Manoli y las mujeres a las que Franco no consiguió doblegar

Miguel Ángel Martínez del Arco reconstruye en ‘Memoria del frío’ aquellas décadas de huida, pequeños triunfos y continuas derrotas con la correspondencia que se enviaron sus padres desde prisión como hilo conductor de una novela a caballo entre la biografía, la autobiografía, y el ‘thriller’: «La lucha antifranquista fue dura, fue terrible, pero no fue triste»

La historia de la resistencia antifranquista es la historia de una lucha en femenino. Las mujeres fueron fundamentales, tanto en las conquistas logradas por la Segunda República como en la Guerra Civil y, tras la derrota de las fuerzas democráticas, en la clandestinidad. Pese a que el relato, como suele ocurrir, se ha escrito en masculino. Y a que cuando se ha hablado de las mujeres ha sido casi siempre en diminutivo. Memoria del frío (Hoja de lata, 2021) es también una historia protagonizada por esos diminutivos. Y cuenta, entre otras cosas, cómo las mujeres fueron las que después de aquel 1 de abril de 1939 se echaron todo a la espalda: los cuidados, la insurgencia, la crianza, las lágrimas.

«Era muy difícil para las mujeres, que fueron resistentes, conformarse con convertirse de repente en sujetos tan alejados de cualquier posibilidad de decisión. No puedo tomar una decisión administrativa, sino que dependo de mi padre, mi hermano o mi marido. No puedo sacarme el carné de conducir, acceder a la universidad y tengo que dedicarme a la costura y al cuidado. Al cuidado no legitimado, al cuidado que no tiene ningún valor». Así lo resume el autor del libro, Miguel Ángel Martínez del Arco, en una conversación con elDiario.es.Localizan las cenizas de seis españoles asesinados en un campo de concentración nazi

«Los niños no tienen una capacidad de elección. A ti te toca», rememora el autor. Quien quiera intuir cualquier atisbo de reproche o crítica a la elección de sus padres se equivocará, y mucho. Pese a todo, Miguel Ángel defiende la elección de sus progenitores: «Toda militancia, y más entonces, implica una renuncia. Ellos eligieron; para mí eso es la militancia».

La pelea de ellas

En las mujeres de la resistencia franquista pesó mucho su militancia comunista. Pero tanto, o más, su militancia republicana, que les llevó en ocasiones a pelear «contra el régimen y contra sus compañeros» por ganar, primero, y mantener, después, su espacio de igual a igual.

Memoria del frío es la recreación de la apasionante vida de Manoli del Arco. Un libro a medio camino entre la novela, la biografía y la autobiografía. A ratos ficcionado, a ratos histórico, tiene como hilo conductor los extractos de las innumerables cartas que ella y su compañero, Ángel Martínez, se intercambiaron durante dos décadas de internamiento carcelario. La novela es también un thriller en el que Manoli hace de correo para llevar una multicopista desde Santander a Madrid, donde la espera un control policial tras un chivatazo y del que le salva un engreído falangista. Y que cuenta cómo los comunistas financiaron la resistencia antifranquista vendiendo a los prebostes de la dictadura plumas Parker de estraperlo que llegaban entre la mercancía que descargaban barcos estadounidenses en los puertos del norte de España.

Si Manoli no fuera una mujer comunista española que terminó su guardia en la lucha por la democracia retirada en un modesto piso del barrio de San Blas, en Madrid, además de este libro protagonizaría una miniserie de las que triunfan en las plataformas de pago.

Porque pese a la historia, pese a las torturas, las derrotas, el expolio, la fatiga, la cárcel, las traiciones, las purgas ordenadas por una dirección que, desde París o desde Moscú, no sabían nada de lo que pasaba al sur Pirineos, Memoria del frío no es un libro triste, ni muestra una realidad triste. Incluso aunque algunos nombres de entonces sigan resonando hoy con fuerza. «La familia Espinosa de los Monteros fue la que detuvo a mi madre, la llevó a la comisaría. Reprimió y además se quedó con los negocios», apunta Martínez del Arco, que insiste: «No solamente había una represión ideológica, fue también un acaparamiento».

«La familia Espinosa de los Monteros fue la que detuvo a mi madre. Reprimió y además se quedó con los negocios»

«Sobrevivieron», sentencia el autor: «Fue brutal, pero al final, estaba viva y había logrado despistar a ese régimen, pese a todo. Fue una historia dura, pero no una historia triste». En la cárcel se reían. Se ayudaban. Y criaban a sus hijos. También fuera, cuando las soltaron sin dejar nunca de atosigarlas. Porque, pese a todo, siguieron en la lucha contra la dictadura desde una «militancia de la alegría», dice su hijo. Incluso cuando llegó la Transición y pensaron, «hemos vuelto a perder».

«Hay un momento de acumulación de fuerzas del 74 hasta el 77… pero esto no fue Portugal», lamenta Miguel Ángel Martínez del Arco. «Hubo verdugos y víctimas, que son los vencedores y los vencidos. Los verdugos seguían ocupando el poder. Ni el Poder Judicial, ni por supuesto los aparatos represivos, fueron limpiados. A día de hoy yo sigo sin tener acceso a los archivos del Ministerio del Interior», lamenta.

El secreto

El acceso a esa documentación podría ayudar a arrojar algo de luz sobre lo que ocurrió muy pocos años antes de que muriera Franco, cuando el autor apenas tenía 10 años. Un secreto que decidió guardarse, quizá en su primer acto de militancia consciente. Si algo sabía hacer el hijo de un matrimonio de comunistas en la España de los 70 era callar. Y lo hizo durante décadas: «Hay una cierta leyenda urbana. Claro que la represión en el año 74 no es igual que en el año 41, pero la represión fue salvaje hasta el final. Para generar terror entre los sectores organizados. Pero hay un elemento de odio. Y yo tuve la mala suerte de encontrar al torturador de mi madre 30 años después. Él quería hacer daño a la mujer que había resistido, y hacerlo a través de mí».

¿Por qué el silencio? El autor reflexiona y responde: «Mis padres hubieran asumido una culpabilidad terrible. Era un dolor insoportable para ellos. A mí entre los 9 y los 15 años me detuvieron 11 veces. Detenciones que no están reflejadas en ningún sitio. Pero me llevaron a la Dirección General de Seguridad o a la comisaría, incluso a la de San Blas o a la de Ventas, 11 veces. Pero al mismo tiempo supe que tenía que callar y de las pocas cosas que llegué a decir, me arrepiento de muchas».

Y sigue: «El abuso fue permanente. Muchos niños fueron robados, fueron violados, fueron abusados, por supuesto. Lo mío no fue un hecho aislado». Esa parte de la Historia de España sigue en la penumbra: «Nadie quiere saber. Está en los archivos de la Policía, pero no nos lo dejan ver. El Ministerio del Interior tiene el relato detallado de la tortura, y a mí me gustaría saber lo que pone, siquiera si está en un registro que yo estaba en ese momento, que yo fui. O que ella me está esperando, o que fue detenido mi padre». El secreto ya no lo es. Pero sigue sin haber un atisbo de duda sobre sus padres: «A mí el torturador me dijo, ‘vete a contarles lo que ha pasado’. Yo se lo agradezco en el alma porque fue la vacuna para no hacerlo».

 

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