El cantante Miguel Ríos será investido Doctor Honoris Causa por la UGR el próximo 20 de mayo.Miguel Ríos cambiará en apenas unas semanas la chupa de cuero y y las gafas de sol por el birrete y la toga. El próximo 20 de mayo será investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Granada, por iniciativa del Departamento de Historia y Ciencias de la Música y de su director, Antonio Martín Moreno, que además ha contado con el aval de diecisiete Juntas de Centro y la recomendación de la Escuela de Doctorado de Humanidades. Como telonero de sí mismo, el cantante granadino ofreció ayer una conferencia en la Facultad de Filosofía y Letras con el título de Rock and Roll: empoderamiento y liberación de la juventud en los años sesenta, dentro del ciclo Para comprender nuestro tiempo.

De riguroso negro, se sometió con paciencia a la inevitable sesión de selfies antes de subirse al estrado de la Facultad, que nunca pisó como estudiante porque con apenas 16 años ya era Mike Ríos, el Rey del Twist. «La Universidad me pilló de lejos, siempre he sentido una envidia insana de la gente que ha podido cursar estudios. Aprovechad el tiempo porque el conocimiento es una joya preciada de la vida», señaló el cantante para resaltar a continuación que para hablar de rock haría falta un seminario, palabra que no llegaba a encontrar y que se la chivó la rectora Pilar Aranda. «¿Veis como es cierto que no pisé la Universidad», señaló para arrancar las primeras risas de los hijos y nietos del rock and roll que acudieron al reclamo del hombre que siempre vuelve a Granada.

Y aunque no estaba en el guión que cantase, abordó con sentido del humor los continuos fallos de megafonía. «Tocar madera», canturreó en una de estas ocasiones como improvisado homenaje, además, al recientemente fallecido Manolo Tena. Así que desgranó a capella buena parte de su conferencia. «Me voy a fiar de mi garganta, que llevo 72 años viviendo de ella», continuó.

Miguel Ríos arrancó en la prehistoria del rock and roll, cuando el rhythm & blues y el country se dieron la mano a mediados de los 50, un encuentro en la cámara oscura de la historia que se extendió gracias al auge de las emisoras locales de radio y el inmediato desarrollo de la televisión. Y fue creciendo hasta que un avispado productor se dio cuenta de que en la todavía racista sociedad norteamericana era difícil hacer dinero a lo grande con artistas de color como Fat Domino o Chuck Berry, así que apareció un hombre apuesto como Elvis Presley para remarcar a golpe de pelvis los deseos de «desfogue hormonal para un país que había ganado una guerra y quería divertirse».

«Esta música procaz y satánica llamó la atención de las asociaciones vigilantes de la buena moral y costumbres, unos ritmos perniciosos para la juventud, demonizados y combatidos porque encerraban una maniobra para rebajar a los blancos al nivel de los negros», señaló el cantante que recordó como Frank Sinatra fue en esa época uno de los grandes fustigadores de esta música. Justo en ese momento volvió a quedarse afónico el micrófono. «Sinatra, manifiéstate», dijo jocoso como si fuera el cantante de My way el que estuviera boicoteando su conferencia.

 Con la aparición de Bob Dylan y la generación beat el rock se desmelenó para simbolizar las ganas de libertad sexual acumuladas durante milenios. Y fue «la banda sonora para la película de sus propias vidas» para los adolescentes con ganas de desmarcarse de sus ‘viejos’. Hasta la llegada de los Beatles, cuando el epicentro de la música cruzó el charco con una banda que «convirtió en icono algo que lo merecía no solo por su apariencia». En esas apareció en España un tal Miguel Ríos. » Fue un fenómeno curioso que cada país de Europa tratase de crear su ‘clon’ de Elvis: Adriano Celentano en Italia, Cliff Richards en Inglaterra, Johnny Hallyday en Francia… y yo lo quise ser en España», señaló el cantante, que recordó como pese a todo eran ridiculizados en el NO-DO, que presentaba aquella música como «bárbara y extranjerizante». Y los jóvenes, que ahora conviven con fenómenos como el perreo o el trap, no pudieron por menos que sonreír, como si estuviese hablando del siglo pasado. Y efectivamente era así.
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