JUEVES  27 DE OCTUBRE  A LAS 19 HORAS EN EL PARQUE DE LAS CIENCIAS

 
Juan Mata escribe en su facebook:
 
«Cambió la hora a finales de marzo y por primera vez el aplauso de las ocho de la tarde fue en la plena luz del día. Era alentador distinguir bien a las personas que hasta entonces habían sido noche tras noche siluetas anónimas en las ventanas iluminadas. Nos saludábamos por primera vez de un lado a otro de la calle viéndonos las caras. La impaciencia del contacto humano reducía la distancia. Las tres chicas del balcón de enfrente salieron en pijama y en ropa de gimnasio y estuvieron haciéndose selfies y mandándonos besos. La señora sola del pelo blanco y la bata de casa nos saludaba con aire de formalidad agitando una mano. Aplaudíamos a los autobuses urbanos que pasaban, a las ambulancias, a los camiones de limpieza municipal, a los coches de la policía, en una especie de gratitud indiscriminada hacia los servidores públicos. Pasó un repartidor de comida en una bicicleta y alzó los brazos como si el aplauso fuera para él, y todos le aplaudimos más fuerte. Pasó volando bajo sobre los tejados un helicóptero de la policía y alzamos las miradas y las manos para incluirlo en el aplauso. Salieron médicos, enfermeras y limpiadoras a la puerta de la Maternidad, con una variedad festiva de colores en sus uniformes, verdes, azules, naranjas. Pasaban despacio los autobuses, haciendo sonar los cláxones, y hubo un desfile de ambulancias y de coches de policía con todas las luces encendidas. Los policías se bajaron de los coches y se alinearon frente a los sanitarios en un aplauso mutuo que resonaba muy fuerte en la anchura de la calle. Desde un balcón alguien lanzó un grito vigoroso de entusiasmo, que coreamos en todos los balcones: «¡Viva el Gregorio!». Llamar «el Gregorio» al hospital Gregorio Marañón era una vindicación vecinal y visceral de la sanidad pública. El Gregorio era el corazón de la tragedia y el heroísmo que estaban sucediendo no a nuestra vista pero sí muy cerca de nosotros.»
 
Leo estas palabras en ‘Volver a dónde’, el nuevo libro de Antonio Muñoz Molina, y rememoro de inmediato los días de primavera del año 2020 con un sentimiento de dulzor y melancolía. Ha pasado poco más de un año y ya vemos aquellas tardes con el distanciamiento de un extranjero, como si pertenecieran a un momento lejanísimo de nuestras vidas. Temo que tendemos a olvidar
con la misma ansiedad con que abrazamos las modas y las novedades.
 
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