El nuevo escenario geoestratégico propicia actitudes desestabilizadoras como la que ha emprendido Bielorrusia

El mundo ha pasado de una posguerra fría que para algunos era el fin de la historia a una paz muy caldeada en la que las agresiones han mutado y ya no revisten solo el carácter bélico tradicional. Y la Unión Europea, por su vocación de apertura y multilateralismo, se ha convertido en una víctima especialmente propicia para los regímenes autoritarios que optan por saltarse las normas internacionales y utilizan todo tipo de instrumentos para desestabilizar a otros países con una guerra soterrada, pero de efectos potencialmente letales para los sistemas democráticos.

La prueba más reciente de la peligrosa vulnerabilidad de la Unión es el ataque híbrido en marcha desde Bielorrusia contra Polonia a base de un flujo migratorio creado deliberadamente para violar las fronteras europeas. La agresión orquestada por el régimen de Alexandr Lukashenko resulta alarmante no tanto por la magnitud de la crisis provocada, que de momento asciende a unos miles de migrantes, como por ser la demostración de que en el nuevo escenario geoestratégico todo es susceptible de utilizarse como arma. Eso incluye explotar la desesperación de personas deseosas de huir de sus países para buscar un futuro mejor en Europa. Que Lukashenko cuente con el respaldo interesado del presidente ruso, Vladímir Putin, hace aún más preocupante la violación de la frontera oriental de la UE y de la zona Schengen.

Polonia, en cierto modo, está sufriendo el escarmiento de su falta de solidaridad en anteriores crisis migratorias, cuando boicoteó junto a Hungría cualquier mecanismo de reparto de los cientos de miles de refugiados sirios que llegaban a Grecia a través de Turquía. Pero la UE no debe aprovechar la crisis bielorrusa para saldar cuentas con Varsovia. La amenaza es demasiado seria como para enzarzarse en rencillas internas del club.

Solo haciendo valer todo el peso internacional de la UE podrá cortarse de raíz el traslado de migrantes a Bielorrusia desde terceros países con el único propósito de empujarles hacia la frontera polaca. Las compañías aéreas que colaboren con ese tráfico de personas deben ser sancionadas y vetadas sus operaciones en el lucrativo mercado europeo. Las sanciones contra el régimen de Lukashenko son un instrumento necesario como lo es redoblar la presión sobre Rusia, cuya economía depende en gran medida de las exportaciones de gas y petróleo a la UE.

La delicada tarea de acoger de manera adecuada a las personas que logren entrar ilegalmente en territorio europeo y la obligación de respetar su posible derecho al asilo no debe ser óbice para calificar la situación en la frontera polaca como lo que es: no estamos ante una crisis migratoria, sino ante un ataque híbrido de un vecino claramente hostil. Este miércoles, precisamente, el alto representante de política exterior de la UE, Josep Borrell, ha presentado en la Comisión Europea el borrador de la llamada “brújula estratégica”, un documento que sentará las bases de la nueva política exterior y de defensa de la UE. Y la brújula apunta con claridad hacia un futuro en el que agresiones como la de Lukashenko serán más frecuentes y llegarán por frentes muy diversos, desde el ciberespacio a la desinformación o la presión migratoria. Borrell ha dejado claro que por ahora la UE no está preparada para hacer frente con eficacia a esas amenazas.

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