Estamos en el año MMXVII después de Jesucristo. Toda la Bética está ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles íberos resiste todavía y siempre al invasor. La aldea se llama ILLIBERIS y ha recibido del emperador Trajano una apuesta.

El emperador les propone que desplacen a sus reconocidos corredores a los juegos que se celebrarán la quinceava luna de Ianuarius a su ciudad natal, ITALICA, de modo que si consiguen alguna de las coronas de laurel que se repartirán dicho día a los diferentes campeones de las carreras que se disputarán alrededor del anfiteatro les concederá el beneplácito de vivir tranquilamente en las llanuras del Genil junto a la indómita Sierra Elvira.

Como quiera que nuestros/as gladiadores/as illibéricos/as son más que aficionados al noble arte de correr por placer no han dudado en aceptar el reto y sin más se han encaminado a través de la calzada A-92 hasta la ciudad de Itálica. La expedición está conformada por 22 atletas distribuidos en las diferentes categorías, 2 Benjamines, 6 alevines, 3 infantiles, 6 cadetes, 2 juveniles, 1 junior y tres absolutos. Junto a ellos 5 padres se animaron a la competencia.

La ansiada victoria no se hizo esperar pues en la primera de las carreras de la mañana llegó el premio de la mano de Manuel Jiménez López que se imponía en cadete masculino reeditando los triunfos que ya consiguiera en su paso por las categorías benjamín, alevín e infantil.

Entre los veinte mejores de sus respectivas categorías lo cual es un logro muy encomiable pues en cada una de las carreras el pelotón está integrado entre 150 y 300 atletas venidos de las ocho provincias andaluzas más equipos invitados desde Extremadura, Murcia, Cuenca, Islas Baleares, …, se clasificaron Alejandro Vico Guzmán, 10º en infantil; Curro Avilés Torrecillas, 11º en Alevín; María Pérez Gómez, 13ª en Alevín Femenino y Jesús Zamora Tortosa, 14º en Cadete.

Con su corona de laurel más el plato acreditativo de la victoria conseguida la expedición del Club Deportivo Illíberis se volvió para Atarfe, con la satisfacción del deber cumplido y tras disfrutar de un espectacular día de atletismo en las ruinas de Itálica.

 

La pasión inundaba las almas de los romanos cuando se anunciaba en el foro que el magistrado de turno ofrecía juegos en el circo Máximo. La mejor forma de conseguir popularidad y por lo tanto apoyos políticos era gastarse los sestercios en ofrecer espectáculos al siempre inquietante pueblo romano. Los juegos requerían una organización de tal índole que toda la urbe de una manera u otra se implicaba

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