Vive Europa con los refugiados sirios la mayor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial. Se calcula que cuatro millones de personas han huido de Siria, huyen de una guerra que dura un lustro, y casi ocho millones de personas se encuentran en situación de desplazadas.

Hasta hace unos meses, Europa solo estaba dispuesta a admitir a 40.000 de estos refugiados, pero la ONU la ha convencido para que acoja a unos escasos 200.000, una cifra ínfima entre sus más de 500 millones de habitantes. En territorio turco hay más de dos millones y medio de refugiados, otros se encuentran en países vecinos como Jordania, Líbano, Iraq, menos en Israel, que no ha acogido ninguno. A Europa ha llegado una pequeña parte de estos refugiados, pero ningún país quiere acogerlos, fundamentalmente por su condición de musulmanes, ni Alemania, ni Dinamarcani la República Checa, ni Bulgaria….

Hungría empezó en julio la construcción de un muro para frenar el flujo migratorio, Macedonia usa gases lacrimógenos para que no pasen a su territorio. La Comisión Europea ha dado un ultimátum a Grecia para que controle sus fronteras y ha sido amenazada con quedarse fuera del espacio Schengen. Europa no se ha ocupado de la guerra de Siria sencillamente porque jamás había imaginado que vería a los refugiados en sus puertas, el conflicto quedaba muy lejano.

Las noticias o las imágenes que nos llegan de los refugiados son desoladoras, recientemente saltaba la noticia de que habían desaparecido en Europa 10.000 niños sirios que viajaban solos, víctimas de organizaciones criminales dedicadas de la explotación sexual y a la esclavitud de seres humanos. Mujeres refugiadas que atraviesan solas Turquía, Grecia, Macedonia, Austria…, caminando bajo la lluvia y la nieve, soportando bajas temperaturas, que están padeciendo abusos sexuales y violaciones por parte de refugiados varones, traficantes de personas o agentes de policía, según denuncia Amnistía Internacional.

Frente a la falta de memoria de los países europeos, frente a la falta de sensibilidad de una Europa más preocupada por unas décimas de crecimiento económico, o por consecuencias tales como el posible crecimiento de los partidos de extrema derecha o de atentados terroristas si les damos acogida, hemos visto la solidaridad de la sociedad griega, la solidaridad de los habitantes de la isla de Lesbos, a cuyas costas arriban a diario cientos de refugiados, por la que ha surgido en las redes la petición de que se les otorgue el Premio Nóbel de La Paz, la solidaridad de cientos de ONGs (como la de los bomberos sevillanos), la solidaridad de miles de personas que el pasado domingo en 25 ciudades españolas salieron a la calle sumándose a la marcha mundial para pedir a las instituciones europeas que permitan que los refugiados que en este momento se encuentran atrapados en fronteras cerradas, puedan circular por rutas seguras y legales, para pedir solidaridad, solidaridad con tantos miles de personas, mujeres y niños, que huyendo de los horrores de la guerra, no han encontrado más que desprecio, frío, hambre y fronteras cerradas.

Miles de ciudadanos y ciudadanas europeas que claman contra una Europa sin corazón, que no quiere ayudar a las personas más vulnerables que se encuentran en una situación tan desesperada, una Europa cuyos gobiernos e instituciones nos avergüenzan, que no nos representan y para quienes el cumplimiento de los derechos humanos es papel mojado. Queremos ver el final de la guerra en Siria, porque eso es lo único que posibilitará la vuelta de los refugiados a su tierra, y mientras tanto, que tengamos voluntad de atenderlos con un mínimo de dignidad. Su dignidad es la nuestra.

Ana Gámez
Senadora del PSOE por la provincia de Granada

Los refugiados sirios y Europa

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