Andan desde el PP madrileño a la greña con la cúpula nacional, ese club de los silentes a los que les mencionas el sintagma “financiación ilegal” y no tienen claro si les estás hablando en swahili o en japonés, pero sí que no va con ellos.

Mayormente porque andan muy ocupados intentando que la señora Ayuso, la presidenta de masas que le ha dado otra dimensión al concepto de derecha populista, no les pase por encima como una apisonadora de efebos, que diría Sebastián Pérez. Una, que ya tiene algo de experiencia en interpretar bofetadas internas desde la barrera, no le ve mucha cara de efebo a Pablo Casado (que ha estado en política llevando el maletín del jefe de turno y haciendo pasillos para alcanzar el sillón desde que le quitó su mamá los patucos) y menos a García Egea que, como se ha leído al revés ‘El arte de la guerra’, se ha creído que puede vencer/convencer (para él es lo mismo) lanzando huesos de aceituna al enemigo. Y no, Teo, así no funciona esto.

Aquí una digresión necesaria: en política existen los enemigos (la gente del propio partido) y los rivales (los del partido contrario). Y el enemigo, en este caso la enemiga de taconazo y vestido rojo sangre que ya va ejerciendo de guapa de la derecha, de Pedro Sánchez con una gaviota/charrán de fondo, es la nueva lideresa madrileña que está jugando con ellos como un gato avezado con unos torpes ratoncillos. Los deja vivir porque no le molestan demasiado mientras no den los números de la suma para desbancar al PSOE. Luego, cuando se aburra y las cifras le encajen, al tándem Casado-García Egea les va a quedar un telediario para marcharse a casa porque ambos han confundido carisma con caradura y, a Isabel, la han tomado por lo que no es: manipulable. Lo cual que, por lo pronto, el primer zarpazo ha sido bloquear a Teo en WhatsApp que es algo muy moderno y muy clarificador para las nuevas generaciones, un aviso de que una relación está rota y tiene menos futuro que abrir una heladería en diciembre. Y todo el mundo se ha escandalizado porque llegue al público general lo que todos sabíamos en los mentideros políticos: que la presidenta de Madrid no soporta que le lleven la contraria unos individuos que lo único que saben es perder votos, despreciar a los militantes históricos y llegar a acuerdos vergonzosos (léase Granada), mientras en las comunidades autónomas la derecha tiene cierta tranquilidad que sólo se estropea cuando hablan –o incluso cuando callan- estos prendas o sus acólitos momentáneos, esos que saltarán alegremente del barco en cuanto vean que se les hunde con la sede de Génova incluida. Y no los va a salvar ni esa juventud, divino tesoro dariniano, que se les está yendo para no volver.

Al Partido Popular, en no demasiado tiempo, le va a tocar otra refundación porque en España se necesita una derecha creíble lo mismo que necesitamos una izquierda sólida que alejen, entre ambas, los extremismos tan peligrosos que están tocando poder en media Europa, incluida nuestra piel de toro, desgastada por el sol y las tormentas. Por eso, este bloqueo telefónico no es ninguna tontería. Es el primer aviso de que, en el PP, no sólo la sede de Génova 13 tiene los días contados.

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