra salud individual y colectiva guarda una estrechísima relación con el modo de vida y con las características del lugar donde habitamos.

Resulta que la sociedad científica lleva años gritando sobre la catástrofe que se nos avecina a cuenta del calentamiento global, y los gobernantes (al igual que la ciudadanía) poniéndose de perfil porque, en realidad, ni unos ni otros creíamos que de verdad fuese posible cambiar los hábitos de la humanidad. Al igual que hace unos años desde las instancias internacionales fueron definidos los objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible; y sin embargo, a las ciudades les cuesta asumirlos e integrarlos en sus políticas de desarrollo urbano. Porque cambiar la inercia de las cosas no es nada sencillo.

Pero ha llegado el COVID y de repente hemos descubierto, atónitos, que no era irremediable convivir con tanto humo, con tanto ruido, ni con ese ritmo de vida trepidante. Ya que apenas bastaron unas semanas de confinamiento para que los niveles de contaminación, no digo ya urbanos sino incluso planetarios, se recuperaran volviendo a índices inimaginables, y que unos y otros pudiéramos sentir de nuevo la fuerza de la naturaleza con toda su expresividad, incluso en el seno de las ciudades.

Por eso, a todos nos ha parecido maravilloso comprobar que, de verdad, las cosas podrían llegar a ser diferentes, lo cual ya de por sí ha significado una gran lección que podría precipitar muchas de las acciones relacionadas de una u otra manera con la salud que, hasta el momento, la sociedad actual no terminaba de considerar. Porque si bien las ciudades constituyen espacios de gran vitalidad y dinamismo, también son fiel reflejo de las tremendas contradicciones que se derivan de un modo de vida que, por ejemplo, exige a diario grandes desplazamientos desde la residencia al trabajo, nocivos para el medio ambiente, y por tanto para la salud, pero también nocivos para que los ciudadanos y ciudadanas puedan vivir una vida plena.

 

 

Han pasado muchísimos años ya desde que la Organización Mundial de la Salud (Nueva York, 1946) definiese que “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” y así surgió el concepto de los determinantes de salud, que se definen como “el conjunto de factores personales, sociales, económicos y ambientales que determinan el estado de salud individual y colectiva”. Es decir, que bajo este término se engloba un conjunto de factores que influencian y encuadran el estado de bienestar y calidad de vida de individuos y poblaciones:

    • Factores individuales que no pueden ser modificados como la edad, el sexo y los factores genéticos.
    • Y otros factores que sí pueden modificarse como son: los hábitos o estilos de vida (alimentación, actividad física, etc.); las condiciones ambientales del entorno; y las políticas sectoriales de distintos ámbitos (trasporte, vivienda, planificación urbana, etc.).

Así pues, mientras que los primeros factores, los clásicos, tienen efectos directos en la salud, los segundos inciden e impactan sobre ella. Por eso, al hablar de las ciudades surge la necesidad de propiciar un urbanismo que favorezca la salud de la ciudadanía. Son muchos los estudios que evidencian que en países con cobertura asistencial universal, como sería el caso de España, más del 40% de carga de enfermedad es atribuible a dos grandes determinantes de salud como son los factores ambientales y los hábitos y estilos de vida.  Dos cuestiones que guardan una estrechísima relación con las decisiones políticas que se adoptan en el seno de las ciudades: educación, vivienda, trabajo, economía, medio ambiente… esto es, la planificación urbana.

Podemos afirmar por tanto que la planificación urbana así concebida, podrá propiciar acciones que impacten en los hábitos y estilos de vida, que mejoren los factores ambientales y reduzcan la contaminación. Así, por ejemplo, mejorar la movilidad, reducir las distancias residencia-trabajo, acercar los equipamientos y los servicios a los barrios, prever mayores y mejores áreas verdes, fomentar la peatonalización y los modos de transporte no motorizados… serán acciones que sin duda alguna van a impactar en los hábitos y estilos de vida ciudadanos, y en definitiva en la salud.

Por eso es tan importante que en la planificación urbanística se incorporen políticas específicas tales como:

    • Mejora de la calidad ambiental (agua, aire, residuos, movilidad, contaminación acústica, contaminación atmosférica, revegetación de espacios verdes, etc.).
    • Minimización de la exposición de la población a fuentes contaminantes.
    • Asegurar el acceso equitativo a espacios libres y equipamientos públicos y sociales.
    • Especial atención a la integración de colectivos vulnerables.

Lamentablemente, las bondades de una buena planificación difícilmente serán inmediatas sino que llegarán a medio plazo, ya que muchos de esos cambios van a requerir nuevas infraestructuras, remodelaciones físicas o gestiones administrativas generalmente complejas y costosas. Por eso es tan importante dotarse de instrumentos de planificación que definan un modelo urbano asumido social y políticamente, que pueda ser llevado a cabo en el tiempo, y que asuma estrategias de sostenibilidad urbana.

 

 

Pero nada de esto es nuevo, en absoluto, y en realidad la sociedad actual ya tiene trazado un buen camino y ahora de lo que se trataría es de recorrerlo. Por eso recomiendo visitar por ejemplo:

La Estrategia Andaluza de Sostenibilidad Urbana, que constituye una referencia marco de las políticas con mayor implicación en los procesos de desarrollo urbano: “La ordenación territorial, la urbanística, la planificación y gestión de la movilidad, el uso que nuestras ciudades hacen de los recursos naturales y energéticos, constituyen elementos claves en la construcción de la ciudad sostenible” que considerará, entre otras, las siguientes líneas estratégicas:

      • Promover el modelo de ciudad compacta, diversa, eficiente y cohesionada socialmente.
      • Uso razonable y sostenible de recursos.
      • Mejorar la calidad urbana y la calidad de vida de la ciudadanía.
      • Cumplimiento de los objetivos de emisión fijados en los diferentes protocolos y acuerdos internacionales.
      • Impulsar la innovación tecnológica y especialmente en procedimientos de gestión, planificación y organización de instituciones.
      • Ofrecer criterios de sostenibilidad a las políticas sectoriales para incorporarlos a través de instrumentos normativos, de desarrollo o estratégicos.
      • Impulsar una nueva cultura de la movilidad y accesibilidad.
      • Fomentar las acciones transversales de coordinación entre todos los departamentos y administraciones.

La definición del modelo de ciudad que se recoge en el Plan de Ordenación del Territorio de Andalucía, vigente desde 2006:

«[…] El planeamiento tendrá entre sus objetivos la consecución de un modelo de ciudad compacta, funcional y económicamente diversificada, evitando procesos de expansión indiscriminada y de consumo innecesario de recursos naturales y de suelo. Este modelo de ciudad compacta es la versión física de la ciudad mediterránea, permeable y diversificada en su totalidad y en cada una de sus partes, y que evita en lo posible la excesiva especialización funcional y de usos para reducir desplazamientos obligados, así como la segregación social del espacio urbano.

»El desarrollo urbano debe sustentarse en un modelo basado en la creación de ciudad que genere proximidad y una movilidad asegurada por altos niveles de dotaciones de infraestructuras, equipamientos y servicios de transporte público…»

 

“Sí, sí”, me diréis, “todo eso está muy bien, pero… ¿Ahora con el COVID qué hacemos?”. Yo creo que esta pandemia está empezando a acelerar procesos que de una u otra manera estábamos abocados a hacer, es decir, que nos está acercando a pasos agigantados a acciones que los países, las regiones y las ciudades irremediablemente teníamos que realizar. Haciéndonos ver con toda su crudeza la enorme fragilidad del ser humano y por tanto de la humanidad. Y se ha hecho evidente en algunas cuestiones sobre las que lo que se había avanzado suficientemente, como, por ejemplo:

Redescubriendo las bondades de vivir en ciudades de tamaño medio y en el mundo rural, poniendo sobre la palestra la necesidad de que las políticas de ordenación territorial fomenten urgentemente su óptima conectividad digital y física, y les doten de mejores servicios a todos los niveles —de manera insospechada y de golpe ya le hemos perdido el miedo al teletrabajo—.

O acelerando las políticas de movilidad urbana sostenible, por lo que ahora más que nunca se habla de peatonalizar, de modos de transporte no motorizados, de dar espacio a la bicicleta… Los alcaldes ya sabían desde hace tiempo que con las políticas de movilidad se visibilizan en muy poco tiempo mejoras en la calidad de vida en los barrios, por eso el COVID está precipitando la toma de decisiones en dicho sentido.

 

 

Así pues, llegados a este punto, ya sé que la pregunta sigue sobre la mesa: pero… ¿cuáles serán los efectos que tendrá la pandemia del COVID sobre las ciudades actuales y los modos de vida de las personas? Como os decía, creo que su principal virtualidad (por llamarlo de alguna manera) ya está siendo la de precipitar procesos de cambio a los que de una u otra manera ya estábamos abocados. Así, por ejemplo, hoy en día es fácil encontrar en los medios de comunicación reflexiones que si bien no son nuevas, ahora suenan con mucha más pertinencia:

Como la del urbanista Carlos Moreno que desde París auspicia “La ciudad de los 15 minutos”: barrios densos y diversos, edificios con distintos usos, y movilidad reducida porque todos los servicios básicos están como máximo a 15’ desde casa, ya que “los tiempos del transporte deterioran considerablemente la calidad de vida y se están convirtiendo en una amenaza para la salud urbana”. Afirmando que no podemos seguir viviendo como si no hubiese cambio climático: “No es una crisis nueva. El cambio climático la puso sobre la mesa y ahora la pandemia la ha amplificado”.

Y la de Inés Sabanés, Exdelegada de Medio Ambiente y Movilidad en Ayuntamiento de Madrid, y su apuesta por “caminar, vivir la proximidad, teletrabajo, aire limpio… recuperar espacio para el peatón, los patinetes eléctricos, las bicicletas y los árboles” aunque también pone el dedo en la llaga de un nuevo problema que acaba de llegar: “El teletrabajo es una buena noticia para los transportes insostenibles medioambientalmente; pero mala noticia para la sostenibilidad financiera del transporte público”. Para concluir reflexionando sobre la necesidad de propiciar la gobernanza, ya que “las ciudades no pueden dejarse en manos del mercado. Hay que regular pensando en el bien común… La sobreoferta puede deshumanizar las ciudades, lo hemos visto con la oferta residencial y Airbnb”.

 

Aunque ahora se abra una singular oportunidad para anticipar los retos, yo tengo muy claro que la misión de todos aquellos que tengan responsabilidades públicas sobre la ciudad y el territorio, debe seguir siendo la de propiciar el desarrollo de ciudades comprometidas que, para el caso, no viene a ser diferente de la necesidad de propiciar un urbanismo que favorezca la salud de la población.

Ciudades socialmente integradoras, ambientalmente sostenibles y económicamente activas y emprendedoras, que utilizan racionalmente los recursos territoriales, sin esquilmarlos, para fomentar su crecimiento económico y la mejora socioeconómica y cultural de su población; que protege su patrimonio cultural y natural como herencia recibida de sus antecesores, que debe ser legada a sus sucesores; y que mantiene las características propias que la diferencian de otras ciudades o territorios.

Ciudades en donde reine la armonía, se incorpore la inclusión, la eficiencia, el respeto al medio ambiente y en las que las personas puedan vivir con dignidad y desarrollarse como ciudadanos. Ciudades y barrios que sean espacios de convivencia. Diseñados a escala humana, con buenos servicios, que se puedan caminar y que no estén contaminados. Que mimen a sus ciudadanos…

En definitiva, “Ciudades comprometidas”, como a mí me gusta denomina

Por: Juan Carlos García de los Reyes

La necesidad de propiciar un urbanismo que favorezca la salud de la ciudadanía

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