«MANIFESTACIÓN DE REMOLACHEROS DE 1908» por José Enrique Granados

En la Gacetilla de hoy rescatamos el texto y la fotografía publicada por Adolfo Liñán López (Dídimo Ferrer) en su página de Facebook titulada “Granada Antigua”, en donde se hace eco de la manifestación de remolacheros por la Cuesta del Progreso el 1 de noviembre de 1908.

Es un enorme honor poder contar con las palabras de tan insigne profesor de latín y griego en nuestro blog.

“El auge del cultivo industrial de la remolacha en la Vega de Granada es de sobra conocido por el dinamismo que imprimió en las primeras décadas del siglo XX en diferentes órdenes de la vida ciudadana. Por lo común asociamos esta efímera prosperidad a la apertura de la Gran Vía, ejecutada y terminada por esos años, aunque proyectada en fechas muy anteriores a esta feliz coyuntura. La relación, no obstante, se funda en una hecho positivo cierto por cuanto ambos sucesos comparten el mismo padre, la sagaz iniciativa y la resuelta actuación del farmacéutico don Juan López-Rubio.

Pero si observamos con más detenimiento el proceso de aclimatación de la planta, los medios privados o públicos que la promovieron así como la modalidad que revistió su explotación y participación en términos comerciales y empresariales para los agentes involucrados en el negocio, el fenómeno se nos revela mucho más complejo y objeto de un análisis que supera con creces la capacidad de un profano en esta ardua materia. Los sacos hinchados de azúcar fueron la ganancia fácil y enormemente lucrativa que redundó en una época dorada con un destello, en principio, fulgurante y, tal vez por eso mismo, con la secuela perdurable del desengaño bajo otras circunstancias menos propicias. Si tuviéramos que ponerle otra cara a esta receta milagro prescrita tan ilusoriamente para la anquilosada economía granadina aquí la tenemos en esta foto de un diario de tirada nacional, el ABC, cuando fue noticia aquella jornada de Todos los Santos de 1908.

En el teatro Isabel la Católica, cuyo exterior vemos asomar al fondo de la Cuesta del Progreso, se reunieron los labradores de la Vega, embarcados, como cultivadores del preciado bulbo, en la cadena de producción de la hasta entonces pujante industria azucarera pero sin apandar en las cosechas inmediatamente anteriores, ni por asomo, los fabulosos beneficios que hasta entonces había deparado el novedoso cultivo. De hecho, fueron las primeras víctimas que hubieron de afrontar no ya una notable disminución de beneficios sino severas pérdidas en el negocio, provocadas por la nueva configuración del proceso productivo y comercial ante el sobredimensionamiento del sector. Para conjurar las previsibles consecuencias de este fenómeno y en defensa de sus intereses, los fabricantes desde 1903 se constituyen en una asociación o trust de modo que, como leemos en un pormenorizado estudio dedicado al desarrollo de este cultivo industrial en Granada, “con antelación suficiente, se fijara a cada fábrica lo que debía producir para atender al consumo nacional, sin llegar a producir excedentes, y cada fabricante quedase obligado a entregar a la asociación sus productos elaborados para que ésta los comercializase a precios unificados”.

Pero el oligopolio no alcanzó en la campaña siguiente los resultados esperados al no captar en su seno todas las fábricas del territorio nacional e incluso se vio en la necesidad de arrostrar la competencia de otras nuevas en la misma Granada, que nacieron, como respuesta a esta nueva situación, de la iniciativa de un grupo de adinerados agricultores de la Vega con unos estatutos afines a los de una cooperativa. En el curso de la lucha comercial entablada entre el poderoso trust conocido como la Sociedad General Azucarera y sus engallados competidores, a los primeros no se les ocurre otro expediente que bajar el precio de la remolacha para desabastecer de materia prima las fábricas de la competencia. Además de éstos, los que severamente se vieron afectados por este precio ruinoso al que vendían sus remolachas eran los labradores que, echando cuentas, perdían 74 céntimos de peseta por cada marjal sembrado. Y, como a perro flaco todo se le vuelven pulgas, los capitostes del trust, con mucha mano en el Congreso de los Diputados, pulsan todos los resortes para que se regule por ley muy restrictivamente el establecimiento de nuevas fábricas y que se elevase el impuesto sobre el azúcar. El blindaje de los más poderosos perjudica a quienes no pueden jugar esta baza y, sobre todo, dejaba entre tanto en la ruina a los primeros cultivadores, obligados a vender la remolacha a un precio que ni subvenía a los costes que comportaba su producción. No obstante lo dicho, es justo también dejar constancia que en esta situación crítica para los más desamparados en el engranaje productivo hubo mediaciones por parte de diputados por la circunscripción electoral de Granada como Juan Ramón La Chica y el marqués de Dílar, presidente de la Cámara agrícola y jefe de Fomento en la provincia, para remediar la situación extrema de los labradores.

Fueron éstos últimos los que reconocieron la necesidad de sindicarse y, con el patrocinio de estos poderes públicos, hacer valer en esta coyuntura sus derechos. Para ello celebraron dos mítines, como los llamaba la prensa, el primero el 23 de Septiembre y éste último el 1 de noviembre del corriente, 1908. Sorprende, al leer la crónica de estas asambleas, no sabemos si muy cocinada por el que las firma, la letra y el talante de las intervenciones, rudimentarias pero muy efectivas, de los propios labradores sin caer en expresiones gruesas o en soflamas demagógicas. Sus sencillas razones dejan entrever una apostura como la que muestra la fotografía del ABC, con el atuendo cuidado, sobrio y serio del labrador que, por esas calles de Granada, destaca aún más en medio de la moda urbana de la capital. Merece destacar, a tono con ese temple adusto, el civismo que denota esa formación compacta y silenciosa encaminada a la calle Duquesa para entregar al Gobernador civil los acuerdos adoptados en la asamblea. Por fortuna en los años siguientes se despejó el horizonte con la derogación de esas trabas legales y fueron distendiéndose los ánimos, antes tan enconados, de los que más se jugaban en esa guerra comercial. Como sabemos, le quedaron aún unos años más de esplendor a la remolacha en Granada con una estela de prosperidad aún visible en el despliegue arquitectónico exhibido por las grandes fortunas cuya existencia transcurría tan lejana en los pisos principales de la Gran Vía.

La fotografía de hoy rescata también de sus moradas más modestas en los pueblos de la Vega a quienes también contribuyeron no solo con su tierra y sus trabajos sino con estas apuradas congojas a escribir aquella página lejana de nuestra belle époque granadina”.

Curiosidades elvirenses.

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