«PACO JIMÉNEZ, DE CASA AJSARIS» por Remedios Sánchez

Frente a la colina roja, donde La Alhambra se yergue en plenitud de encanto, está su hermano el Albaicín, que encierra la historia más auténtica, más bella y más verdadera de Granada. Allí, entre sus intrincados callejones, donde la luna juega al escondite con los surtidores cuando el sol se oculta, está Casa Ajsaris, uno de los mejores museos privados de España, lo tengo escrito.

Aparte de un espacio museístico, ha sido siempre el carmen con jardín abierto para muchos por dos granadinos ejercientes que han hecho del arte una forma de amar esta tierra no siempre agradecida como debiera con sus mejores hijos.

Haciendo memoria, recuerdo que visité su hogar por primera vez allá por 2006; allí acudí con mi maestra, la escritora Mariluz Escribano, y me quedé fascinada por sus espectaculares tallas de Pedro de Mena o sus pinturas de Bertucchi, Bocanegra, López-Mezquita, Morcillo o Apperley, en una nómina extensísima de calidad difícilmente equiparable. Todo en armonía perfecta y con la Alhambra como fondo de una vida plena y compartida que se antojaba trazada para la protección del patrimonio y el cuidado exquisito de la belleza. Después de disfrutar de su tesoro, tan apasionadamente explicado por Juanma Segura, nos sentamos en la paz armoniosa del patio que era primavera de flores y allí escuché con su tono siempre templado, prudente hasta el extremo, hablar a Paco Jiménez. Paco, mirada profunda, de esas que parece que traspasan y descubren cualquier secreto, y sonrisa de galán de cine que evidenciaba también una inmensa ternura, era/es el cincuenta por ciento de la construcción de una colección artística privada hecha a golpes de sacrificios y de esfuerzo. Y la tarde fue perfecta, tanto como para que la recuerde tantos años después, a pesar de que ha habido otras visitas posteriores, algunas con políticos que se comprometieron a buscar un espacio para que todos los granadinos pudieran disfrutar de tanta armónica belleza que ambos querían donar a Granada. Juntos, Paco y Juanma, Juanma y Paco, no sólo han logrado no sólo una colección inigualable sino un equilibrio personal perfecto que daba pie al sosiego de unas conversaciones compartidas que permiten la discrepancia y luego mirarse a los ojos con una sonrisa que revela aprecio y respeto mutuo. Juanma desde la pasión que da el conocimiento; Paco, con igual profundidad, ejerciendo de moderación y templanza, en la complicidad de un gesto compartido con Juanma.

Pero, hace hoy diez días, justo antes de que la primavera abrazara las calles, Paco Jiménez se nos fue, se le fue a Granada y a su Albaicín, con esa discreción que era rasgo esencial de su carácter. Su vida es ejemplo de aquellos versos de Fernández de Andrada en su ‘Epístola Moral a Fabio’: “Una mediana vida yo posea,/ un estilo común y moderado,/ que no note nadie que lo vea”. Hoy, por ese estilo moderado, por esa delicadeza cargada de generosidad, por abrir su casa al mundo y querer -con Juanma- donar a Granada su legado artístico (algo que debió rubricarse hace mucho, para su tranquilidad), quiero decir su nombre con voz de lluvia, para que no se olvide nunca, para que todos sepan que esta ciudad la habitan también personas excepcionales que, cuando se marchan, se convierten en ruiseñor, en brisa, en manantial, en alma. Y que esas personas son eternas.

FOTO: GRANADA SINGULAR

 

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