La suma de todo es una comunidad autónoma heterogénea, pero con unos rasgos identitarios que nos definen dentro de España.

Andalucía, dorada de sol y plata de olivares de Jaén, un mar fenicio que besa la arena y la abandona, el sudor de las gentes que acuden al trabajo, madrugadas desnudas en la costa onubense con barcos que regresan a puerto, y Cádiz, que es bahía y constitución, esfuerzo de una tierra que fue íbera, romana y mora, crisol de culturas, siempre. El canto a la guitarra en la Giralda sevillana, eternamente protagonista, y Granada aquí, corazón, historia y suspiros con reguerillos de agua en los ríos pequeños de nuestra geografía del desencanto. Y que nadie se olvide de Almería, serena claridad en la aridez del paisaje y una lluvia que no llega.

La suma de todo es una comunidad autónoma heterogénea, pero con unos rasgos identitarios que nos definen dentro de España. El espíritu andaluz es emprendedor, creativo (nadie podrá negar que los mejores poetas del siglo veinte son andaluces), atrevido y sacrificado. Nos han hecho mucho daño los estereotipos, esos tópicos ridículos sobre cómo somos y nuestras supuestas aficiones; esta región, con menos inversión que otras, ha sabido salir adelante y hacer de la necesidad, virtud. Desde los nuevos jóvenes que han retornado a laborar en la agricultura hasta los empresarios que buscan oportunidades de negocio en el contexto urbano porque hay que encontrar un porvenir que nos llega tarde porque durante la dictadura, mientras se hacían fábricas en Cataluña o se invertía en el País Vasco y la siderurgia, aquí nos dejaron a los terratenientes, los señoritos con el pie en el estribo de la jaca jerezana, el latifundio y la masa de jornaleros trabajando de sol a sol por cuatro perras. Tuvimos, pues, que encontrar nuestro camino en libertad con la democracia, en un proceso lento del que poco a poco se empezaban a percibir frutos. Y, en eso, llegó la pandemia y esta destrucción del empleo que ya vamos viendo. Hoy, es evidente, estamos angustiados viendo cómo cierran los comercios, cómo el turismo no puede venir, la cultura se nos muere sin apoyos y el sector servicios se desmorona. Por eso, este Día de Andalucía ha sido distinto.

Recuerdo mis primeros 28-F, cuando todos los alumnos estábamos silentes en el patio del colegio, con la bandera al viento y el himno sonando; entonces desconocíamos que la verdiblanca ocultaba muchos sacrificios: los de nuestros padres, los de nuestros abuelos, siempre con la azada en la mano, constantemente esperando cosechas, el pan limpio de nuestras casas. Por ellos, por los que nos dieron esta oportunidad de futuro y se han ido sin disfrutar del descanso merecido, nadie puede caer en el desaliento; nos toca arrimar el hombro, afanarnos para levantarnos de nuevo cuando esto acabe, cuando esta maldita enfermedad nos dé tregua. Hay que reconstruir los puentes con el porvenir, ponernos la sonrisa aunque nos duela, encontrar una ilusión, aunque no sepamos aún de donde sacarla porque estamos heridos por un rayo y duele muy adentro, justo donde se cobija el alma de tanta nieve que lo cubre todo, de este frío desconocido para nosotros pero que sí padecieron nuestros mayores en vidas muy difíciles. Por respeto a nuestro legado, hay que seguir luchando, reinventarnos para ser mejores de lo que fuimos. La nobleza de nuestros orígenes humildes nos obliga ahora ‘a decir paz y esperanza,/ bajo el sol de nuestra tierra’.

IDEAL DEL 1/3/2021

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