QUE REFULGEN MÁS QUE EL SOL Por Juan Alfredo Bellón para  EL MIRADOR DE ATARFE,del domingo 29-05-2016

El Refranero y el calendario sacro están íntimamente relacionados (por san Antón, la gallina pon; por Santiago y Santa Ana pintan las uvas / p’a la Virgen de agosto, ya están maduras). Son hechos culturales que reflejan la interpenetración en el santoral, los astros, los ciclos agrícolas y las efemérides socioculturales que jalonan el paso del tiempo y el sentimiento popular de nuestra vida. Así, el calendario festivo que, por primavera, despliega muchas celebraciones cristianas y paganas que las gentes aprovechaban para engalanar las ciudades con altares y monumentos del arte efímero, arcos vegetales, alfombras florales, etc, que concuerdan con la luminosidad renovada de los días que van del equinoccio de la primavera al solsticio estival (tres días hay en el año que refulgen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de al Ascensión) fiestas todas ellas muy celebradas en las tierras ganadas al Islam en la segunda parte de la Conquista peninsular: Toledo, Córdoba, Sevilla y Granada, donde desde antiguo se celebraban las fiestas del Corpus sacando las carrozas con la Custodia a la calle para exhibir el Cuerpo de Cristo. Alfombrando floralmente las calles a su paso, se hacía bailar a los niños seises ante la Eucaristía, se detenían las comitivas procesionales ante los altares instalados a lo largo del recorrido, en calles y patios, donde la materia prima ornamental eran los productos vegetales que abundaban en la estación: ramos y guirnaldas florales, pétalos y follaje perfumados con el olor inconfundible de la naturaleza vegetal emergente puesta a disposición de tallas, cuadros y doseles.

En torno a ellos, se articulaban las paradas y comitivas religiosas y las fiestas populares de origen pagano que ensalzaban la fertilidad primaveral de las cosechas agrícolas. De ahí el protagonismo de las hermandades de regantes y la Vega granadina que constituían los núcleos más conspicuos de los famosos Caballeros Horquilleros y Palieros de Armilla y Las Gabias que abrían paso con sus horquillas a modo de báculo y ponían techo manipulando el palio al entrar y salir el titular procesionante del templo respectivo que, en el caso del Corpus, es a Catedral.

Y para quienes no conozcan este peculiar desfile, diré que en él participan todas las fuerzas religiosas y civiles de la provincia y de la ciudad, encabezadas por la procesión pública de gigantes y cabezudos que escoltan a la Tarasca que es una curiosa reinterpretación icónica y religiosa de una joven mujer, vestida a la moda de la temporada vigente (este año, un clavel invertido de cuerpo verde y bajos rojos de faralaes) montada sobre una bestia dragoniana a quien pisa la espalada, como María a Lucifer, para acabar con el pecado. En este caso, es más una inversión del mito jaenero donde el vencido es el Lagarto que reclamaba tributo de doncellas y que terminó reventando por haber sucumbido al engaño de comerse unos corderillos rellenos de pólvora: –Ojalá revientes como el Lagarto de la Malena, dicen allí para echar a alguien una maldición extrema donde las presuntas víctimas se tornan en verdugos.

Así ha desfilado hoy en Granada su nuevo alcalde y el flamante Equipo de Gobierno recién nombrados, recibiendo el apoyo popular de granadinismo y sorprendido por las evoluciones estilo cerviche del todavía arzobispo Martínez que, tras la carroza eucarística pero fuera del palio ceremonial a cuyo amparo debería protocolariamente procesionar, bendecía rítmica y juguetonamente a los espectadores incrédulos que se hacían cruces de una tan irreverente pallasada solo entendible por quienes conocemos y criticamos los frutos éticos, pastorales y circenses de semejante estafermo. Y a propósito, al padre Román no lo vi en la comitiva eucarística, seguramente porque, a pesar de la bulla que anda metiendo al tribunal que entiende de su caso, todavía no se ha sustanciado lo suyo y sigue sub judice.

Y lo que sí vi, y acabó por sorprenderme, fue una jarca que cerraba la comitiva, compuesta por una treintena de mujeres muy morenas y de rasgos indúes vestidas con túnicas verdes y amarillas cuya seriedad y devoción destacaba en contraste con el alivio gestual y corporal exhibido por los procesionantes autóctonos y cuyo significado desconozco por el momento si no es en intento de agregar al desfile un cierto sentido ecuménico por andar ahora Granada mirando a Cuenca.

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