ABRILEANDO, Juan Alfredo Bellón , Para  EL MIRADOR DE ATARFE, del domingo 03-04-2016

 

                Cuando se escribe cabalgando entre marzo y abril, como ocurre con esta columna, se tiene la sensación de andar a rebufo de la vitalidad de la primavera y de los inconvenientes de filtrar con los pulmones las pujanzas más invasivas de la vida, que intenta emerger a cualquier precio, a costa de lo que se le ponga por delante. Y si pasamos del terreno estrictamente meteorológico al más puramente bio-estético, diremos como antaño que marzo ventoso y abril lluvioso hacen a mayo florido y hermoso. Ojalá.

Y así debe de ser porque, atendiendo a los ciclos de las temperaturas, las aguas dulcemente dispensadas y la luz solar en suave incremento, desembocan en el periodo preestival donde las flores y los frutos preparan su sazón con la ayuda inestimable del viento y los insectos y las aves polinizadores, celestinos confesos de la armonía universal, no habiendo espacio natural (incluido el alféizar de mi ventana) donde no se interpreten los cánticos acompasados de rigor, tanto en los albores del amanecer, cuando emerge la aurora de rosáceos dedos, como en la  caída de la tarde, cuando el sol se baña en sangre y sumerge lentamente lo rotundo de su color granate en la línea del horizonte.

Esta mañana he salido de casa para comprar el pan y la prensa y, al desembocar en Plaza Nueva, me ha reventado en la cara toda la luz de abril como si fuera un fogonazo incandescente de la primavera que, sin misericordia ni miramiento con mis dos retinas, tratara de enseñarme de un solo golpe de resplandor cuánta luz acumula el universo  y cómo ese relámpago incandescente baña el cielo y la tierra, las personas, los animales y las plantas y especialmente las acuáticas, que flotan y perfilan sus talles en las albercas del Albaycín, que ahora se reponen de tantísima visita semana santera. ¡Ojú cuánta bulla! Ha sido tanta la gente que me ha preguntado por la ruta más conveniente para ir a la Plaza de San Nicolás y a su mirador panorámico, que he terminado por mandarla a la Fuente del Avellano, a ver si se le aclaraba la voz y se le pegaba algo de la malafollá de su autoctonía.

Y me da entonces por acordarme de Carlos Cano la fiesta de cuyo hipotético setenta aniversario celebramos el otro día en el Palacio de los Deportes granadino: ¡Abril para vivir…! Para que luego digan que en Graná no hay primavera y que aquí se pasa directamente del invierno al verano, sin transición.  ¿Qué será pues lo que bulle estos días por las calles y las placetas granadinas, por los callejones y los miradores, en los corazones de la chiquillería y en la respiración entrecortada de la adolescencia?  Seguramente Abril.

Claro que el mismo abril mediterráneo que en las playas de Lesbos, en el Estrecho de Sicilia o en las murallas de Chipre. El mismo abril que concita las emergencias vitales de los refugiados futboleando en los lodazales de Macedonia y en los pedregales de Turquía, ausente Palmira de turistas occidentales y poblado su cielo de aviones rusos (…iba a decir soviéticos) mientras arden los rascacielos de los Emiratos y las gentes hacen cola en el Camp Nou recordando a Cruyff, aquel holandés errante, flaco y estrábico, que enseñó al mundo lo que se pude hacer con una pelota si se sabe levantar la cabeza. Si hubiera que bautizar con un nombre ajeno a la publicidad a los estadios de fútbol, todos se llamarían igual, para mayor desesperación de los merengones y de los culés separatistas: -Vamos al estadio Johan Cruyff para ver al Bayer jugar contra el Galatasaray.

Y a Florentino le daría un ataque de cuernos porque, siendo quien fue don Alfredo Di Stefano, a nadie se le ocurrió bautizar con su nombre un campo de fúltbol. Claro que se consolará pensando que Adolfo Suárez murió después que don Alfredo. Y que todavía tiene la plaza de toros de Las Ventas para cambiarle el nombre (el coso-arena de Alfredo Di Stéfano estaría bien) y no quedarse atrás emulando al Barça. Ni siquiera la estigmatización del catalanismo por inferencias sociopolíticas interesadas está pudiendo acabar con la supremacía futbolística blaugrana de los últimos treinta años. Y a las pruebas me remito. La de la hegemonía absoluta durante los presentes campeonatos de Liga y Copa, el resultado mayoritario de los últimos clásicos y el gesto que se les pone a José María Aznar y a Mariano Rajoy estirajando aquel la jeta y el labio superior donde estuvo el bigote y guiñando este el ojo izquierdo, en el palco de autoridades del Bernabeu, cuando el Madrid pierde, que parecen mismamente la representación a dúo de La Consagración de la Primavera y la interpretación de  La del Soto del Parral. Aunque, para dúos, bien valen los de Pedro Sánchez con Pablo Iglesias y Albert Rivera respectivamente, cantando todos, a coro, la gallina.

                ¡Ay, rediós, si Boticelli y Genovés levantaran la cabeza!

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