Amenaza a Pablo Iglesias

Madrid liderando a una minoría que busca romper un modelo de país donde la clave de la convivencia es el respeto al que piensa diferente. Porque ahí estaba el límite: en no perdernos el respeto.

Otra vez el ayer llama a la puerta, con su fondo en blanco y negro, con sus rictus de soberbia y su chulería falangista inundando la limpieza heterodoxa de la democracia con esa traición al pueblo que le es tan propia. Otra vez la ultraderecha se ha echado al monte confundiendo cordilleras con precipicios, fuentes con riadas, luz primera de la mañana con fría noche cerrada. Ya, del insulto, como si fuese lo lógico, hemos pasado al envío de amenazas de muerte y balas al ministro Marlaska, al líder de Podemos, Pablo Iglesias, y a la Directora de la Guardia Civil, María Gámez. No soy capaz de ponerme en la piel de esas personas o de sus familias; de atisbar siquiera su sentimiento de angustia o de frustración al ver, además, la ausencia de empatía de quien, desde una actitud reaccionaria, compite con ellos por alcanzar el apoyo de los sufragios para gobernar Madrid liderando a una minoría que busca romper un modelo de país donde la clave de la convivencia es el respeto al que piensa diferente. Porque ahí estaba el límite: en no perdernos el respeto.

Digo que estaba porque, el viernes, en un debate electoral en la cadena SER, hubo una señora a la que ni voy a nombrar, modelo de la radicalización que tanto daño nos hace, ejemplo de que el Premio Reina Sofía Raúl Zurita acierta cuando afirma que “la maldición no es el olvido./La maldición es recordar/ lo que no quieres recordar”. Porque nos ha recordado, oyéndola hablar, otro tiempo ya lejano, una época de sangre y de fusiles, de lucha fratricida, de hermanos contra hermanos, de hijos contra padres, de destrucción y de rencor. Bastaba mirar su cara satisfecha, la sonrisa de esta mujer que imita tan bien a la antañona sección femenina que se siente de una raza superior a la de quien está sentado al lado, evidenciando exactamente qué ideología representa. Y ahí se agotaron las posibilidades de diálogo, con lo que los demócratas se levantaron de una mesa en la que era imposible debatir, por mucho que la moderadora, Ángels Barceló (tan criticada por unos y otros durante los últimos años, muestra clara de independencia periodística), intentara que fuesen las diferentes opiniones sobre cómo gestionar la comunidad las que mantuviesen el protagonismo. No fue posible; la provocación, el cinismo y el insulto de Vox, de los que bordean el abismo de nuestra Constitución como quien hace equilibrismos, era intolerable, dolorosamente inaceptable. Hoy, como el viernes, estoy con Pablo Iglesias, con Ángel Gabilondo, con Mónica García, con todos los que aplican la coherencia de no querer sentarse con quien utiliza el insulto y usa caprichosamente la palabra libertad, con aquellos que cuelgan carteles cargados de mendacidad para movilizar a sus hooligans, a quienes no se paran a meditar sobre la perversión del mensaje que transmiten algunos.

En España tenemos una historia que debiera servirnos de ejemplo para no repetir horrores padecidos, sufrimiento injustificado, fusilados con un tiro en la frente descansando en las cunetas cubiertos de amapolas y mastranzos. De algo debieran servirnos cuarenta años de silencio, dictadura, despotismo y maldad. Ahora, como escribiera nuestra Autora Clásica del Año, Mariluz Escribano, hija de padre fusilado y madre represaliada, “después de tantas lluvias/ y atardeceres lentos/ es tiempo de paz./ De paz y de memoria”. Ojalá no lo olvidemos.

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