LA DIADA MÁS TRISTE – Por Alberto Granados

El proceso independentista catalán encuentra en la diada de hoy un verdadero cauce para expresar su batalla contra la ley vigente, contra un sector de la propia sociedad catalana y contra el resto del estado español. Es la gran ocasión, el ensayo general con tutti, de los anhelos separatistas que el señor Mas ha sembrado y potenciado, en buena medida para ocultar su incapacidad política.

No soy quién para decirle a los catalanes lo que deben sentir en su corazón, en la misma medida que ningún catalán puede decidir mi postura sobre la unidad de un estado mantenida durante más de quinientos años. No soy quien para desautorizar el catalanismo separatista, pero ningún catalán podrá criticar mi “nacionalismo español”, término equívoco con que se ha pretendido definir mi actitud frente al problema. No me llamo Felipe V, no creo haber perjudicado a ningún catalán, ni soy un invasor de nadie ni de nada. No los he convertido en víctimas de mi explotación. Más bien he admirado siempre el cosmopolitismo, la modernidad, la competitividad y otras muchas virtudes  bien patentes en Cataluña.

Por otra parte, he vivido siempre en Andalucía, un panorama histórico y humano cuya mayor virtud es, probablemente, el ser francos, abiertos, acogedores y siempre inclusivos. Nos han invadido a lo largo de los siglos mil pueblos y en poco tiempo la población autóctona y los invasores estaban “colegueando” en una atmósfera de convivencia y mestizaje perfectamente asumido. Por eso no encuentro razón de ser a los nacionalismos en la era de la aldea global ni encuentro justificable el victimismo catalán. Veo en todo nacionalismo un simple sarampión decimonónico que siempre oculta los interese de una nueva casta política que mira con usura el pastel de poder político a repartirse.

La maniobra encabezada por el señor Mas lleva siendo noticia muchos meses y estoy harto. Es cierto que en Cataluña siempre ha existido un sustrato independentista, pero Mas lo ha sabido canalizar para enmascarar su ineficacia, su endeudamiento insalvable, y está consiguiendo que la población catalana (los catalanes de toda la vida y los charnegos que intentan demostrar su limpieza de sangre catalanista a toda costa) se movilice exclusivamente por el monotema de las ofensas recibidas de España y la imperiosa necesidad de independizarse.

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Con su pan se lo coman. Repito que estoy harto. Si se quieren ir, que se vayan. En este conflicto no se ve solución. Una sobrina jovencísima que vive en Barcelona y está pasando unos días en casa me definía magistralmente el problema:

-Es que quiero que me quieras.

-Sí, pero es que no te quiero y se impone la ruptura.

Pues eso mismo. Si no hay solución, si Cataluña no va a querer a España, si han no han sentido escrúpulos al tergiversar la historia (recuerden un congreso de Historia (?) llamado “España contra Cataluña”), si no hay otra alternativa que la independencia, que se vayan de una vez, con referéndum o por las bravas. Pero sin un solo tiro, sin un muerto, sin un nuevo héroe producto de la maltratadora y malvada España.

Cuando se vayan, lo sentiré y me quedaré dolido, sea eso nacionalismo español o sea simple sentido común. Pero que se vayan con todas las consecuencias. Si mi sobrina explica el problema en términos de pareja, volvamos al símil:

-Te vas y no quiero volver a saber nada de ti. Suerte y olvídame –podría decir el despechado por el abandono.

Hoy veremos en los telediarios una muchedumbre enfervorecida por sus señas catalanas. Para mí será una tristísima diada, mientras para la causa será un irrepetible momento de gloria. Se manejarán gloriosas cifras de participación y Mas entrará en el olimpo catalanista como héroe. Tal vez se soslaye a esa otra parte de la población catalana que desea seguir unida a España, los nuevos metecos del catalanismo, de la misma forma en que se oculte la ruina económica que puede suponer alcanzar la gloria catalanista, pero la Historia, que inexorablemente pone a cada cual en su sitio, hablará de todo este proceso como un hecho lamentable.

Me pregunto qué va a ser de la literatura catalana en castellano (Marsé o Mendoza, por ejemplo), qué política tendrán que adoptar las editoriales catalanas que han trabajado con autores que escriben en castellano (Seix Barral tiene un catálogo predominantemente castellano), o si la política cultural del nuevo régimen se surtirá en lo relativo a las artes y la creación exclusivamente de la riqueza autóctona, indudable pero mucho más limitada que si se le suma el resto del panorama español. También me pregunto por los efectos económicos y empresariales, por el desarraigo de los españolistas, destinados a ser extranjeros en su propia tierra… Me pregunto muchas cosas, pero sólo encuentro respuestas negativas.

Bona sort, Catalunya.

Alberto GranadosL

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