Los seguidores de este blog sabréis seguramente mi devoción por Antonio Muñoz Molina.

Mi relación con él es muy limitada: he participado en su web, donde inserté algunos comentarios (no demasiados, la verdad, porque me daba pereza el estrellato de algunos contertulios), he intercambiado con él algunos correos y lo he saludado en dos ocasiones, en sus últimos viajes profesionales a Granada. También es cierto que con el paisanaje, alguna confidencia me ha hecho y que él ha eliminado, en buena medida, la lejanía normal entre una figura pública y un desconocido.

El jueves, día 28. en el parque de las Ciencias

 

 

          En las últimas horas he asistido a dos actos protagonizados por Antonio Muñoz Molina, al que ya echábamos de menos en la que fue su ciudad durante muchos años y en la que publicó sus primeras novelas y columnas periodísticas, la Granada en que se forjó una reputación literaria que le abrió tantas puertas.

          El jueves 28 presentó su “Volver a dónde” en un repleto auditorio del Parque de la Ciencias acompañado por la sabiduría de Juan Mata Anaya, uno de los intelectuales más sólidos de la ciudad. Tuve ocasión de saludarlos a ambos antes de la entrada: Juan Mata sabía que iba a asistir. Con Antonio tuve que identificarme, pues nos hemos visto solo en una ocasión anterior y durante un minuto.

          En el amplísimo vestíbulo del museo, se había ido formando una cola muy respetable y, cuando pudimos entrar me senté con unas amigas en la segunda fila. La primera, con asientos reservados, se fue llenando de familiares y amigos y a las 7,15 empezó el acto, con la presentación por parte del reciente director de la institución. Después, Juan Mata empezó con su batería de preguntas, siempre inteligentes y eficaces. Se habló de lo que toda obra literaria tiene de conversación con el lector, de la relación de Antonio con el Madrid más ruidoso y menos habitable, de la pandemia y los negacionistas, de su pasado ubetense y su familia, de la dureza que tuvieron que encarar la generación de sus padres y tíos, que representaban para él los testimonios más vívidos de la guerra civil… para terminar con ese puente al porvenir que supone “la niña Leonor”, nieta de Antonio y símbolo de un futuro, seguramente imperfecto, pero futuro al fin. Antonio puso una entrañable nota de humor al hablar de su naturaleza depresiva: se definió como la persona que sabe encontrar motivos para caer en la tristeza (hubo una carcajada general en la sala). Un breve turno de preguntas y un aplauso definitivo. Después, ya en el vestíbulo, otra larga cola pasó por una mesa de firmas en que un Muñoz Molina ejercía la parte menos glamurosa de su oficio, paciente y atento con sus lectores. Saludé a algunos amigos, di la enhorabuena a Juan Mata y me fui a la parada del autobús que me dejó junto a mi casa, con el regusto de una tarde bien aprovechada. Lo único incómodo: más de 300 personas con mascarilla y las gafas empañadas.

Fue la fase profesional, multitudinaria y oficial, algo así como una de las alfombras rojas que han de pisar, inexcusablemente embellecidas, las estrellas del mundo del espectáculo. Solo la sabiduría de Juan Mata y la palabra de Antonio equilibraron el tono oficial del acto.

29/10/2021 Arturo Muñoz presenta a El vira y a su padre

 

 

29/10/2021Elvira y Antonio en pleno debate

 

 

29/10/2021 Elvira y Antonio en pleno debate (2)

 

          El contraste sobrevino el viernes 29. Asistí a otra actividad en que Elvira Lindo y Antonio Muñoz Molina mantuvieron un diálogo ante unas treinta personas. Que un matrimonio de escritores famosos hable de literatura y de actualidad ante su público es algo que tal vez sucede normalmente en ciudades importantes, pero algo inusual en Granada. Se trataba de un acto organizado por Paula y Guillem, los jóvenes dueños de Librería Inusual, una librería propicia para comprar libros, cálida para hablar de lecturas con los dueños, con una estética que gusta: mi librería de cabecera desde el triste cierre de Nueva Gala.

          Elvira y Antonio han hablado repetidamente en sus libros neoyorquinos de los clubs de jazz que visitaban, con ese aire mágico de catacumba para iniciados, esos locales llenos de ruidos y oscuridad en que, al llegar le momento preciso, el grupo musical iniciaba la actuación y entre el público sobrevenía un silencio ungido de prodigio musical. Algo así sucedió la tarde del viernes en la librería: la calidez, la cercanía, la magia de la palabra obraron el prodigio y creo que todos pasamos un rato inolvidable, sumidos en una burbuja ajena al tiempo, rodeados de libros y hablando de un libro.

29/10/2021 Arturo y sus músicos

 

29/10/2021 Arturo Cid, su saxo y su música emergen de detrás de la columna

El acto se inició con un nervioso Arturo (hijo de Antonio) presentando a su padre y a Elvira. Después, Elvira contó la gestación de Volver a donde: Antonio se sentaba con sus cuadernos ante el balcón y anotaba la actualidad o pegaba recortes de prensa y de esta forma, una de aquellas noches de confinamiento le dijo: “He escrito un libro”.

          Antonio contó su estado de ánimo de aquel tiempo y reflexionó sobre la oportunidad perdida de replantear la vida cotidiana que el confinamiento supuso: fue un tiempo en que sobrevivíamos con lo que teníamos en casa no salir al riesgo del contagio, en que, más allá de distinciones de privilegiados, contaba la necesidad de camioneros, dependientes, sanitarios, gente en general mal pagada, pero decisiva en los momentos definitivos.

          Elvira le reprochó en broma: “Sí, pero tú salías mucho más que yo, con el pretexto de pasear a la perra”. Y él decía, “Bueno, y que era yo quien hacía las compras, y hacía deporte…”. Hubo un recuerdo para su padre, que trabajaba la huerta con una minuciosa lentitud, en tanto que él intentaba hacerlo todo inmediatamente para poder largarse. Su padre, que siempre le reprochaba ser un “sin sangre”, poco motivado para el destino que se le reservaba. Aclaró que en la familia de un campesino se vivía de dos cosechas: la aceituna y el cereal. Si la climatología malograba una de ellas, se pasaba hambre… Marido y mujer trajeron recuerdos comunes reflejados en el libro, que aunque ellos conocieran sobradamente, al convertirse en conversación con los asistentes, adquirían un extraño valor de confidencia sincera, directa, desprovista de artificios literarios. En vida.

          Hubo un momento en que mencionó a Alfonso Alcalá, su amigo muerto hace cinco años, cuya viuda estaba en la sala, al igual que el hijo de ambos (que tocó el contrabajo) y el nieto, un bebé de pocos meses. La evocación le quebró la voz, poniendo un punto de sincera emotividad.

29/10/2021 Paula, Antonio, Guillem y yo. Fotografía de Antonio Arenas

          Finalmente, Arturo y sus músicos interpretaron tres canciones: dos standards de jazz de la mejor época del jazz americano: Pennies from heaven (que habla de otra crisis, el crack de 1929) y Paper moon (que habla de las ilusiones desesperanzadas) y una versión muy distinta de El emigrante, de Juanito Valderrama. En la primera, cuando las guitarras acústica y eléctrica se esforzaban junto al contrabajo, surgió de detrás de una columna la figura arzobispal de Arturo Cid Franco con su saxo, que le dio una energía nueva al tema musical. Tras las canciones, que aparecen en el libro, Antonio aclaró que se trataba de tres piezas que hablaban de momentos críticos y cargados de dolor.

          Después, la reunión se fue deshaciendo y, ya de pie, fuimos desfilando para que nos firmara los libros. El público remoloneaba, tal vez con ganas de más conversación. Yo aproveché para saludar a Elvira Lindo. Cuando me llegó el turno hablamos un momento sobre sus libros. Le pregunté si pensaba retomar su novela de Granada, la que perdió y de la que yo solo conozco tres fragmentos, encontrados en la red. Resopló, y me dijo que a veces lo ha pensado, pero que tiene demasiadas cosas en qué pensar. Supongo que le da cierto repelús reiniciar un texto basado en vivencias que le resultaron conflictivas y dolorosas en su momento. Estuvo muy cercano, muy directo. El libro que me firmó era para un amigo que, sin conocerme, me ha mandado dos enormes tochos de material muñozmoliniano, pues parece que es incluso más forofo que yo. Antonio Arenas, ese testigo constante de la vida cultural de la ciudad, nos hizo unas fotos que me ha autorizado a usar en el blog.

Finalmente, los dos libreros, los dos hijos presentes, familiares y viejos amigos se dirigieron a un restaurante para cenar. Yo, prudentemente, desaparecí y me vine a casa. Segunda vez que me quedo con la gana de echar junto a él una cerveza. Sin cerveza y todo, han sido dos fases muy positivas de contacto con el autor.

Alberto Granados

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