“Es algo más que una moda, es una pesadilla, nunca se han escrito tantos libros por mujeres, nunca se ha elogiado tantos libros tan detestablemente escritos.

Detesto la poesía femenina” (La poesía figurativa, 1992, p. 122). Así se expresaba sobre la poesía escrita por mujeres un personaje que, en sus años de esplendor, tenía mando en el ámbito de la crítica literaria. Me refiero, claro está, a José Luis García Martín, que ha pasado en los últimos treinta años de crítico de moda a bloguero ocioso. Lo que no ha cambiado es su capacidad para ejercer de miserable odiador de las escritoras en cualquiera de sus facetas, ya sean críticas o poetas. Más aún: la edad y el verse reducido a sus lares/bares ovetenses, lo ha enconado, convirtiéndolo en un triste anciano gruñón y resentido. Es lo que dicen los psicólogos que tiene el fracaso personal, ese frío interno del desengaño: que lleva a descargar la bilis sobre los demás que pasaban por allí. En esta ocasión es Mariluz Escribano, a cuenta del volumen Tiempo de paz y de memoria. Treinta poemas comentados (Hiperión, 2021). De los/las treinta comentaristas (Gamoneda, Siles, Zurita, Colinas, Angeles Mora, Juana Castro, Antonia Vicens, Mari Ángeles Pérez López, Raquel Lanseros, Piedad Bonnet, Gioconda Belli, Yolanda Pantin, Marco Antonio Campos o Carmen Boullosa de una extensa nómina a la que reitero mi gratitud por su calidad literaria, por su respetuosa altura de miras que los/las engrandece aún más y por su compromiso con la mejor literatura) casi nadie se salva. Evidentemente, tampoco nos salvamos la editorial Hiperión (de reconocido prestigio mal que pese a don José Luis) ni tampoco, yo como responsable del volumen, que soy una crítica de “segunda división, si no de tercera regional” a su juicio. Quien lo haya leído debe disculpar las faltas ortográficas o de coherencia del Sr. García Martín (en este texto superan la veintena). Son un rasgo más de su estilo. Pero los treinta comentaristas, los valiosos responsables de analizar cada una de las tres etapas de Escribano y yo misma podríamos defendernos si quisiéramos. De hecho, no es la primera vez que este señor me dedica sus perlas y jamás le he contestado por respeto a sus canas, por abulia y porque yo soy mujer de concordia que me dedico a trabajar (como Machado “a mi trabajo acudo y con mi dinero pago»). Pero esta vez a la que lanza sus dardos emponzoñados es a Mariluz Escribano que no se puede defender de su estulticia y no se merece este burdo ataque. A la afirmación de que si su condición de mujer no le impidió “desarrollar una importante labor de intervención cultural (articulista en la prensa, directora de una revista), ¿por qué la iba a impedir ser conocida como poeta?” podría responderse él mismo, que evidencia no comprender la poesía de Mariluz Escribano ni haber leído sus obras. Nada extraordinario en quien igualmente ha desdeñado en sus antologías a Maria Beneyto, Carmen Conde, Paca Aguirre, Pilar Paz Pasamar, Ángela Figuera Aymerich, entre tantas otras imprescindibles ya desaparecidas(quien quiera entretenerse puede ver sus ensayos antológicos sobre la poesía del 68, el 80 o el 99 y valorar su nivel de acierto). ¿Por qué las ignoró cuando tuvo el poder para darles su sitio, incluida Mariluz Escribano? Yo le respondo: porque quitaban espacio a los poetas que, con menor talento, él ubicaba en lugares de privilegio buscado recibir a continuación un beneficio, al estilo del Lazarillo cuando “determinó arrimarse a los buenos por ser uno de ellos”. Y no, al final, sus protectores actuaron con él igual que los romanos con Judas Iscariote. Así es la vida para quien juega con cartas marcadas y no va de frente.
 
José Luis García Martín siempre ambicionó ser poeta y, como no lo ha logrado (a pesar de veinte libros, incluidas antologías, que son una tristeza de árboles cortados), se metió el cuchillo entre los dientes y se creyó el Rambo de los críticos, tanto en capacidad de pensamiento como en posicionamiento ante el mundo moderno donde visibilizar a las poetas que individuos como él han ocultado es una obligación moral. Es decir, que nos toca, desde la unidad y la heterodoxia, ordenar la biblioteca canónica, reformular el trabajo que debieron hacer en otra época, una época que evidentemente y por fortuna, no es ésta. Porque hay que saberlo: en los últimos veinte años del siglo XX, con las estructuras patriarcales intentando sobrevivir a toda costa, José Luis García Martín tuvo éxito amparándose en que las estéticas dominantes estaban muy divertidas con estos acercamientos superficiales, faltones, vulgares hasta el hartazgo y profundamente dañinos con los poemarios que no respondían a su percepción de lo que es/no es poesía. Se necesitaban bufones para propiciar aquello de ‘panem et circenses’ y un profesor sin lustre, cargado de ambición malograda, daba el perfil exacto. Tuvo ocasión de hacer servicios a la literatura y no quiso, como cuando pudo ser útil para que el legado de Ángel González se quedara en Oviedo y maniobró para impedirlo yendo con dimes y diretes a ambas partes tristemente enfrentadas (al final pierde Oviedo). O cuando ha sido jurado en tantos premios pagados con dinero público donde las mujeres ganadoras son minoría. Pero no, no estaba en su naturaleza. Por eso, desde los grandes medios donde tenía cancha fue un tiburón con las fauces siempre ensangrentadas hasta que se quedó sin colmillos. Hoy es un señor que habita la Vetusta de Clarín (Oviedo es otra cosa) y que usa su micro-espacio buscando mantener el pasado “vendettas”, para revelar sus filias/fobias, para ejercer de penúltimo referente de un patriarcado bochornoso que ha pasado de los grandes medios a blogs personales. Por eso no le respondo desde estos medios en los que colaboro ahora(para que no haya desproporción, entiéndase). Yo, que no voy a dedicarle ni un instante más (ergo: esto se ha terminado aquí y no diré más del individuo), sólo le deseo al Sr. García Martín salud, mucha salud, para ir viendo cómo todo lo que ha intentado destruir en tres décadas, todo el daño que ha hecho cada vez que ha tenido oportunidad a tantos escritores y -especialmente- escritoras, se queda en nada. Cómo el paso de los años y los análisis literarios hechos con rigor y honestidad ponen a cada cual en su lugar. Sin odio, sin rencor, sin venganza y también sin miedo, porque la omertà se ha terminado. Sólo aplicando criterios vinculados a palabras que él desconoce: justicia, respeto y coherencia. Quienes carecemos de sus ansias de protagonismo, quienes no debemos nada a nadie y aplicamos una mirada limpia de prejuicios a nuestra labor nos ocuparemos de ello ahora que es, al fin, tiempo de paz y de memoria.
 
 
NOTA: José Luis García Martín es poeta, crítico literario, profesor de la Universidad de Oviedo y director de Clarín. Revista de nueva literatura.
 
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