SIRIA: Del estallido de la guerra a los peores crímenes y el daño a la infancia

Una vida “normal y tranquila”, con gente sencilla que trabajaba mayoritariamente en la agricultura. Así era la vida en Daraa antes de la guerra. “Somos famosos por el tomate, es el mejor de toda Siria”, dice orgulloso Moussa Al Jamaat, un periodista ahora afincado en Madrid.

Moussa viene de esa ciudad en el sur de Siria en la que todo empezó. Entre sus recuerdos está su madre. Ella no trabajaba fuera, se dedicaba a la casa y la familia, a sus ocho hijos. “Mi madre tenía un corazón blanco”, dice, una expresión siria que define a la gente sencilla.

Moussa en una fotografía en España

Moussa en una fotografía en España / Moussa Al Jamaat

Siempre jugaban al fútbol fuera, iban a la playa, viajaban, hacían “cosas locas como todos los jóvenes”, cuenta Moussa, pero sobre todo recuerda las grandes fiestas con las que celebraban las bodas. “La gente baila durante tres días, hay mucha comida…”

De todo eso ya queda poco, lamenta. Este lunes se cumplen 10 años de la guerra de Siria, la más cruel y sangrienta de nuestros tiempos. Diez años de destrucción de un país y un patrimonio sin el cual es más difícil entender nuestra propia historia. Ha sido una década de incesante goteo de exilios forzados, de ciudadanos con vidas como la nuestra que tuvieron que huir para no morir entre las bombas.

¿Cómo se inició el conflicto?

Las revueltas en Siria, como en tantos otros países de la región, se cocinaron a fuego lento, explica el corresponsal en la región de la Cadena SER Oriol Andrés. Cuando Bachar Al Assad sube al poder en el año 2000 se encuentra un país estancado y corrupto. Tras prometer una “primavera de Damasco” que nunca llegó, Al Assad inició reformas para relanzar la economía con un efecto devastador en millones de personas.

Sumando a esto una mala planificación agrícola y una grave sequía, se produjo un enorme éxodo del campo a la ciudad que derivó en un crecimiento de la pobreza y el desempleo en una sociedad cada vez más desigual en la que además seguía sin haber libertad de expresión y la disidencia se pagaba como mínimo con la cárcel.

Esta situación derivó en numerosas protestas en 2011. La brutalidad de la policía de Daraa contra unos niños que habían hecho una pintada revolucionaria prendió la mecha.

Tras unos primeros meses de manifestaciones pacíficas, la respuesta del régimen fue represiva. Las protestas se extendieron por todo el país y como respuesta a la espiral violenta del Gobierno, la respuesta de muchos opositores fue armarse. Así empieza una militarización del conflicto que se suma a una creciente presencia de grupos islamistas. Todo ello desemboca en la guerra civil.

De todos esos eventos fue testigo directo Moussa. “El régimen de Siria mató a mucha gente” en su ciudad, asegura. “La gente no puede imaginar cómo era la guerra en Siria”, dice, y a él mismo le cuesta explicarlo. “He perdido a muchos amigos y mi familia…”

Diez años después ni siquiera la cifra de víctimas mortales está clara. Oscila entre las 400.000 y las 600.000 personas.

Cruel represión y crímenes de guerra

“El Gobierno sirio ha sometido a detención y a desaparición forzada a un número ingente de personas”, especialmente a partir de 2011, asegura Yolanda Vega, portavoz de Amnistía Internacional para Siria. La Red Siria de Derechos Humanos habla de 100.000 detenidos, entre opositores pacíficos, manifestantes, activistas, médicos y cooperantes.

Los grupos armados de oposición también han secuestrado a civiles, muchos de los cuales siguen en paradero desconocido, cuenta Vega. Las familias que los buscan sufren grandes riesgos y muchos han tenido que salir del país. “Lo que siguen pidiendo las familias es algo tan básico como saber si sus seres queridos están vivos o muertos y dónde están”, dice Vega, porque las autoridades no han informado del paradero de los fallecidos ni han entregado sus restos a las familias.

En las cárceles y centros de detención se han producido torturas, según ha podido documentar Amnistía Internacional. “Muchas personas fueron víctimas de exterminio” por las condiciones inhumanas en el régimen carcelario, aseguran, lo que constituye crímenes de lesa humanidad.

Fotografía de la República Árabe Siria en 1950

Fotografía de la República Árabe Siria en 1950 / Unicef

Ha habido algunos eventos especialmente cruentos a lo largo de la década de conflicto: los asedios del régimen contra zonas urbanas residenciales bajo control de grupos opositores que duraron años provocando hambrunas y enfermedades entre la población civil que temía además la caída de barriles explosivos. Homs fue la primera ciudad que se rindió al asedio, seguida por Aleppo y Ghouta oriental, en los suburbios de Damasco.

Hasta 2015 los rebeldes llevaron la iniciativa, llegando a controlar más del 80% del territorio y haciendo tambalearse al régimen. Pero la llegada de la poderosa aviación rusa al rescate de Assad cambió el curso de la guerra a su favor. Las fuerzas progubernamentales no dudaron en ejecutar más de 300 ataques químicos contra la oposición. El más grave, con un gas nervioso tipo sarín, fue en Ghouta, en 2013, y dejó centenares de víctimas.

El conflicto en Siria también vio crecer el terrorismo de Estado Islámico, que entre 2014 y 2019 mantuvo su califato en gran parte del norte del país con ciudades importantes como Raqqa. Una barbarie de la que el presidente Al Assad sacó provecho presentándose como la única alternativa posible.

Pero la guerra de Siria se convirtió también en escenario de un conflicto regional más: el de Turquía y las fuerzas kurdas, cuyo momento más trágico fue la invasión de Afrín por parte de fuerzas islamistas bajo el paraguas de Ankara, una ofensiva que causó el desplazamiento de más de 100.000 personas.

Los frentes abiertos

A Bachar Al Assad ya no le quedan muchos frentes por los que luchar. El mayor territorio rebelde sigue siendo Idlib, al noroeste del país, controlado por una organización terrorista. Unos tres millones de personas, la mayoría desplazados de otras zonas del país, viven apiñadas en un territorio reducido a una tercera parte de lo que era en 2017 por las distintas ofensivas.

Desde el último alto el fuego firmado en marzo de 2020 los bombardeos han cesado. La preocupación actual del régimen y Rusia es mantener el control total de la autopista M-4, una arteria comercial clave para la economía siria. Y la buena sintonía de Rusia con Turquía también les sirve en su estrategia en el norte del país, rico en petróleo.

El mayor frente para el régimen sirio es ahora el interno, por la devastación física y económica, que requiere una inversión de entre 100.000 y 400.000 millones de dólares para su reconstrucción.

Unos niños juegan en Douma, en el este de Ghouta, en Siria, el 10 de diciembre de 2018

Unos niños juegan en Douma, en el este de Ghouta, en Siria, el 10 de diciembre de 2018 / Unicef

Una infancia perdida

Los 10 años de guerra han dejado la vida de los niños y las familias en una situación precaria. Dejando a casi el 90% de los niños de Siria en situación de necesidad, según datos de Unicef. Más de 6,1 millones de niños dentro de Siria necesitan asistencia, 2,5 millones de niños refugiados, incluyendo lo más básico como salud, ropa de abrigo, educación y alimentos, pero sobre todo protección y seguridad.

Hay toda una generación de niños sirios que sólo conocen la guerra. Casi 5 millones de niños han nacido dentro de Siria desde que comenzó la guerra en 2011, y un millón más han nacido como refugiados en los países vecinos de Siria.

Ted Chaiban, director regional de Unicef para Oriente Medio, asegura que la situación es especialmente alarmante: dos millones de niños necesitan ayuda, muchos siguen desplazados y muchas familias han huido de la violencia varias veces, algunas hasta 7 veces en busca de seguridad. Han sufrido otro largo invierno viviendo en tiendas de campaña, refugios y desplazados en edificios en ruinas.

Casi el 90% de los niños sirios dependen ahora de la ayuda humanitaria. Se ha producido un aumento del precio de la cesta media de alimentos de más del 230% en el último año y, según las últimas estimaciones de Unicef, más de medio millón de niños menores de cinco años en Siria sufren de retraso en el crecimiento como consecuencia de la desnutrición crónica. Casi 3,2 millones de niños están sin escolarizar, el 40% de los cuales son niñas.

Aunque la esperanza está en que “hay cinco millones de niños que siguen aprendiendo”, dice Chaiban. “A pesar de estos increíbles retos a los que se enfrentan, los niños y jóvenes de la zona y de los países vecinos nos muestran la definición de coraje, de perseverancia y de determinación”.

La exposición de los menores a la violencia, a traumas impactantes, a la situación económica y a la COVID-19 ha aumentado los problemas de salud mental. Las encuestas de la ONU y de Unicef indican que el 27% de los hogares, o uno de cada cuatro, dentro de Siria informaron de que sus hijos mostraban signos de malestar psicosocial, lo que supone el doble que en 2020.

“Las posibilidades de que los niños lleven una vida normal se reducen aún más, con menos oportunidades de socializar con sus compañeros y de acceder a los servicios de protección social a causa de la COVID. Además, las familias suelen recurrir a mecanismos de supervivencia, como enviar a sus hijos a trabajar, y las niñas corren un riesgo especial de matrimonio precoz y forzado”, explica Ted Chaiban.

 
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