Ni rosas ni azules. Hay tantos mundos como niños y sus formas de colorearlos y vivirlos no deben estar condicionadas por su sexo. La literatura es una «herramienta clave» para transmitir a los más pequeños que ellas pueden ser heroínas y ellos preferir las muñecas.

Alba Alonso, titulada en Filología Inglesa y Magisterio, se ha propuesto impulsar este «cambio de mentalidad» en el que los niños todavía ocupan un segundo plano: «El feminismo debe englobar al hombre y al niño y este campo no está trabajado. Hay libros protagonizados por niñas piratas y guerreras, pero el perfil de ellos todavía está muy marcado. Los muestran fuertes, valientes y reacios a mostrar sentimientos».

A pesar de ser docente y madre de dos niños, ella misma no era consciente del problema hasta que para culminar el máster en Estudios Ingleses Avanzados realizó un trabajo sobre estereotipos. Y ha continuado investigando para escribir una tesis doctoral sobre masculinidades en la literatura infantil y juvenil inglesa desde una perspectiva de género, que ha estado dirigida por la profesora Celia Vázquez.

El estudio incluye títulos publicados en las últimas tres décadas donde los niños muestran nuevos perfiles. Hay obras de los años 70 que hoy serían actuales, aunque después se produjo un retroceso. En los últimos tiempos han empezado a publicarse álbumes de chavales a los que le gusta el ballet o de niños transgénero, pero siguen siendo pocos y, en español, muchos menos. «Es cierto que también hay un abuso del mundo princesa, pero mostrar a una niña haciendo cosas de niño le da poderes. En cambio, a ellos se les dice como insulto que parecen una nena si lloran. Bajan en la escala de poder. Parece que les estigmatiza o que tienen problemas con su sexualidad», reflexiona.

Frente a estos tópicos, Alonso incluye en su tesis títulos como William’s Doll, publicado por Charlotte Zolotow en 1972 y protagonizado por un niño que quiere una muñeca o Max (84), en el que Rachel Izadora narra la historia de un chaval que juega al béisbol y que un día descubre el ballet cuando acompaña a su hermana. «No deja su deporte, sino que también empieza a bailar. Se trata de dar opciones», plantea.


Una de las ilustraciones incluidas en la tesis

Ellos también pueden ser «estudiosos y chapones» como muestra Oliver Jeffers en The Incredible Book Eating Boy (2006) y el respeto y la tolerancia hacia los niños transgénero se puede aprender en clase gracias a Cheryl Kilodavis, una madre que escribió en 2010 My Princess Boy. «A su hijo le gustaban las cosas femeninas y al principio lo llevaron al psicólog. Pero él era feliz, la cuestión es que los padres no eran capaces de aceptarlo», destaca.

«Hace falta muchísimo trabajo y los docentes somos un eje fundamental porque pasan mucho tiempo con nosotros y creen lo que les transmitimos. Por eso el mundo del género en la formación del profesorado es importantísimo. Sin embargo, apenas parece durante la carrera. La sociedad ha cambiado y los docentes necesitan otras competencias«, defiende.

Uno de los capítulos de su trabajo, íntegramente escrito en inglés, es su propio álbum ilustrado, Martin Is The Best, en el que muestra a un niño que prefiere leer y dibujar al fútbol o jugar con los tacones de su madre para hacer reír al bebé mientras su padre y su hermana, que le llama niña de forma despectiva, juegan con la videoconsola. u intención es publicarlo y convertirlo en una herramienta para llevar a las aulas: «Es un proyecto de futuro para comprobar cómo influye en los escolares».

«No nacemos para ser de una manera o de otra. Tampoco creo que las chicas sean más listas y trabajen más. Ellos y ellas reciben muchísimos mensajes en función de su sexo y los condicionamos sin ser conscientes de ello desde pequeños. Por eso hay más chicos en las carreras de ingeniería y pocos en magisterio, porque les parece una titulación poco importante. ¿Y por qué hay violencia de género entre adolescentes? Ha habido un retroceso. Por eso se necesitan profesionales preparados y motivados en los colegios», aboga.

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