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Como en España todo va bien y no hay ningún problema preocupante por el que responsabilizar esta semana al Gobierno toda vez que lo del volcán de La Palma está ya más que manoseado, los señores de la oposición, encabezados por Casado y las huestes a caballo de Abascal, han dado una muestra más de su concepto de la igualdad y su respeto a las mujeres.

Lo digo a cuenta, no ya de que estén intentando hacerle la vida imposible a Ayuso (los lanzamientos de hueso de aceituna de Teo García-Egea ni la rozan), sino de lo mucho que les ha fastidiado este encuentro de lideresas de la izquierda -desmembrado ya en tendencias que buscan distanciarse del fenómeno que fue Podemos- en Valencia; allí, tal que hace una semana, se reunieron Ada Colau (En Comú Podem), Fátima Hamed Hossain (Movimiento por la Dignidad y la Ciudadanía), Mónica Oltra (Compromís) y Mónica García (de Más Madrid) y la política mejor valorada de España, Yolanda Díaz. La cosa no hubiera trascendido de la anécdota triste de que lo que en 2015 valía y unía aquel morado que llenó las plazas y luego las urnas, ahora quiere disgregarse en una tendencia, que es una fórmula extraña que nunca ha funcionado en la historia española.

Pero, héte aquí que la derecha rancia ha sacado de paseo al macho de pelo en pecho que lleva dentro y se ha dedicado a denominar al encuentro como “aquelarre” evidenciando que ambicionan perpetuar un ideario colectivo trasnochado en el que, cualquier reunión de líderesas sin el control masculino, debe ser denostada y estigmatizada. Por eso han conseguido exactamente lo contrario: relievar a figuras femeninas que son capaces de tomar decisiones sin que las oriente un hombre.

Ya comprendo yo que sigue habiendo representantes de la carcundia (de una u otra ideología) a los que disgusta que nosotras seamos fuertes, que no tengamos miedo, que vayamos por libre y que nos importen tres rábanos sus apreciaciones. Nosotras avanzamos, sin prisa pero sin pausa.

No hace demasiados años, un personaje que es sólo sombra de humo perdido en un tiempo que no ha de regresar, exigía a colegas varones que “pararan a esa mujer”, refiriéndose a quien esto suscribe. Es un caso más, pero no deja de sorprender que no evolucionemos, atisbar ese miedo casi atávico que tienen algunos individuos a que ocupemos nuestro espacio en la sociedad después de veinte siglos de control absoluto suyo. Comprendo que les cueste soltar el poder y sentirse obligados a compartirlo por las circunstancias en los diferentes ámbitos: política, gestión pública, universidad, hogar o literatura, tanto da. Eso es irrelevante.

Lo importante es el rescate de tantas referentes que han quedado ancladas en el tiempo y que siguen siendo bandera: Mariana Pineda, Mary Wollstonecraft, Emilia Pardo Bazán, Clara Campoamor o María Moliner que, desde su silencio limpio, fueron pacientemente abriendo puertas y ventanas para que tanto olor a neftalina se fuese disipando, lentamente, pero sin freno. Sin embargo, cada dos por tres, palabras como bruja, controladora, zorra, fría, sabelotodo (que en género masculino se entienden como cualidades admirables asociadas al liderazgo) y esa batahola de pamplinas varias que se dicen cuando fallan los argumentos, vuelven a la calle para evidenciar el terror al poder femenino. Pues bien: señores, hemos llegado. Y esta vez hemos venido para quedarnos.

FOTO: MCV

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