Parece evidente que las víctimas que van a sufrir más las consecuencias de la implantación del Emirato Islámico de Afganistán y de la ‘sharia’ como ley fundamental -además, en su interpretación y aplicación más rigorista- van a ser las niñas, adolescentes y mujeres afganas.

Si hay un símbolo por excelencia de esta regresión que se les impondrá, es la pérdida de oportunidades de formación, en todos los niveles educativos. Porque el acceso a la educación de las niñas, de las mujeres, es uno de los mayores logros que se habían conseguido en estos años: es obvio que la más poderosa palanca para la igualdad de derechos de las mujeres es la educación. Sin duda, podemos y debemos denunciar esta situación y apelar a la comunidad internacional y, en particular, a la movilización de las mujeres, contra este horror, tal como ya han propuesto diferentes iniciativas. Pero creemos y queremos hacer posible algo más. Y no por paternalismo, desde luego, sino por razones de justicia global que exigen de nosotros, de la comunidad internacional, el cumplimiento de deberes para con ellos y ellas.

Desde el Instituto de Derechos Humanos y desde la Facultad de Derecho de la Universitat de València sumamos otro llamamiento, que apela a ofrecer acogida y formación universitaria a las mujeres afganas que lleguen como refugiadas a nuestro país y que quisiéramos ver extendida a la Unión Europea, en línea con el comunicado emitido por la red de Eurocities (https://eurocities.eu/latest/cities-say-yes-to-afghan-refugees/). Sabemos que no es sencillo. Pero estamos convencidos de que podemos conseguir el apoyo solidario de profesores, personal de administración y servicios y estudiantes, y el apoyo institucional de las universidades, de sus consejos sociales, de la Conferencia de Rectores, de las consejerías autonómicas y del Ministerio de Universidades. También de los agentes sociales que, con su financiación, con medios materiales y personales, tienen a su alcance hacer real, concreta, esta ayuda. Porque necesitamos sumar a todos. Y, desde luego, necesitamos también una voluntad política de apoyo a esta y otras iniciativas, para demostrar con hechos que somos solidarios con las mujeres afganas. Que no queremos permitir que se vean abandonadas. Muchos ayuntamientos (por ejemplo, el de València) y gobiernos de comunidades autónomas ya han adelantado su disposición a recibir refugiados afganos: esta debería ser una causa transversal para todos los partidos.

Un plan como éste requiere, es cierto, medidas que entrañan no poca complejidad. Sobre todo, pasa por una condición, una llave que tienen a su alcance nuestros gobiernos: que los afganos y, en particular, los más vulnerables, niñas y mujeres afganas, puedan llegar a países seguros. A Europa, a España, también. Es decir, lo primero es vencer el fantasma de la ‘invasión’ o ‘avalancha’ afgana que irresponsablemente andan agitando algunos representantes políticos en Europa, con la ayuda inestimable de algunos medios de comunicación. Un fantasma, porque no hay tal invasión: lo que hay es la necesidad de huir de Afganistán para salvar la vida y los derechos. Ante esa necesidad, no podemos ponernos de perfil. Claro que, por razones evidentes, no es factible que ni España, ni tampoco Europa, sean el primer y prioritario destino en esa búsqueda de refugio. Pero no podemos quedarnos en el socorrido ‘que los acojan otros, los más próximos’. Podemos y debemos hacer un esfuerzo para organizar en Europa una distribución solidaria y amplia, un número importante de plazas de acogida, de refugio (Canadá por ejemplo ha hecho un primer ofrecimiento de 20.000), para los y, sobre todo, las afganas que lo necesitan. Para no repetir los errores que, por ejemplo, en torno a la crisis desatada por la guerra en Siria, han puesto al descubierto nuestras vergüenzas, nuestra falta de solidaridad, nuestra incoherencia con los principios que proclamamos defender. Europa, ante esta crisis de Afganistán, debe estar a la altura de lo que cabría esperar de ella.

Y una vez entre nosotros, se trata de acoger y dar oportunidades de formación. Ahí se sitúa nuestra propuesta: un programa universitario específico, español y -si es posible- europeo, para que las instituciones universitarias brinden plazas a las mujeres afganas. Somos conscientes de que eso exige un amplio abanico de medidas previas y complementarias (desde la residencia al aprendizaje de la lengua, por citar solo dos), algunas de las cuales están incluidas en las prestaciones propias del derecho de asilo y de la protección internacional subsidiaria. Apelamos a la coherencia generosa con nuestras convicciones feministas, igualitarias, democráticas. Sumemos las contribuciones de todos los que quieran mostrar con hechos su solidaridad y hagámoslo posible.